2. En busca de la santidad

A LA ESCUCHA DE DIOS


La vida interior de toda persona que aspira a la santidad, está llena de acontecimientos espirituales que marcan el proceso de su vida. El que gusta a Dios ya no puede vivir sin Él. El saber de Dios, como el saber místico están encaminados a obtener la experiencia de lo divino. Conocer esas experiencias será entrar en la vida misma de la persona. Y en la medida en que conocemos mejor al místico, no sólo le hacemos más cercano, sino que nos identificarnos más con él, penetramos en su interior, nos introducimos en el misterio de su vida.

Primordialmente el ser humano es sobre todo interioridad, comunión y experiencia con el espíritu. El permanecer fiel en el espíritu, es estar en continua escucha de la voluntad de Dios, tratando de ponerla fielmente en práctica. El proceso de espiritualización de una persona se inicia desde el momento en que se pone bajo la acción del Espíritu y se deja conducir por Él. Cuando se inicia este camino, el hombre recupera la imagen del "hombre nuevo", como auténtico hijo de Dios redimido, al tiempo que se adentra en ese proceso de trascendencia, bajo la acción transformadora del mismo Dios.

Este es el caso de Fr. Jesús de la Cruz, religioso franciscano, del que queremos presentar y conocer su espiritualidad, como un camino de perfección. Por ser un hombre sencillo y sin letras, su repercusión externa, tal vez permanezca en el anonimato, pero el humilde y sencillo ante Dios es el que más cuenta, porque ha dejado que Dios se proyecte en él y se realice en su humilde silencio, permitiendo que obre en él las maravillas de su Espíritu. El respeto y el silencio ante lo sagrado es ya una experiencia de Dios. Fr. Jesús fue uno de los que supieron construir su vida sobre la roca firme del evangelio, permaneciendo desde la juventud, integrado fielmente en la voluntad del Señor, viviendo una vida sencilla pero en total progreso espiritual.

Su biografía "Vivir con Pasión", nos le da a conocer como un hombre enteramente apasionado de Cristo y de la Virgen María, la MADRE. Pero ese relato de su vida verdaderamente apasionada, apenas nos da unas breves pinceladas de su espiritualidad. No podemos quedarnos en el simple fragmento, como si fuera la unidad del Todo. Y a la hora de la verdad, lo que cuenta de la persona es el espíritu interior que vive en él formando un Todo, esa fuerza trasformadora que le ha hecho amigo de Dios. Todo esto nos despierta interés por conocerle mejor, saber más de la vida y espiritualidad tan fecunda y ardiente, de este religioso franciscano que tanto fervor comunicaba a las personas sencillas que le conocían, y que incluso a los letrados les llamaba la atención, infundiéndoles también a ellos estados de fervor.

Un testigo fiel que le conoció, Monseñor Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, le describe perfectamente:
"Fr. Jesús era, por temperamento, todo lo contrario de una persona indolente, descuidada e indiferente; era por naturaleza apasionado. Se podía percibir fácilmente su brío interior, su decisión sin doblez, su pasión sin tibieza. Era un amante de la verdad con apasionamiento. La verdad y el amor de Dios, de nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen y de la Iglesia eran creídas y vividas con decisión y entereza. La mediocridad no cabía ni en su cuerpo ni en su espíritu. Vivía a carta cabal la fe, la fidelidad, el amor, el dominio de sí mismo, la servicialidad, la oración; nunca rebajaba para él el esfuerzo por el dominio de sí mismo, la exigencia del Señor a entrar por la puerta estrecha; pero al mismo tiempo era una perfección no hiriente para nadie sino respetuosa de los demás. La verdad en la que estaba como asentado no se traducía en denuncia insultante sino en invitación amable a otros. Era profundamente piadoso; en la capilla se sentaba siempre en un rincón, como eligiendo el último lugar; así la distancia exterior le facilitaba la concentración orante. Como escribió el apóstol San Pablo de sí mismo (cf. Fil 3,4-14), podemos decir del hermano Jesús que el apasionamiento característico de su temperamento, cuando Dios ocupó el centro de su corazón, fue reorientado diligentemente a la causa de Dios".(Nota)


La fuerza interior de la palabra.


Dado el interés que ha despertado este religioso, queremos también, conocer el grado de espiritualidad y su proceso, como la fuente o génesis que le llevó a vivir esa grata experiencia de Dios. Intentaremos conocer esa fuerza interior que emana de su vida, que genera en el universo de nuestros deseos, como ese abismo de introducirnos en las aguas de su espiritualidad. El hombre místico nos atrae siempre, porque queremos entrar en su cosmos interior con el que está unido a Dios, adentrarnos en la íntima comunión y vivos sentimientos de filiación divina a la que ha llegado él. En el caso de Fr. Jesús, también hay hambre primordial por conocer ese amor apasionado que le llevó a Cristo y a la Virgen María: la Madre.

El sabio nos atrae por su sabiduría, como a su vez la fuerza del sencillo y el humilde nos seduce en su bondad, ya que este, sin la ciencia del sabio y con el sólo saber espiritual, ha alcanzado conocimientos y vivencias teológicas de tan alta perfección, que muchas veces superan al sabio. En el caso de Fr. Jesús algunos observan y se preguntan, ¿dónde bebió esa agua pura de conocimientos que el sabio no alcanza? Más aún, ¿qué poder tenía esa ciencia que transformó totalmente su vida, llenándola de ardiente frescura y vivos sentimientos, realizados con obras de caridad en el hermano, especialmente en el pobre y el enfermo, en quien veía a Cristo?

Hay que reconocer que la ciencia del espíritu es la que siempre nos sorprende, porque va más lejos de nuestro pobre saber. Penetrar en el mundo del espíritu es un misterio, porque es entrar y penetrar en el conocimiento de la mente creada por Dios. Ver a Dios, conocer a Dios, introducirse en el enigma de lo sagrado y de lo santo, es hacerse misterio con Dios, que sólo es posible desde la gracia y la manifestación de Dios.

Lo que intentamos en estas páginas, es entrar en el ambiente de su corazón puro y fiel, es decir, en ese interior de gracia en el que vivió nuestro hermano Fr. Jesús. De esta forma entenderemos mejor su ideal de santidad reflejado en su mente de gracia, la que despertaba en su espíritu, el gusto y la sensibilidad por identificarse con lo santo y lo sagrado, en conexión con el Espíritu mismo de Dios. Su forma de vida, nos adentrará en ese "buen gusto" de los santos, del que dice San Pablo: "Somos como el buen olor de Cristo para Dios" (2 Cor. 2,15); como también, entraremos en el ambiente sacramental en el que ellos vivieron y se movieron, mostrándonos con sus vidas la experiencia del apóstol San Juan cuando dice. "Lo que vimos y oímos, lo que tocaron nuestras manos, al Verbo de la Vida; eso es lo que os manifestamos" (1 Jn. 1, 1).

Fr. Jesús, al igual que el hombre justo y bueno del evangelio, en el fondo íntimo de su alma, veía a Dios desde su mente, le sentía y le palpaba a través del gusto espiritual que Dios le infundía, con el que iba educándose y convirtiéndose en hombre de gracia, a la vez que crecía en deseos íntimos de vivir su relación de amistad, de la que él nos decía con el salmo: "Gustad y ved que bueno es el Señor" (Sal. 33, 9).

Lo que veremos mejor en la espiritualidad de Fr. Jesús es esa vida de fe, vivida en ardiente Espíritu, que era un gran don de Dios en él, como lo era la visión y experiencia a la que accedió por la fe, los sacramentos y su esfuerzo personal. Será una visión global de toda la realidad de su vida en la que está: Dios, como su centro; el mundo en el que vive y se realiza; y el desarrollo de su persona en el que se sitúa e introduce, por una manera expresa de vivir la manifestación de Dios, presente para él, en Cristo, la Virgen María y los santos, como presencias reales de Dios, apoyado siempre por la palabra revelada de la Escritura, y expresada en la vida nueva del Espíritu.


Y la Palabra dio fruto en él.


Desde el comienzo de la vida religiosa, Fr. Jesús abrió su espíritu a la escucha de Dios en su Palabra. Esa escucha le llevó a gustar y comprender, que su gracia le despertaba el amor santo. Este amor, le hacía saborear con gusto las cosas de Dios, le llenaba de riqueza, de armonía y equilibrio espiritual, creando en él una apasionada búsqueda en el discernimiento de Cristo, guiado y atraído por el amor ardiente de la Madre.

Ya desde su inicio de vida consagrada, nos dicen los que le conocieron, Fr. Jesús tenía hambre de Dios, quería y deseaba ser santo. Por eso, se abrió a la Palabra y los sacramentos, como medio y unión vivificadora con el Espíritu. Nada de extraño el que quisiera copiar la forma de vivir de San Pedro de Alcántara, el modelo que tenía más cercano, al que imitaba en la vida de oración, de ayunos y penitencias, de las que más tarde hablaremos.

Otro paso más en su espiritualidad, le propició el encuentro con la Madre, quien a su vez, le llevó a descubrir el vivir el gozo de la unión con Cristo, mediante la eucaristía, que le llenaba de presencias de Dios, las que él se esforzó por acogerlas, comprenderlas, vivirlas y hacerlas suyas interior y espiritualmente. De esta forma, progresando cada día en la vida de oración y unión eucarística, comenzó a sentir la visibilidad y percepción del sacramento, poniéndose en vivo contacto con el misterio de Cristo, al que ahora interiorizado sentía, tocaba y palpaba en su espíritu. Todo esto fue formando una escala de continua ascesis que le purificaba la mente, el corazón y los ojos, convirtiéndolos en más puros y espirituales.

El primer fruto en su vida espiritual comenzó a manifestarse por la oración. La oración no sólo nos purifica, sino que nos llena de "espíritu y de verdad" (Jn. 4, 23-24). Es el Padre el que escucha todas nuestras profundidades con una "bondad y admiración estremecedoras". Él es el que se ofrece generosamente, el que suscita en el corazón el deseo de la amistad, la búsqueda de lo santo y lo perfecto. Es Él, el que ilumina el camino de aquel que quiere seguirle, llenándole de luz santificadora. Estos impulso de gracia fueron los que a Fr. Jesús le cambiaron y trasformaron el corazón. Desde los primeros pasos, dejó que la luz de la gracia iluminara sus ojos llenándolos de la belleza de Dios. Sólo la gracia podía configurar las pobres tinieblas que le rodeaban, transformándolas desde el interior en luz del espíritu.

El itinerario del que busca a Dios con verdadero deseo, es siempre un camino en subida, en ascesis, en elevación hacia lo bueno, lo perfecto, lo santo. Elegir una buena compañía, ayuda, anima y suaviza la cuesta del calvario. En la profundización de cada día por entrar en la experiencia de Dios, es necesario que alguien nos ilumine y sostenga, para no decaer cuando llega el abismo de "la noche oscura". Cuando la experiencia de Dios se ausenta, hace tambalear al más fuerte. Nada hace sufrir tanto al amigo de Dios como lo negativo o la privación de la experiencia de Dios. Perder la visión y aproximación del amado es lo más terrible para él. Por eso Fr. Jesús buscó la amistad y compañía de la Madre, se rodeó de sus devociones y fervores, la tomó como apoyo y fortaleza, y con Ella, se sintió seguro, inquebrantable en su devoción, siempre impulsado por el amor, que le mantenía seguro, vigilante, como vigía en torre inexpugnable.


El gusto por la lectura, su fuente espiritual.


Comenzó por descubrir que la lectura y reflexión en el silencio, le llenaba de sabiduría espiritual y la tomó como esencial para su vida. Empezó por hacer una lectura orante, recogida, que le curara de distracciones y le llenara de silencios para Dios. Quería contemplar las cosas con los ojos del alma. Sólo una lectura asidua sobre la Virgen le llevaría a robustecer su fe, hasta hacerla viva y transformadora de su vida, intentando asemejarse a la que le hablaba desde aquella palabra. Cuando se lee escuchando y creyendo a la Palabra santa, la lectura se vuelve sapiencial, sagrada, deificante. Y para Fr. Jesús, la lectura orante se le convirtió en viva realidad, en presencia del Espíritu, en encarnación amorosa de la Madre que le conducía al Verbo de Vida.

Sin que él se diera cuenta, había comenzado a echar los firmes cimientos del posible edificio donde habitara en él la santidad. El milagro de la palabra encontró allí tierra fértil donde fecundara la santidad. Aquella lectura asidua sobre la Palabra de gracia, puso toda su persona en continua unión con el Espíritu, que le hablaba por medio de la Madre, que a su vez, le enseñaba a servir, amar, adorar y honrar al Señor, con corazón enteramente limpio y una mente pura, lo que le fue "transformando el corazón de piedra en un corazón de carne" (Ez. 11, 19-20), íntegramente vuelto al Señor y custodiado por la Madre. "Vosotros estáis limpios gracias a la Palabra que os he anunciado, permaneced en mí y yo en vosotros" (Jn. 15, 3) y ella dará fruto a su tiempo.

Sólo se recoge el fruto de la vida cuando se entra en madurez de persona, pero antes se ha pasado por el periodo de aprendizaje, de progresión y crecimiento, imperceptibles al exterior, pero llenos de fuerza creativa, donde Fr. Jesús, en sus sabias reflexiones apoyadas en la palabra evangélica, vividas con ardiente caridad, fueron cargando su árbol de frutos de gracia en obras creativas, ricas en misericordia y envueltas en pensamientos marianos llenos de fe. El proceso de maduración fue constante y progresivo en él. Y cuando Dios se encarna en la persona, se establece un progreso de perfección en ascenso. A su vez, el proceso de Dios cuando entra en la persona es un plan de amor más valioso que uno mismo. Fr. Jesús puesto en este camino, sólo tuvo que seguir las huellas de Dios.

Estas líneas base podían ser las que nos adentraran en ese misterio de Dios, que se manifiesta en cada persona que vive el proyecto de santidad, con la fiel imitación de Cristo. No es fácil conocer sus experiencias, grados de perfección, virtudes y valores espirituales alcanzados por este religioso, que despierta cada vez más interés en los que le conocieron y vivieron a su lado, cuando no fueron testigos directos de acontecimientos, arrancados en muchas ocasiones, del silencio íntimo y la fiel observancia vivida a su lado. En ocasiones, hasta ser testigos de momentos místicos o estados trascendentales en total integración con el Amado.


La suave escalada de una devoción de atracción.


Comenzaremos, en primer lugar, por conocer la auténtica atracción que sintió y vivió por la Virgen María, la Madre, como él decía casi siempre. Ya hemos indicado que la lectura y reflexión espiritual fue la que le llenó de sabiduría divina. Conocer la obra escrita de Sor Mª Jesús de Ágreda, sobre la Virgen María, fue para Fr. Jesús una revelación, una gracia especial del cielo que trasformó su vida. Él mismo lo repetía y no cesaba de dar gracias a Dios por este don, que fue un milagro y revelación para él.

Una persona cualificada, como Monseñor Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, que conoció y trató a Fr. Jesús, nos ha dejado escrito, en su testimonio sobre Fr. Jesús, reflexiones admirables como esta: "Varias veces le escuché que desde hacía muchos años leía cada día un capítulo de La Mística Ciudad de Dios, vida de la Virgen María, escrita por la Venerable Madre María de Jesús de Ágreda. Bastantes veces había leído la obra completa, que tiene más de 200 capítulos y más de 1500 páginas. Es un volumen casi tan grueso como la Sagrada Escritura. Disfrutaba leyéndolo, porque en él encontraba una exuberante devoción mariana y unas reflexiones tan abundantes que le parecían corresponder al genuino sentimiento filial hacia la Virgen. Este libro fue como el intérprete del amor y piedad marianas del hermano Jesús".(Nota)

Con la continua lectura de este libro, para él teología espiritual y a la vez sagrada escritura, se sentía completamente impactado y en constante avidez de conocer más de la Virgen María. Él lo vivía todo como auténtica realidad. Olvidaba la historia para vivir el tiempo y la vida de la Virgen. Esa historia él la hizo realidad, creyó en ella, estaba y vivía dentro de ella. Veía los acontecimientos como reales, se hacía testigo viviente, daba fe con su propio proceder. Y cuando se vive la fe en misterio de parusía, todo se vuelve espiritual y revelación, acercamiento a la vida de gracia, a la transcendencia, se llega al gozo de la contemplación. Contemplar es poseer, porque se entra en el recinto de Dios, se vive en Él, como Él es el que hermosea la persona con la vida divina de su gracia.