Pórtico

EL SEÑOR Y LA MADRE.


"El alma oculta de un místico" viene a ser la obra diseñada por fray Arsenio Muñoz para mostrarnos la riqueza y arquitectura de la espiritualidad de su amigo fray Jesús de la Cruz, de quien ya ha escrito dos obras sobre su biografía. Si allí hay estilo y efusión, pasión contenida a veces, aquí hay pronunciamientos exhaustivos sobre el alma mística que se expone a plena luz.

La estructura de la obra se puede visualizar en tres cantos: 1) La Mística Ciudad de Dios; 2) El Señor Vivo; 3) La Devoción como manera de manifestarse el Espíritu y manifestar las llamadas del mismo Espíritu.

En el primer canto hay un recorrido emocional y de estudio por la obra que escribió la Venerable Madre María Jesús de Ágreda. La Mística Ciudad de Dios viene a ser María, dechado de gracia y misericordia. Cuando fray Jesús se halla con esta obra de la literatura y espiritualidad, dio un vuelco su corazón, pues aquí encontrará a la Madre, a la mujer, el prototipo femenino, de gracia, de cuidados y de participación en la obra de la Redención.

Tal como está descrito el destino, la gracia, las maravillas, la fortaleza, la sabiduría, toda la composición estructural de la Mística Ciudad de Dios, le despiertan al Hermano Jesús el conjunto de virtudes, el ansia por tener la seguridad de una madre, y el poder copiar las virtudes señaladas en la Mujer, María de Nazaret.

Hay una cascada de sentimientos, de descripciones emotivas, de figuras, que allanan el campo de un hombre que empieza su conversión total al amparo de la Madre; él que no había conocido a su madre, que tuvo una carencia eterna de la maternidad hasta encontrarse con la realidad que describe y ofrece la Venerable María de Jesús de Ágreda.

En esta Ciudad iluminada resplandece la caridad, la esperanza, la fortaleza, la presencia. Todo el que quiera vivir, habitar aquí, tendrá que contemplar y copiar de María Santísima. Y así la lectura se convertirá en ejercicio de ascesis, de caridad, de humildad. Desde el aprendizaje se llega a las obras, para construir bien la nueva ciudad, siempre asentada sobre roca. Leer, oír y practicar.

Así como hay rebullir de figuras, de ángeles, de descripciones con luchas y victorias, del pecado, de festines de gracias, a la imaginación y espíritu de Fray Jesús llegan las llamadas hacia la santidad del Modelo, la Madre; hacia la sencillez, el sufrimiento, la penitencia, la adoración y el hágase. Más allá, al final, se está aprendiendo a hacer lo que Él, el Señor, diga; lo que la Señora diga.

Bello lienzo que Fr. Jesús tenía en su celda.

Aparece el nuevo cielo y la nueva tierra, la victoria de nuestro Dios; quien reviste de hermosura y gracia a la Madre. Un hijo que no conoció a su madre y, de pronto, en un libro como instrumento de gracia, encuentra dicho y descrito para él quién es su Madre, y cómo esta Madre espejo, aparecerá junto a él para hacer el camino juntos, recibiendo maternidad y filiación, como gracia, misterio y complemento de humanismo.

En el segundo canto brilla esplendoroso, como lámpara que luce en la media noche, el Señor. Este es el título que más ha utilizado a lo largo de su vida fray Jesús. Cristo es el Señor. El Crucificado es el Señor. En todo, en quien se presenta sobre las aguas: Es el Señor.

Y este Hijo, Señor nuestro, es nacido de la Madre, y ha padecido junto a la Madre, y ha muerto en la presencia de la Madre. Quien contempla escenas, estas reales escenas llenas de realismo, de hundimiento y proclamación, no puede menos de agrietar su corazón hasta dejar entrar la mansedumbre, la ternura, la docilidad, la caridad hacia toda la Creación.

Leyendo la Mística Ciudad de Dios, junto a las escenas de la Madre se presenta al Hijo. Hay dolor, hay destrucción, hay pérdida, hay cruz, hay fracaso, hay sufrimiento. ¿Hay alguien que sufra más que el que ama junto a quien ama porque sufre muerte injusta, desprecio y burla?

Hay lecciones de humanismo, de comprender hasta dónde puede ser proscrito el ser humano; hasta dónde se puede rebajar el valor de la criatura si así es escupido el Varón de Dolores. No cabe extrañeza cuando se contempla al Hijo de la Madre, cuando se ven las espinas, las bofetadas, las risas, las burlas.

Por donde, contemplando en la lectura diaria, en el texto bíblico, en la composición de un místico, de una mística como sor María de Jesús, se puede llegar a la compasión, a entender el sufrimiento en uno mismo, la eucaristía como participación universal de la vida en el Viviente, el buscar espacios enormes de silencio para oír. No es necesario la multitud, sino el saber gustar la sabiduría. Los sencillos de corazón siempre dan con ello.

Haber pasado tantos años, más de cuarenta, leyendo el mismo libro, relata un caso de encuentro con la ciencia, con la búsqueda total, con el tesoro y la perla. Aquí, en el calor de estas páginas, Fray Jesús aprendió ciencia y calor, humildad y caridad extrema. Es la ejemplaridad del Señor, la cercanía, el encuentro con el ser humillado, pobre, de quien se siente salvado de las aguas, del mismo que teme aún perderse entre las borrascas que se levantan en alta mar y pueden engullir la barquichuela. La confianza será puesta en el Señor Salvador y en la Madre que siempre acude al hijo, junto al Hijo que clama en el abandono al Padre.

En el tercer canto el diapasón parece bajar de tono. Es la presentación de la Devoción y de las devociones. Como si un artista es estudiado en su enclave de obras grandes, y, de pronto, se describiese los materiales físicos con los que trabaja. No hay pérdida de detalle. Sin la defensa de la finca, sin la cerca de la viña, sin la poda, sin el trabajo de estercolar la huerta, no se podrá cosechar nada.

Dentro del ángulo de la Venida del Espíritu Santo está la respuesta a la llamada. Fray Jesús de la Cruz practica la meditación del Via Crucis, la lectura espiritual, el silencio físico, el Ángelus, el rezo del santo Rosario, la adoración eucarística, la amistad con los santos o la devoción amigable con los ángeles. Envolverse entre todos estos ciudadanos de la Mística Ciudad de Dios, es formar una amistad y familia de intimidad, de esperanza y fortaleza.

Cualquiera puede ver esta trilogía dentro de la Ciudad, Pero aun tendrá que rodear las murallas, pasear por los adarves, llegar hasta la plaza de armas o del homenaje, para entender la algarabía mística: ¿cómo este hombre tan metido dentro de la Ciudad sale continuamente a la periferia del peligro, del dolor, del desgarro? Porque el hombre interior, el que vive la íntima amistad con la Madre y el Señor no puede menos de salir a la comunión real del ser humano, humanizarse, y ayudar a todos, desde la comprensión, desde la caridad que ama y no sólo sirve.

Un libro que nos enmarca la ciudad de un místico, con sus pilares bien fijos en la Madre y el Señor, donde la vida se desarrolla en intimidad y al mismo tiempo en explosión hacia las obras. Orante, recogido, aprendiz, decidido y suelto con la libertad del Espíritu que siempre mueve a la originalidad y hacia la eclesialidad, hacia la Eucaristía y hacia la Fraternidad más universal.

Fr. Victorino Terradillos. OFM