XIII. De cómo Fr. Jesús obró portentos y fue ejemplo de caridad y de trabajo para unos obreros


Cuenta la Leyenda Mayor en su prólogo, que cuando nació San Francisco apareció la gracia de Dios, salvador nuestro, cual lucero del alba en medio de las tinieblas (Eclo. 50, 6), irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida, y a los que estaban en tinieblas y sombras de muerte (Lc. 1, 79), cual arco iris que reluce entre nubes de gloria (Eclo. 50, 8), mostró en sí la alianza del Señor y anunció la paz y la salvación, siendo él persona de paz a semejanza del Precursor. Predicó la palabra anunciada y fue ejemplo de vida y de trabajo para los hermanos. Llevado del espíritu de profecía y milagros, pasó haciendo el bien, en su misión. (LM. Prólogo. 1).

Nuestro Hermano Jesús era un ferviente devoto y seguidor del Padre San Francisco. Siempre deseó imitarlo en todo, como procuró vivir el Santo Evangelio iluminado por la luz franciscana de la vida. Nada tiene de extraño, que su vivir centrado en el Evangelio de Cristo, también de su mano y por su mediación, se realizaran portentos y se consiguieran gracias milagrosas o dones, pues Dios estaba en él.

Estando Fr. Jesús en Arenas de San Pedro, de él se contó esta florecilla prodigiosa. Los que lo presenciaron dan testimonio fidedigno, pues aún viven algunos. En la entrada del convento de Arenas de San Pedro, había un enorme nogal, centenario en años, que extendía sus ramas por todo el campillo, siendo la admiración de todos los visitantes. Se llegó a temer que se rompieran sus ramas y causaran algún daño a personas, ya que era un lugar publico muy visitado. Aconsejados por los entendidos, se decidió cortarlo y plantar otro más joven en aquel lugar. Y con medios adecuados, los obreros dirigidos por un experto, realizaron sus tareas. Seccionaron troncos y ramas para manejarle.

Hasta aquí todo normal. La dificultad vino cuando los obreros intentaron mover los troncos grandes para poder elevarlos al camión que los transportaba. Los obreros estaban acostumbrados a estos manejos, pues todos los años talan pinos centenarios y a veces de enorme volumen. Palanca, rulos, cuerdas, todos los medios que usaban y disponían, estaban a su alcance.

En uno de los troncos de mayor volumen, los obreros y el experto, luchaban y sudaban por conseguir moverlo. Un intento, otro y otro, hasta agotar sus fuerzas sin moverlo hasta dejarlo.

Y Fr. Jesús se acercó para animarlos y colaborar con ellos. Observó la situación y les dijo: esperad un momento, que vengo enseguida. Pasó por la capilla y rezó al Santo. Volvió con una pequeña palanca de hierro. Llegó a donde estaban y los invitó a que lo intentaran otra vez dirigidos por él. Les parecía inútil y perder tiempo. Pero por respeto al fraile se pusieron a la obra siguiendo indicaciones de Fr. Jesús, él con su palanquita –la varita mágica, la llamaron los asistentes- lo que antes resultó imposible, ahora con facilidad el pesado trono de nogal, apareció colocado en su lugar. Nadie se explicaba cómo, pues apenas habían hecho esfuerzo y en un instante se había realizado el trabajo de horas, al que decían imposible.

¡Esto es un milagro!, decían. ¡Si no lo veo no lo creo! Les parecía soñar, le miraban al fraile asombrados y llenos de admiración. ¡Es imposible! ¡Es un milagro! Este hombre de Dios tiene poder de hacer portentos, decían.

Humanamente sabemos que esto es posibles, pero visto desde la fe, también existe el verdadero milagro, la intervención de Dios. La oración que Fr. Jesús realizó, pudo ser el motivo para que Dios obrara así ese pontento13. En alabanza de Cristo.

—Tanto Fr. Victorino como Manuel y Fr. Alejandro, nos lo han referido tal como queda narrado.