¿Quién es Fray Jesús de la Cruz?

La alegría y bondad interior
le salía al exterior.
Al hablar de Fr. Jesús de la Cruz, nos situamos ante un religioso muy sencillo, humilde, fiel, sin estudios, nunca escribió ni predicó, sólo estuvo cargado de sencillez y bondad; fiel a sus principios practicó la caridad y vivió una vida de profunda fe cristiana, protegido y amparado por la Virgen María, de la que hizo una auténtica devoción de fidelidad y seguimiento.

Pero a pesar de sus limitaciones es un hombre querido, admirado, apreciado y buscado por todos, ricos, pobres, hombres de letras, sacerdotes y obispos, en él encontrarán al entrañable amigo, que con su forma de ser y hablar, les ganará el corazón y la admiración.

Fr. Jesús fue el religioso entregado para el Señor, donde brilla la fuerza misteriosa de un Dios providente que sigue vivo y actuante, con la fuerza transformadora de su gracia, siempre presente en aquel que le busca y deja que Dios se haga Dios en su vida. Y no es que Dios busque sólo al humilde y sencillo para que brille más su gracia, ésta brilla siempre, sino que es el humilde y el sencillo el que abre su vida para que entre la iluminación de Dios, haciendo de su pobre tiniebla iluminación que ilumina e imagen viva del Dios viviente.

Fr. Jesús en descanso y oración.
Fr. Jesús de la Cruz forma parte de ese grupo de personas que parten desde cero. Él no es ni tenía nada, pero se sintió seducido por la belleza de la sabiduría y la bondad del que lo es todo. El camino de la sabiduría como el de la perfección es largo, se hace en etapas; sólo el perseverante encuentra la recompensa de la sabiduría de Dios. El camino de Dios hace sabios a los que le andan. Este fue su caso.

En la medida en la que Fr. Jesús dejó que se encarna el espíritu sabio de la bondad, en el que buscaba con pureza la amistad de Dios, creció en él la fuerza misteriosa de ese saber que transforma la vida de la persona. Expresado místicamente: cuanta más entrega y pureza de fidelidad hay por saber de Dios, tanta mayor es la gracia y luz iluminativa que nos remite a la sabiduría y santidad de Dios. Cuando Fr. Jesús tomó la vida espiritual en serio, proyectando la santidad como ideal y aspiración de vida, comenzó a introducirse en la sabia revelación del misterio de Dios, dejando que fluyeran en él los dones del Espíritu como viva encarnación de la sabiduría divina.

Sonrisa y gesto típico de Fr. Jesús.
Es esa sabiduría de los místicos, aprendida en la meditación y recibida de lo alto como iluminación y gracia. Él la aprendió a los pies de la Virgen, escuchando enamorado la belleza de su vida. Por Ella le vino ese logos-místico escondido, que confiere al hombre de Dios la belleza perfecta de lo celeste. Por Ella y con Ella entró en el recinto de los amigos de Dios, quedando integrado en la familia de los auténticos hijos de Dios.

Y María le llevó a Cristo, en quien Dios se ha manifestado y se ha revelado como la Palabra del Padre. De esta forma, Cristo será para él su meta e ideal. Toda su vida se convertirá en vivo deseo de vivir “con Él, en Él y por Él”. Los pobres, los enfermos, los niños o los ancianos, serán para él objeto de predilección, porque en ellos ve y sirve a Cristo, por el que desea gastar la vida en su servicio.
Este podía ser un breve esquema de la vida de este religioso franciscano, que vivió apasionado de Dios y en fidelidad de entrega fraterna. Para que podamos conocerle mejor, entender o descubrir su espiritualidad en esa mística oculta, casi desconocida hasta de los suyos, intentaremos dar unas pinceladas de su biografía para que podamos conocer y entender mejor a este religioso.


Sus orígenes.

 

Fray Jesús nació en Buenos Aires, Argentina, el 3-XII-1911. Sus padres eran españoles, emigrantes por causas sociales. Apenas contaba con dos años de edad, cuando murió su madre, Teófila, del parto de su hermana pequeña Ester. Para su padre Joaquín fue el más duro golpe del que no se repondría. Viudo con tres hijos, Sara, Joaquín Carlos (Carlitos, Jesús después) y Ester; con edades de cuatro, dos años y Ester un mes. Hundido por el desaliento, decidió enviar su hijos a España con unos familiares que regresaban, para después de ganar un dinero volver él y unirse a sus hijos. Pero esto nunca llegó, ya que murió también allí.

Castillo de Arévalo (Ávila)
Repartidos entre los familiares los niños; Sara y Carlitos fueron con la abuela paterna, Engracia, que vivía en Arévalo, Ávila, mientras que Ester se la llevó una tía a Talavera de la Reina, Toledo. Arévalo fue para Carlitos su patria chica, como solía decir él.

Arévalo se convirtió para Carlitos en escenario de imborrables recuerdos, con una infancia tremendamente dura y sacrificada. La abuela Engracia, de carácter áspero y un genio endiablado, le trata con dureza e insultándole con palabras soeces inadecuadas para una mujer. La mayoría de las veces le imponía castigos fuertes, impropios de un niño. No sabemos por qué la abuela Engracia no le aceptó a Carlitos, quizá por discordancia con el hijo, el padre de Carlitos; el caso es que Carlitos para la abuela tenía la culpa de todo.

Esta aspereza unida a la falta del cariño materno, a Carlitos le hacía ser nervioso y hasta tartamudear por inseguridad. Motivo por el que se mofaban otros chicos de él, de los que tuvo que defenderse hasta con peleas de niños. Pero Carlitos le echaba coraje y los vencía. Ocasión por la que le llegaban más quejas a la abuela, quien aprovechaba la ocasión para castigarle más severamente.

Plaza de Arévalo (Ávila)
Como la abuela Engracia era poco de iglesia, Carlitos apenas recibía doctrina cristiana, la que comenzó por interesarse por su cuenta. A los siete años, por asistir a un acto religioso llegó más tarde a casa, cosa que la abuela aprovechó para darle un castigo ejemplar. Le esperaba con el palo en la mano y cuando llegó a casa sin pedir explicaciones comenzó el castigo. Carlitos para defenderse corría en torno a la mesa para evitar los palos. Sara, la hermana mayor le decía a la abuela: “¡Abuelita, no pegues a Carlitos, es sólo un niño y viene de la iglesia!” Pero la abuela estaba enfurecida y sólo se calmaba con el castigo. Viendo que esto le parecía poco castigo, le echó fuera de casa para que durmiera a la intemperie. Carlitos salió llorando y buscó donde pudo para pasar la noche.


Los castigos.

 

Esta escena se repitió con mucha frecuencia, según nos contó Fr. Jesús. Él, arropado con cartones o lo que encontraba, pasaba la noche rezando y llorando. “¡Cuánto me acordaba de mi madre, del cariño y las ternuras que tanto necesitaba! Ella desde el cielo me daba fuerzas para superar estas pruebas. A Dios le pedía llorando que se compadeciera de mí. En la oscuridad de la noche, en la soledad y el abandono aprendí a rezar y a pedir perdón y compasión. Esta fue la lección que mejor aprendí, como aprendí lo que era tener misericordia.

Como apenas dormía, de madrugada “me marchaba al pinar y cogía piñas y leña para el fogón de la abuela, de esta forma se contentaría y me perdonaría. Estas escenas se repitieron tanto que los vecinos enterados de mi situación, por la noche me abrían la puerta de la escalera para que al menos no pasara la noche a la inclemencia. En mis lágrimas presentía que también Dios sufría conmigo. Yo le pedía el remedio inmediato para que cambiara mi situación. El escuchó mi oración y a su debido tiempo me lo concedió”.

A pesar de ser duros estos castigos, para mí era aún más dura la ausencia de mi madre. No tener madre para un niño es el mayor castigo. Me daban envidia los niños compañeros que me hablaban de sus madres. A mí me faltaban los besos, las caricias y ternuras que sólo una madre puede dar. El recuerdo de mi madre quedó grabado profundamente en mi corazón. “¡Era cuando más la necesitaba!”


La muerte de su hermana Sara.

 

“Y por si fuera poco, cuando contaba ocho años murió mi hermana Sara que tenía diez años, de una terrible tuberculosis. Mi hermana me quería mucho. Como era mayor que yo se daba más cuenta de mi situación. En ella se manifestaban los instintos maternos de protegerme y ayudarme frente a los castigos y durezas de la abuela. Ella ocultaba mis defectos y me defendía ante la abuela. Era para mí “un verdadero ángel de bondad”. Y cuando más la necesitaba, Dios también se la llevó. Lloraba amargamente aquella pérdida y no encontraba respuestas a mi dolor. Me preguntaba por qué se había muerto mi hermana, por qué Dios se la había llevado si yo la necesitaba más. Pero Dios que sentía aún más dolor, consolaba mi llanto y modelaba mi corazón, preparándome como “el alfarero que trabaja su barro para hacer un vaso nuevo”.

Aquel trauma unido a la pobreza y escasez en la que vivíamos me obligó a tener que buscar trabajo para aportar medios de subsistencia. Sin poder concluir mis estudios primarios, a los diez años me acogieron en una ferretería de la calle Calzados. Los dueños me trataron como a uno de su familia. Esto fue mi salvación. Me enseñaron a rezar el rosario, ir a misa y me prepararon para la comunión. Sus consejos y su ayuda fueron providentes. Recordando su bondad me defendí de compañeros de la ferretería, que robaban herramientas para sus vicios y querían que yo hiciera lo mismo para no delatarlos. Pero por su bondad no me dejé seducir y me mantuve honrado, pues de seguir aquellos malos ejemplos hubiera cambiado mi vida totalmente.


Los años jóvenes.

 

A los 15 años me confirmé y la preparación me abrió caminos en la iglesia de gran valor moral y espiritual. Entré en la Acción Católica y después en la Oración Nocturna y comencé a sentir el deseo de integrarme en la Iglesia. Allí conocí a personas y compañero de gran valor, como a Emilio Romero, que fue gran escritor y director de periódicos, con él fue a los pueblos vecinos a dar clase de catequesis y preparar a otros jóvenes, para que se integraran en la Acción Católica.

Fue esta una etapa muy positiva e importante para mí. A los diez y ocho años me sentía responsable y enrollado en un grupo de jóvenes cristianos que sentían inquietud en la Iglesia, a pesar de la situación tan difícil que se vivía en ese tiempo. En el grupo conocí a una joven de gran valor espiritual, con la que comencé a salir y entablar una relación, hasta terminar siendo novios formales con proyección a formar un hogar cristiano, si esta era la voluntad de Dios.

Con mis veintitrés años, con un trabajo estable, me sentía seguro y quería dar pasos preparando un futuro de vida. La abuela con el tiempo había ido cambiando y ya me respetaba, aunque tenía el poder familiar sobre mí. Conocía que salía con Antolina y me decía que la dejara. Por eso, tomé la decisión de decirla que me quería casar con ella. Ante esto, la abuela montó en cólera y muy enfadada me dijo: “no te casarás con ella, antes pasarás por encima de mi cadáver”. Aquello me hizo temblar y reflexionar. Pensé que era Dios el que hablaba por ella, pues en mi interior también había llamadas al seguimiento religioso. Ante esto la dije: “mi respuesta es que si no me caso con ella, entonces me marcho de religioso franciscano. Escoja lo que crea mejor”. Y la abuela, aunque no era piadosa, vio bien esta decisión de ser franciscano. Afronté el problema de mi decisión con Antolina en diálogo sereno y aunque fue muy duro para ella, apoyó mi decisión para que siguiera la voluntad del Señor.
Dios llegó a vida en el momento preciso. No quería que tomara otra decisión. Había escuchado mi petición en las noches de llanto y dolor y ahora la abuela que fue el instrumento de duras pruebas, Dios la eligió para que por ella me viniera el toque de llamada. El me había elegido para otra misión y no quería que emprendiera otro camino. Dios tomaba a cargo mi vida. No le podía fallar”.


Ingreso en la vida religiosa.

 

Santuario y casa de noviciado de San Pedro de
Alcántara. Arenas de San Pedro.
En septiembre de 1935, cuando la situación política en España ardía y estaba a punto de estallar la guerra civil, Carlitos ingresó en el Santuario de Arenas de San Pedro. Entrar en la vida religiosa en ese momento terrible era una provocación y un reto al martirio, pero Carlitos estaba decidido. Comenzó el postulantado para hermano no clérigo, y en 19 de junio de 1936 ingresó en el noviciado. Era el momento en el que estaba a punto de estallar la guerra.

En la toma de hábito para ingresar en la vida religiosa, cambió su nombre de Joaquín Carlos por el de Fr. Jesús de la Cruz. Quiso que este nombre y apellido le acompañaran toda su vida. Fue una inspiración que se convirtió en símbolo de su vida. Quiso llevar el nombre de Jesús y la cruz para identificarse con Cristo y ser su imitador.

Macizo de Gredos. El Boquerón.
Tan sólo un mes después estalló la guerra y los religiosos de Arenas de San Pedro, 10 novicios y 8 religiosos profesos, tuvieron que huir de modo precipitado para no ser fusilados allí por los milicianos. El P. Santiago Biedma, que era maestro de novicios y se encontraba enfermo, se quedó en el sanatorio de la Parra y fue fusilado al día siguiente de salir. La comunidad estaba en camino hacia Ávila que era zona nacional y había que cruzar Gredos por lo más escarpado de la zona y de noche, para no ser vistos por milicianos que les buscaban para fusilarlos. Fue toda una odisea, ya que algunos religiosos eran muy mayores. Fr. Jesús tuvo que subir a la espalda al P. Vandellós que era mayor. Con gran esfuerzo y peligro lograron coronar la cima sin ser vistos. Pero cuando todo parecía una victoria, los soldados nacionales los estaban observando y cuando llegaron al pueblo de La Hija de Dios les detuvieron. Su aspecto desarrapado, el hambre y el cansancio les delataba a pesar de decir que eran religiosos de San Pedro, les acusaban de traidores y rojos camuflados. El Jefe de mando mandó preparar el pelotón para fusilarlos. Pero la Providencia de Dios actuó con éxito. Uno de los soldados era de Arévalo y conoció a Fr. Jesús, quién gritó: “Pero si tú eres Carlitos”, compañero en Arévalo. Lo que hizo desistir al Jefe y comprobar la verdad y comunicándose con el convento de San Antonio de Ávila. Algunos dicen que fue un milagro que Dios obró por mediación de Fr. Jesús.

Un mes más tarde pudieron volver al noviciado de Arenas donde profesó el 10 de octubre de 1937.


La forja de virtudes.

 

Capilla Real de S. Pedro.
Altar y sarcófago con las reliquias.
Terminado el noviciado Fr. Jesús comenzó a vivir el ideal franciscano centrándose en la observancia y práctica de la vida religiosa, viviendo las virtudes evangélicas en grado de perfección. Tomó a San Pedro de Alcántara por modelo y quiso imitarle en todo. Comenzó un proceso de total conversión en el que tenía por meta la santidad. Eran unos años de guerra, persecución y martirio para muchos religiosos. Todos estaban preparados para el martirio y lo deseaban para dar testimonio de fe, ante la ola de ateísmo y de odio que sembraba el comunismo contra la Iglesia.

Concluida la contienda española y normalizada la vida religiosa, Fr. Jesús se sentía feliz en Arenas viviendo el silencio y la soledad del retiro, centrado en su vida espiritual en la que cada día hacía más progresos. Estaba echando los cimientos sobre los que construiría la sólida catedral de su santidad. Los proyectos de su hombre nuevo, cimentados en la vida de oración y meditación, renacían cada día con más fuerza de vida espiritual. Los muchos dones que recibió de Dios le servirán de ocasión para amar mejor y servir a los hermanos. La penitencia y la mortificación las practicará con rigor para mortificar la carne y dominar las pasiones. La vida centrada en Dios hace que la presencia de Dios sea activa y patente ante los demás. Su progreso y grado de perfección se hace visible a los superiores, quienes acuden a él para encomendarle cosas espirituales y para que pida gracias y favores encomendados, pues sus oraciones obtienen muchas gracias del cielo.

Fr. Jesús se santiguaba
con profundo respeto.
En este tiempo descubre providencialmente el libro: La Mística Ciudad de Dios, de Sor María Jesús de Ágreda, que es la vida de la Virgen María, contada con gran belleza mística, donde se resalta la obra cumbre del Altísimo, puesta en lo más alto como morada de Dios, y cimentada con toda las virtudes, gracias y dones celestes, como merece quien nos traerá al Mesías y será la Madre del Hijo de Dios. Este libro será el libro de su vida, pues en él descubrió a la Madre del cielo, que la hizo también de la tierra. Con esta obra progresó extraordinariamente en la virtud y perfección religiosa, transformando su vida en una ardiente y fervorosa devoción a la Virgen María, de la que hablará con tanta pasión espiritual que llorará emocionado hasta lograr emocionar a sus oyentes.

Este tiempo vivido en Arenas fundamentó su vida y se hizo reflejo de sus ideales, viviendo día a día la perfección y construyendo la vida de la santidad. Su meta era la santidad. Por eso estaba centrado en Dios. Su vivir era un vivir para Cristo, santificando la vida según el modelo de Cristo. Y en la medida que se hace la travesía de la conversión, se adentra uno en la santidad que libera y purifica en verdadera catarsis, recuperando la prístina imagen del retrato de Dios. Sin que se diera cuenta, había comenzado el tiempo de la gracia, como don y signo de santidad.

Fr. Jesús recibiendo al Señor.
Sólo cuando se vive y se gusta la santidad de Dios, se entra en temor y temblor de perderla. A Fr. Jesús el misterio de Dios le sobrepasaba. Cuanto más lo meditaba, más envuelto y circundado se veía en el misterio divino. Dios totalizaba su vida. Desde su pobreza y pequeñez de criatura se preguntaba cómo llegar a la infinita inmensidad de Dios. “Solo el hombre de manos inocentes y puro corazón subirá al monte del Señor”, dice el salmista (Sal. 23, 3-4).

Esto hizo que su vida diera un giro de ciento ochenta grados. Comenzó en él un crecimiento de inocencia, como signo y presencia de la cercanía de Dios. La sencillez, la simplicidad, la candidez y la ternura, de una forma más especial, la humildad y compasión, comenzaron hacerse naturales en él, Había comenzado la muerte del hombre viejo, al tiempo que resucitaba en él y se encarnaba el hombre nuevo. En estas estaba cuando le llegó la obediencia de su traslado a Madrid como morador.


Al servicio de los pobres. Morador en Madrid. 1944-1955.

 

Este traslado suponía cambiar la paz del silencio, la contemplación y el retiro de Arenas, por otro tipo de vida totalmente diferente. Ahora tendría que vivir una vida activa, social, en medio de las gentes, dando testimonio de la vida evangélica y viviendo el amor-caridad como un servicio testimonial religioso.

Casa y Santuario de San Antonio,
neo-mudéjar de 1927.
Para Fr. Jesús todos los lugares eran templos de santificación y más si son entre los hermanos pobres, donde Dios está más presente. No obstante, dejar la espiritualidad contemplativa favorecida por la mística del retiro, donde todo colabora a la unión íntima con Dios, para cambiarla por la imagen opuesta y en contacto más inmediato con las personas, le resultaba más costoso, y aún más, conociendo sus propias limitaciones. Ahora tendría que aprender a mirar, a ver las cosas desde el lado de Dios, haciendo teocéntrica la vista. Esto le costaría, pero él se propuso vencerlo con ascetismo y voluntad.

Vino a Madrid para ser sacristán de la iglesia, cargo importante para este santuario en aquel tiempo. En 1944, apenas terminada la guerra, en Madrid abundaban los pobres en las puertas de las iglesias. Eran años duros y de hambre. Ante aquellas escenas de pobreza, Fr. Jesús se volcó en ayudas de caridad. La voz entre los pobres se corrió como la pólvora y acudían todos a él para que les socorriera. Él no se quedó impasible, acudía a quien podía darle para socorrerles con lo que conseguía: ropas, alimentos y otras necesidades; sobre todo, tuvo que arreglarles las casas, el agua, la cocina, los servicios. Dios le dotó de una habilidad especial para hacer todo cuanto se ponía. Así, Fr. Jesús se convirtió en albañil de pobres, fontanero gratis, electricista y pintor que regalaba hasta el material. Para algunos era ver el cielo abierto al consuelo y el remedio. Los frailes y las gentes le veían de un lado para otro con la caja de herramientas durante la siesta o el tiempo libre. No tenía tiempo ni para dormir, pues este le empleaba para sus rezos y devociones que cuidaba mucho. Hasta los frailes se preguntaban dónde sacaba tiempo para hacer dentro y fuera todo lo que hacía.

La vida de Madrid la convirtió en un gran apostolado. En la iglesia puso todo el esmero para que todo estuviera como corresponde a la casa de Dios. Él dirigía los rezos de novenas y rosarios y la gente acudía enfervorizada por verle cómo rezaba y el fervor que ponía. Algunos decían que con sólo verle hacer la genuflexión ante el sagrario, entraba fervor. Y cuando le veían en oración, centrado en sí mismo y aislado de todo, les entraban ganas de imitarle.

Fr. Jesús ayudando a misa y a dar la comunión.
Establece también una catequesis con los pobres para que no sea sólo pan y limosna, que la Palabra de Dios sea lo primero. Y no sólo la catequesis la realiza con los pobres, también a los ricos y letrados les encanta el hablar con él y escucharle. Sobre todo desean que les hable de la Virgen como él lo sabe hacer, pues no sólo les enfervorizaba sino que les hacía volver a vivir y practicar devociones ya olvidadas. Era una catequesis para todos, pues él no podía predicar, ya que no era clérigo, pero lo hacía como él sabía, con el ejemplo y testimonio de su vida. Predicaba hasta con las manos, nos dicen algunos, pues tenía unas manos de artista que las movía con una elegancia y armonía, que parecía que estaban predicando.

Esta primera estancia en Madrid fue de gran importancia apostólica y misionera. Al contacto con las gentes, conoció sus problemas y les ayudó en su proceso de conversión. Descubrió la crudeza del mundo de los pobres, los enfermos y los necesitados, de ahí que para ellos trabajará con gusto y les servirá, sabiendo que es a Cristo al que se lo hace.


Nueva etapa en Arenas 1955—1962.

 

Santuario de San Pedro de Alcántara.
Arenas de San Pedro.
Volver a Arenas para él, era como volver a la tierra prometida que mana leche y miel de prosperidad espiritual, centrar la vida en el espíritu, en la penitencia interior, abriendo el campo a la oración y meditación, era lo que más deseaba.

Venía para ser maestro de postulantes, ya que aquel tiempo estaba bendecido con abundancia de vocaciones. Él, más que enseñar venía a ser testigo y ejemplo de cómo vivir la vida religiosa. Lo que más convence siempre es el ejemplo unido al testimonio de vida. Esto es lo que él sabía hacer. Aunque fue por poco tiempo maestro, pues decidieron los superiores trasladar a Pastrana el postulantado de hermanos no clérigos, con el fin de que recibieran una formación más adecuada.

En Arenas centró de nuevo su vida en el proceso de conversión. Aunque siempre tenía trabajo, y si no se lo inventaba, ahora podía centrarse más en la vida interior. Fue un tiempo rico en oración, en penitencia, en meditación, en profundizar en la vida espiritual. La Mística Ciudad de Dios, le hace crecer en fervor y conocimiento de la Virgen, vive la autentica filiación de María y su espíritu le hace hablar de la Virgen como un verdadero predicador.

Reproducción de la celda de S. Pedro de Alcántara construida por Fr. Jesús en Arenas.

La fiel devoción adquirida con San Pedro de Alcántara, le hacer practicar la penitencia y mortificación. Reprodujo en Arenas la celda del santo que hay en el Palancar y allí pasará las noches unido místicamente al Señor, abrazado al sacrificio para imitar a Cristo en el sufrimiento, queriendo parecerse en todo al santo alcantarino.

Forma de dormir en
la celda de S. Pedro.
Y junto a la oración y penitencia unió el trabajo. La huerta corre a su cargo, ya que de ella se sacaban alimentos para la comunidad. Hizo arreglos por los exteriores del convento, servicios y duchas para la casa, puso luz eléctrica, arregló fachadas, cercos, aceras del todo el convento para evitar humedades, y está disponible para todos los trabajos que le encomienden. Realmente desarrolló una labor de gran repercusión para el convento.

La labor emprendida en Madrid con los pobres y enfermos, será para él un apostolado a seguir de por vida. Bajaba a Arenas a visitar a pobres, ancianos y enfermos, llevándoles las cosas que necesitan y que él podía adquirir. Por los años 1958-60, a los más necesitados les compró cocina, o lavadora, utensilios y sobre todo les arregló su casita pobre, les puso agua corriente, servicios, duchas, lo que necesitaban y él podía hacer. La gente del pueblo le admira por su labor y su entrega, pero más aún le admiran por su vida espiritual, al que comienzan a llamarle el segundo San Pedro de Alcántara, con el que se configura tanto en lo espiritual como en lo físico. Habla con las gentes que suben a visitar el santo y a todos les hace una catequesis espiritual. El proceso de conversión y santificación fue en continuo ascesis.


Pastrana. 1962—1968.

 

Convento y vega de Pastrana.
Pastrana (Guadalajara), donde se encontraba el seminario menor, había comenzado una etapa de crecimiento de seminaristas y necesitaban urgentemente un cocinero para los 160 seminaristas, más religiosos de comunidad y postulantes para hermanos no clérigos, un total de casi unos 200 aproximadamente. Era un trabajo duro y más por los malos medios con que trabajaba, leña, carbón y escasa comida.

Pero él se multiplicaba y todo estaba a su punto. Años más tarde se valoró su trabajo. A él se le dedicó a la zapatería, porque los seminaristas que jugaban al futbol, rompían las botas y calzado y no podían andar descalzos. Cada semana llegaban a su oficina alrededor de cien zapatos. Y él, aunque tenía encomendado otros trabajos de la comunidad, sacaba tiempo para tenerlos arreglados cada semana. Los seminaristas comenzaron a decir: “Fr. Jesús hace milagros todas las semanas”. Tenía una habilidad en sus manos que desarrollaba un trabajo increíble, con una inventiva que tenía siempre solución para todo, era realmente ingenioso, un inventor nato.

Lo más importante lo realizó viviendo una vida en total conversión y santificación. Aquí pasa las noches de oración en las ermitas de San Juan de la Cruz haciendo penitencia; vive la austeridad y la pobreza, el recogimiento de una vida dedicada para Dios.

Fr. Jesús ayudando a los humildes.
Aún saca tiempo para ir al pueblo a visitar a pobres, enfermos y necesitados. A los que igualmente que en otros sitios les lleva ropa, mantas, comida, utensilios y les arregla sus casitas o cabañas de los más pobres. Fernando, unos de los cocineros del seminario, le acompañó alguna vez y quedó enteramente convertido. Él presenció una escena que le ha hecho llorar muchas veces. Visitaba la cabaña de un enfermo y le llevaba comida y ropa. Un día llegaron y estaba borracho tendido en el suelo en un montón de heces con un olor hediendo. Fernando no pudo entrar pues aquello le echó para atrás, pero Fr. Jesús corrió al enfermo, le abrazó, le besó y le limpió hasta dejarle repuesto. Salió a fuera donde estaba Fernando y le habló del amor caritativo que Dios tiene con nosotros; el mismo Fernando dice que parecía que le estaba hablando un ángel. “Que Dios nos libre a nosotros de caer en pecados peores”, fue su última reflexión. La gente de Pastrana, comenzó a llamarle “el santo”, “ahí va el santo”, decían y le querían y veneraban por el amor que daba a todos.

Por todo el convento han quedado sus obras de albañilería como recuerdo a su paso por este lugar. Muros, escaleras, paredes tapiales, paseos, arreglo de ermitas, de celdas, cañerías de agua y un largo etc., que dan testimonio de su gran labor realizada por donde pasó. Nunca la ociosidad tuvo ocasión de cogerle distraído y vencerle. También en Pastrana dejó ejemplos admirables impregnados del suave gusto del olor que dejan los santos.


Madrid de nuevo. 1968—1973. 

 

También en Madrid necesitaban un cocinero que sustituyera a Fr. Félix Burgos que marchaba a Roma. No es que a Fr. Jesús le gustara la cocina o fuera un cocinero especial, él hacía todos los oficios con gusto y en todos ponía el alma, él santificó todos los trabajos, pues en todos servía al Señor.

Fr. Jesús con la gente buena y sencilla del barrio.
La puntualidad de la cocina y el servicio de la casa, no fueron obstáculo para que encontrara tiempo para dedicarse a sus pobres y necesitados. Los pobres constituirían la misión apostólica de toda su vida. Sabía que Cristo sufría en ellos la terrible humillación de la pobreza. La mayoría de las veces ésta viene acompañada de otras desgracias, ya que casi siempre va unida a ella la pobreza moral y cultural, que les priva de recursos y en cambio abundan con creces las desgracias. Fr. Jesús sufría ante estas situaciones y luchaba por remediarlas. En este tiempo incluso le solicitan la ayuda hasta los drogadictos. Él los hablaba con cariño, pero esto no era suficiente para que ellos vendieran y robaran las cosas para obtener su droga. La oración no faltó, pero se dio cuenta que existen problemas que sin colaboración hay difícil solución.

Invitado a pasar unos días de descanso por el P. Manuel Prieto, a su pueblo, Riofrío de Órbigo (León), las gentes sencillas, cuando vieron aquella figura de anacoreta vestido de Franciscano, creían ver a un santo de otros tiempos. Los niños y los mayores quedaban admirados de lo que hacía y decía. Los niños le rodeaban admirados, él dialogaba, les daba caramelos y consejos de comportamiento. Su forma de estar en la iglesia y rezar les encendía en fervor. Enseguida se dieron cuenta que era un hombre de Dios y le decían “santo”.

Fr. Jesús
dando a besar el Niño Jesús.
Tenía un don de gentes que fácilmente conectaba con todos, a todos los admiraba y quería a todos, les decía que ellos eran los buenos. A los frailes les decía muchas veces que ellos cruzaban el mar de la vida en transatlántico, mientras él lo hacía en una pequeña tablilla que en cualquier momento se podía hundir. Él se veía malo por no saber corresponder como el Señor le pedía. Pero él estaba totalmente habitado por Dios, se sentía inundado por la fuerza de lo alto. En la medida que crecía su fidelidad, se hacía más visible en él la realidad transcendente, manifestada en la relación y viva presencia de Dios en la que él vivía. Su misma figura se volvió un fiel icono de fe, donde Dios se revelaba y se hacía transparente, disponible, entregado, mano caritativa y providente para los demás.

Nada de extraño que acudieran todos a él de forma especial los pobres, que le solicitaban para todo. Recuerdo que visitaba Alcalá de Henares donde yo estaba aquellos años y allí se hizo oír inmediatamente. Los pobres, los enfermos, los niños, los ancianos, los fieles de la parroquia, las monjas... todos le admiraban, le querían, le reclamaban como algo que les pertenecía. Su recuerdo sigue vivo en ellos y todos le consideraban como un hombre de Dios, un “santo”. El sin ser predicador se convirtió en un evangelizador del testimonio y de la humilde palabra, pero tan llena de fuerza y pasión que convencía a todos.


Arenas, etapa final. 1973—1998.

 

Como el gran atleta que corre la etapa de la vida y ve la victoria de la meta final al alcance de la mano, así llegó Fr. Jesús de nuevo a su querido Arenas de San Pedro. Ahora llegaba cargado de años, de madurez, de sensatez, de experiencia de vida, los años le habían transformado; en su interior ardía un fuego abrasador por volver a la vida íntima, por abrirse al encuentro místico espiritual, por llenar su vida de la presencia amorosa del Padre de las misericordias.

Fr. Jesús paseando en la huerta.
Venia como jubilado, pero para él no había jubilación, había ejercido todos los trabajos en su vida y podía hacer de todo. La vida es una meta intensa sin descanso hasta llegar al Padre. Por eso él siguió trabajando en lo que podía, pero sobre todo se dedicó con más intensidad a la vida espiritual, a la meditación, al rezo de devociones, a la lectura santa, a todo lo que le mantuviera unido a Dios. Esto le ganó no sólo la admiración de los de casa sino también de los de fuera. Algunos por su forma de ser y vivir comenzaron a llamarle “el Venerable”, “el Bendito Fr. Jesús”. Era una forma cariñosa de calificarle y reconocer la bondad acumulada en él.

Hay una vivencia espiritual que a lo largo de la vida fue como el eje de toda su esencia, ese pilar espiritual le ocupó la Virgen María, la MADRE. Desde niño sintió la ardiente necesidad de la madre y él la encontró en la Virgen María. Su gran pasión, su amor loco, lo depositó en la Virgen María, a la que hizo dueña de toda su vida. Vivió con los ojos y el alma puestos en Ella. De sus labios salían palabras enfervorizadas para la Madre. Hablar de la Madre era como poner el alma en cielo, no sólo decía cosas admirables aprendidas en su libro “La Mística Ciudad de Dios”, sino que se apasionaba, gritaba hasta emocionarse y llorar como el que ya no puede contener tanto gozo de emoción. Los que le escuchaban también terminaban como él. Había algo misterioso en él que era contagioso.

Fr. Jesús el Venerable
Por Arenas pasaron en su tiempo muchas personalidades, ya que es un lugar de retiro y espiritualidad. Todos los que le trataron hablan de él en el mismo sentido. Son muchos los Obispos que frecuentaban ese lugar para retiro. Con él intimaron D. Marcelo González, arzobispo y cardenal de Toledo, quien le gustaba dialogar con Fr. Jesús para hablar de la Virgen y el que dijo a los frailes: “cuidad de este fraile, que es un santo de pies a cabeza”. Y Mons. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, que sentía gran simpatía por él y Fr Jesús le admiraba y sentía predilección por él. Mons. Jesús San Montes, arzobispo de Oviedo, le conoció desde novicio y siempre le admiró y de él conserva los más gratos recuerdos. Otro tanto se puede decir de Mons. Domingo Oropesa, obispo en la diócesis de Cienfuegos en Cuba. Como de Mons. Demetrio Fernández. Obispo de Tarazona, o de Mons. Felipe Fernández García, siendo obispo de Ávila. Y los obispos eméritos: D. Rafael Torrija, D. Delicado Baeza. D. Alberto Iniesta. D. Uriarte Goricelaya, D. Alfonso Millán y otros más. No podemos olvidar a personalidades como D. Baldomero Jiménez, D. José Rivera y un largo etc., todos ellos intimaron con él y a todos les dejó un grato recuerdo de buen religioso y enamorado de la Virgen.

Fr. Jesús hecho ternura y amor compartidos.

Y aquel varón fuerte, trabajador, emprendedor, autodidacta, apasionado, disponible para todos, amigo de pobres y enfermos, de niños y ancianos, ahora se veía limitado, necesitado de un bastón que le ayudara a caminar. Presentía la llegada del Padre celeste. Toda su vida fue una preparación para la llegada del Señor. Él lo deseaba ardientemente. Para la preparación del viaje pidió al Guardián que le ungiera con el sacramento del óleo. Pidió perdón a la comunidad de todos sus pecados y malos ejemplos que hubiera dado, y absuelto recibió la sagrada Eucaristía y santa unción. Pasó la vista por todos y cada uno de los hermanos allí presentes, como abrazándoles y dándoles su último adiós. Todos sentían gran tristeza por lo que era ya irremediable. Fr. Jesús, serenamente abrió su alma al Padre que llegaba para darle el premio de los justo. Y como el que entra en un dulce sueño, se fue apagando su vida hasta entregarla en total donación de amor al Padre.

La faz de Fr. Jesús en reposo y oración.
Eran las dos de la madrugada del 9 de abril de 1998, ese año era Jueves Santo, el día la eucaristía, del amor y la caridad. Él la repartió durante toda su vida. Ahora era el Padre el que se hacía todo amor y caridad para él. Era su Pascua, el paso de Dios. Descanse en paz.

Todos los asistentes a su sepelio, como el día del funeral, –el 10-IV-1998-, presidido por Mons. Ricardo Blázquez y un gran número de sacerdotes y religiosos de la comarca, como los mismos fieles, sentían la ausencia del amigo. Todos manifestaban los mismos sentimientos: “hemos perdido a un santo”, “se nos ha ido el Venerable”. Dios sea bendito. Pero su recuerdo aún sigue vivo entre nosotros. Los santos no mueren, viven eternamente.