1. Semblanza místico-espiritual

FUNDAMENTOS DE SU ESPIRITUALIDAD


Al presentar a reflexión la vida interior de Fr. Jesús de la Cruz, que vivió una vida de entera conversión y perfección, queremos dar a conocer su vida de relación y amistad con Dios, llena de acontecimientos espirituales, dignos de tener en cuenta. Para ello recordaremos la importancia que tuvieron en su vida la mística y la espiritualidad, como caminos de perfección que le llevaron a vivir en su espíritu la adhesión y comunión interior con el Dios todo amor.

Desde los inicios de su vida religiosa, Fr. Jesús comenzó a vivir en profundidad su experiencia de amistad con Dios, progresando en ese buscar cada día la perfección y la santidad de vida. Para él, los conceptos de mística y espiritualidad eran términos que comenzaban a tener sentido en su vida de piedad. Él tomó en serio la santidad y sin treguas ni concesiones programó su vivir la gracia de Dios como don del Espíritu, al que hay que corresponder con hechos de vida en el seguimiento de Cristo, y por Él y en Él, glorificar al Padre.

Dentro de la vida de Fr. Jesús, consideraremos su piedad y religiosidad vividas mística y espiritualmente, tanto en sus actividades cotidianas como en su meditación, contemplación y vida eucarística. Y dado que los vocablos: mística y espiritualidad son términos semejantes y relacionados entre sí, aunque no idénticos, trataremos de diferenciarlos en lo que hagan referencia a temas del espíritu.

Con la espiritualidad queremos referirnos a ese espacio de vida que se dirige al proceso y crecimiento del espíritu, desde sus comienzos hasta llegar a la relación amorosa con Dios y la posesión de su verdad. Mientras que con la manifestación mística, nos referiremos a lo que se relaciona con la presencia habitual y unión interior con Dios, en profundidad de adhesión y particular experiencia del Espíritu. Es la intimidad vivida con fe y amor en actitud de presente, tratando de alcanzar la realidad trascendente inserta en la persona.

Siguiendo este pensamiento, el concepto místico en Fr. Jesús nos evoca y conduce a ese vivir en profundidad y de forma habitual, la relación y amistad con Dios durante su vida religiosa, desde la oración explícita y la contemplación del misterio, hasta la conexión directa con los sacramentos, como fundamento y santidad de vida. La fiel comunión con la Palabra, como su ardiente vivencia y devoción a la Virgen María, son las experiencias más notables y donde el Espíritu actuó en su interior hasta transformarle a imagen de Cristo.


La Madre, la mística de atracción.


La mejor mística y espiritualidad la realizó Fr. Jesús a los pies de María, la Madre. Ante Ella eclipsó su vida hasta convertirla en auténtica Presencia. Era cada día para él, la dulce contemplación y la ciencia del amor, la noticia amorosa de Dios, la que llenaba su espíritu y sus ojos del más ardiente amor. Ante Ella tomaba conciencia de trascendencia que le elevaba al mismo Dios. Con Ella Dios actuaba en él y todo en Ella le llevaba a Dios. Amarla a Ella era amar a Dios y cuanto vivía en Ella, en Dios lo vivía. Dios le elevaba su vida en perfección por Ella. Por eso Fr. Jesús se sentía dichoso ante la Madre; su fe en Ella tenía sentido de experiencia místico-amorosa, y quería que esa experiencia le llenara su alma de fe, de gracia y de pureza.

De esta forma, sin que otros lo notaran, Fr. Jesús se fue introduciendo en el misterio humano-divino de lo sobrenatural. Dejó que su mente se llenara de Palabra de Dios y su persona se volviera obra de Dios, presencia de Dios, lugar habitado por Dios. Dios comenzó a morar en él formando unidad, en fiel estado de amor y gracia. Diríase que se formó el entramado donde se une lo humano y lo divino, en pura donación de amor. En él se estableció el otro polo donde la realidad misteriosa del hombre se une a la divina. Dios se humanizó en su humilde persona y él caminó por la geografía misteriosa de Dios.

Queremos contemplar la vida de Fr. Jesús, mirada desde la interioridad de Dios y con óptica místico-espiritual, pues toda ella está envuelta en el silencio misterioso de lo admirable. Entre la inmediatez de la presencia de Dios y Fr. Jesús, queda latente ese misterio de Dios. Dios tomó a cargo su vida desde niño y su vida fue continua Proyección de Dios. En Fr. Jesús se adivinaba la imagen de otro yo. Hasta sus alegres ojos se hacían mirada de gozosa belleza. Había en ellos la dulzura del que ha contemplado el rostro divino, habiendo sido antes mirado por Dios. Tenían como sed de Dios. Se atisbaba otra luz en ellos, hablaban otro verbo, su gracia envolvente era la huella del paso de Dios por su vida. Todo esto le vino por María, la Madre, la que él descubrió.


Cristo y su mística Franciscana.


Fundamentalmente Fr. Jesús sigue la mística y espiritualidad de la escuela franciscana, donde Cristo tiene la primacía de toda la persona como gloria y alabanza de Dios. La devoción a la humanidad de Cristo, con sus misterios de la cruz y el tabernáculo, al igual que la devoción y culto a la Santísima Virgen son lo más esencial. Fr. Jesús buscó la identificación con Cristo, pobre y crucificado, aceptando en Él, como gesto supremo, la voluntad del Sumo Bien. Viviendo la ejemplaridad del evangelio buscó la paz y el bien; se integró en el universo sacral y místico de la fraternidad franciscana, poniendo su vida al servicio del hermano, del pobre y necesitado, llevando siempre en su vida la caridad y el amor.

En Fr. Jesús brilla la armonía del respeto por las criaturas y hace de ellas "alabanza, loor y bendición al Altísimo y Omnipotente Señor, ya que sólo Él es digno de toda bendición" (Nota), según el Padre San Francisco.

Su mística se identifica con la de su maestro San Pedro de Alcántara, que es una mística de búsqueda de Dios mediante la oración, la penitencia y la contemplación, en comunión con el silencio y recogimiento del retiro, siempre armonizando la vida con la verdad, la belleza del vivir, la pobreza, la caridad, el trabajo y la oración. El carisma de la alegría fluye en él como don, heredado del espíritu de San Francisco, como recuperación de la bondad humilde, de la altísima pureza, de la inocencia y la santa simplicidad.

La primacía de todo descansa en el amor a Dios, manifestado en Cristo pobre y crucificado, en quien Fr. Jesús siguió integrado viviendo el Evangelio con sus mandamientos y virtudes, como la piedra angular de su vida. En él encuentra el amor misericordioso de la Madre, en quien universaliza toda la experiencia del amor. A los pies de la Madre en ardentísima devoción, descubre la belleza del saber amar, el don de la ternura como regalo del amor, la verdad y la belleza de Cristo, con la fidelidad amorosa del Padre.

Su ideal espiritual y místico vivido con integridad, colma en plenitud el deseo creciente de santidad. Apoyado en La Mística Ciudad de Dios –libro de Sor Mª Jesús de Ágreda-, encuentra a la Madre cercana que sacia el vacío interno que le traspasa. En Ella encuentra la realización de su persona como imagen y trascendencia de Dios. Ella es el tesoro más preciado y valioso de su vivir y con Ella edifica en plenitud su hombre interior, siempre adherido y traspasado por el amor a Cristo, a quién es conducido por la Madre.


La vida, como camino espiritual.


Por otra parte, su espiritualidad con sentido de incorporación a la vida de Cristo se realizó en Fr. Jesús durante toda su vida, viviendo la piedad como una liturgia espiritual que le mantenía unido al Señor, fortaleciendo su Presencia mediante la reflexión y la Palabra, que le revelaba el misterio de Dios. Palabra y contemplación que reclamaron en él la continua renuncia y abnegación de los sentidos, al tiempo que afloró en su interior la sensibilidad humana y la espiritual, abriéndole al mundo de la trascendencia, hasta llegar a la adhesión con aquel que está más allá de todo ser humano, penetrando ese ámbito de unión y amistad de lo sobrenatural.

Tanto la mística como la espiritualidad se unieron en Fr. Jesús, para llegar al mayor conocimiento de Dios, que invisiblemente fue encarnándose en su misma persona, a la par que él fue entrando en esa amorosa experiencia de Dios. Esta experiencia de Dios, vivida en la presencia del Espíritu, le fue llenando de sentimientos íntimos, de amor caritativo y gozo interior, que le conducían a la fruitiva experiencia del Absoluto.

Al abrirse místicamente al conocimiento amoroso de la Madre, con continuas lecturas y meditaciones de profundo calado espiritual, se le abrió la puerta del saber misterioso de conocimientos divinos. Su vida religiosa transformada en oraciones y silencios de sabiduría, le convirtieron en docto maestro de teología mística, como en sabio psicólogo del espíritu. Su progreso místico–espiritual, se hizo no sólo presente sino visible y eficaz, actuando con lenguaje de caridad y servicio humilde de trabajo.

Hasta la forma de hablar, Fr. Jesús la convirtió en lenguaje espiritual, en similitud con los místicos. En la conversación generaba pasión, ternura y un lenguaje nuevo. Despertaba viva emoción con sus expresiones espiritualizadas, que operaban en el interior del que escuchaba: Las mismas palabras de todos, él las trasmutaba con sus recursos y gestos propios, logrando ganar la atención con expresiones, adjetivos, superlativos, suspiros, sentimientos y signos de admiración. Su mística de símbolos como su anagogía de la experiencia mística, era una continua evocación de la Presencia y trascendencia que habitaba en su persona y se comunicaba por sus ojos y su espíritu.


Los apoyos de la santidad.


Espiritualmente, Fr. Jesús vivía en continua presencia de Dios, era algo casi tangible, circundante. Estaba como marcado, signado con el sello de pertenencia. Por eso Fr. Jesús cuidó sus devociones, intentando proclamar en ellas la realidad de Dios con toda su persona. El trabajo, la oración, la eucaristía, la vida entera era para él un himno de alabanza y de acción de gracias al Creador. Deseaba proclamar en todo la presencia del Altísimo, pedía que desde el amanecer del día hasta el ocaso todo fuera luz de Dios, abrazo místico de caridad, amor de servicio, un amor compasivo, familiar, tierno como el de un niño.

La Palabra de Dios comenzó para él haciéndose fuente de vida, amor apasionado por la Madre, tesoro de sabiduría en su indigencia, escala de pureza y santidad deseada. Para crecer en su vida espiritual, puso en Cristo y María los cimientos firmes, para que sostuvieran el edificio y santidad de su casa. Cuidó fervorosamente sus ejercicios de piedad, sintiendo verdadera atracción de seguimiento, en todos los que hacen relación a la Eucaristía y a la pasión del Señor. Igualmente cuidó las prácticas y devociones a la Virgen María, donde recuperaba el sentido gozoso del seguimiento; como se esmeraba en algunos ejercicios a los santos que le servían de modelo. Daba gracias a Dios por conocer algunos santos, testigos de Cristo, que amaban tanto a la Virgen María, lo mismo que a los místicos, gracias los cuales se conoce mejor a nuestra Madre del cielo.

Con todo ello, Fr. Jesús formó un firme entramado espiritual que le llenaba de esa fuerza deificante, a le vez que impulsaba su espíritu por entrar místicamente en la unión y amistad con el Señor. Su vida sencilla, adornada con las virtudes, carismas, dones y gracias recibidas de lo alto, fue una constante rehabilitación de su existencia, para construir la morada en la que habitara la Santísima Trinidad.

Su figura de anacoreta, su estilizado icono místico, su apasiona-miento espiritual, al igual que su amabilidad de persona, su encanto atractivo y su carismático don de gentes, no sólo hicieron de él una persona agradable, delicada, sensible y buena, sino que en él habitó la gracia y sobre su misma vida Dios puso su morada, lugar de santidad. Y sobre su existencia, su conciencia, su mente y su voluntad, su amor y fidelidad, el Altísimo se manifestó en él lleno de gracia y benevolencia, de ejemplaridad y de santidad.

Si en su vida predicó desde el silencio, ahora callado para este mundo, es Dios el que sigue hablando por él.