5. La devoción

Una forma sencilla de vivir la vida espiritual dentro de la Iglesia ha sido el vivir la vida cristiana en su forma piadosa y devota. La devoción como "ideal sencillo de la primitiva Iglesia", fue una forma que canalizaba la vida de fe mediante ejercicios religiosos y piadosos. Es una piedad cristocéntrica, especialmente afectiva, donde las formas devotas han calado en el ideal del pueblo cristiano y sencillo.

La devoción es una consecuencia de la vida espiritual, una derivación del sentimiento místico, el resultado y emanación que conduce a una práctica, no el fin o el ideal de la vida espiritual. No obstante, esta manifestación espiritual ha sido abalada por grandes místicos y santos, como camino seguro que lleva a la unión mística y santidad. Según ellos, mediante la devoción se trata de educar el alma, haciéndola pasar por diversas etapas de vida en ese itinerario de perfección. De esta forma, mediante prácticas devocionales, el espíritu va asociando ideas y sentimientos de piedad conmovedores, que reflejan la espiritualidad interior de la persona. Formas de devoción y piedad que deben estar alejadas de toda exhibición externa o presunción de santidad; por el contrario, debe dejarse llevar, "de la auténtica bondad transida de concentración afectiva y silenciosa" (N).

San Pedro de Alcántara, que fue un maestro espiritual, escribió uno de los más significativos tratados de oración y meditación, en el que trata especialmente este tema de la devoción, considerándola como uno de los caminos mejores de nuestra santificación. Dice de la devoción que es una de las joyas que nos embellece grandemente y no duda en llamarla "altísima teología", ya que "nos sacude de toda pesadumbre y dificultad, deja el alma habitada por el Espíritu Santo, con el rocío y socorro celeste de la visitación del mismo Dios" (N).

Todo el tratado de este Santo, es de lo más eficaz que se ha escrito, para ayudar al cristiano a vivir la auténtica devoción. Paso a paso nos conduce hacia Dios, "dejándonos el alma henchida de gozo y buenos deseos, alumbrando nuestro entendimiento, fortaleciendo la voluntad y encendiendo nuestra alma en puro amor de Dios" (N). Es tan importante la devoción, que el Santo la compara a las perlas, porque embellece nuestra alma y con ella se alcanza al mismo Dios en esta vida. El verdadero devoto está siempre lleno de alegría, prontitud, ligereza, fuerza, docilidad, consolación, enseñándonos el camino para el sumo bien y alzando la escalera para alcanzar el fruto de la felicidad (N).

Este tratado de la oración y devoción de San Pedro de Alcántara, Fr. Jesús no sólo lo había estudiado en el noviciado, sino que lo leyó muchas veces, ya que era para él una fuente donde bebía la espiritualidad franciscana y un camino seguro para llegar a Dios. Desde pequeño había seguido la orientación de la Iglesia, que recomienda a los fieles la piedad y devoción, como lugar cristocéntrico para vivir los valores evangélicos. Tal vez, sea este un camino muy sencillo, pero le han seguido muchos santos y tiene gran eficacia para llegar a Dios mediante la devoción e imitación de Cristo, la Virgen, las virtudes y los santos, pues con ello se llega también a la santidad de vida.

Para Fr. Jesús todo esto era bueno y santo, pero él no tenía "devociones", la Madre era su única devoción de seguimiento, porque Ella llenaba su vida, todas las demás le ayudaban a progresar en el camino espiritualidad de su única devoción. Si cuidaba y cultivaba algunas prácticas devocionales, era porque todas ellas le fortalecían la fe y completaban su vida e ideales, para vivir íntegramente su única devoción. Su anhelo era permanecer en el pequeño jardín dorado de su pobreza espíritu, pero abrazado en amor al seguimiento devocional de la Madre, donde nada insensato perturbara el limpio cristal de su ardiente devoción.

Para ver el seguimiento de esta devoción, haremos tres bloques:
1º. –Devoción de seguimiento a Cristo.
2ª. –Devoción filial para con la Virgen.
3ª. –Ayudas de protección en los santos.


1º. DEVOCION DE SEGUIMIENTO A CRISTO

a). El viacrucis, camino espiritual


La contemplación e imitación de Cristo, como seguimiento en el camino de perfección, fue una consecuencia y manifestación de su vivir la vida centrada en Cristo. Las prácticas de algunos ejercicios de piedad y espiritualidad en ese seguimiento e imitación, le vienen marcadas por los mismos evangelios, que invitan a ese vivir identificados con Cristo, tanto en las alegrías como en los sufrimientos, para transfigurarse en el modelo. Sólo recordaremos las principales.

El ejercicio del Viacrucis es una forma de profundizar en el conocimiento de Cristo, por eso caló muy hondo en él. Este ejercicio tiene para los franciscanos un sentido espiritual muy particular. Desde su origen la Orden Franciscana, viene practicando esa iniciativa del Padre San Francisco de Asís, que tomó la decisión de hacer todos los días memoria de los misterios salvíficos de nuestra redención. Posteriormente, esta devoción los franciscanos la extendieron a todo el mundo, hasta quedar en la Iglesia como uno de los ejercicios espirituales de mayor devoción, dedicado a la pasión y redención del Señor. Uno de los grandes propagadores fue San Leonardo de Porto Maurizio, que la extendió por toda Italia y el mundo.

Dicha evocación y práctica religiosa, resume en sí todos los evangelios, en lo referente a los acontecimientos de la muerte y pasión de Cristo. Cada estación es un episodio de la vida de Jesús relatado en los evangelios, que invita a reflexionar el momento de sufrimiento que Cristo vivió en los diversos acontecimientos del camino de pasión. La práctica es reflexionar la escena dolorosa, hacer breve oración, finalizando cada estación con una antífona e invocación a la Virgen María que acompañó a su Hijo Jesús en esta vía dolorosa.

Es una práctica que invita a profundizar en la fe y el seguimiento de Cristo, ya que nos recuerda los momentos más importantes, que vivió el Señor en ese dolor humano hasta el extremo más increíble, dando muestras de un amor redentor infinito, como inmolación de su vida en holocausto por la humanidad. Fr. Jesús sentía verdadero fervor al recorrer las estaciones, deteniéndose unos minutos en cada una, para reflexionar y vivir aquel trance de dolor por el que tuvo que pasar nuestro Señor. Él decía que fue la Madre quien le enseñó este seguimiento, ya que Ella fue la que hizo en persona ese viacrucis..

Con frecuencia se le veía realizando esa vía dolorosa, en el bello viacrucis de loza talaverana instalado en los claustros del convento (N); todo él recogido y centrado en lo que estaba haciendo. Era toda una estampa que despertaba verdadero fervor. Los que le vimos y observamos realizando esta práctica, por el solo porte exterior, se adivinaban los sentimientos que había en él. Siempre cuidaba las formas, pero era su interior el que salía al exterior. Cuando realizaba esta práctica, estaba concentrado en sí mismo viviendo el propio recorrido que hizo Cristo, todo lo demás pasaba desapercibido. El día había que llenarle de obras buenas y de pensamientos elevados y santos.

Cuando este ejercicio lo hacía en la iglesia era digno de verse. Se arrodillaba, besaba el suelo, se santiguaba, tomaba una postura de total recogimiento, se aislaba de todo mientras realizaba esta práctica de devoción. Con las manos enfundadas en las mangas del hábito, la cabeza inclinada y la vista concentrada en su interior, daba la impresión de estar fuera de sí, como viviendo extasiado, abrazando y llevando la cruz, cual otro cirineo que acompañara y siguiera al lado de Jesús. Los mismos seglares que algunas veces le observaron realizando esta devoción, no sólo quedaban admirados viéndole realizar este ejercicio, sino que ellos mismo se sentían deseosos de imitarle para parecerse a él en algo. Algunos hasta iban ex profeso para verle rezar o realizar esta práctica del viacrucis, porque "les daba devoción y deseos de hacer algo semejante", decía el terciario Jacinto.

Cuando se vive profundamente centrado en este misterio, queda diseñada la imagen de Cristo en el interior de la persona. Él tenía grabada la verdadera figura de Jesucristo en el espíritu, y vivía cautivado y admirado del Señor. Aunque le veía humanado en figura pobre, sufriente y humillado, como siervo, entregado al tormento y la crucifixión, admiraba su infinita bondad y todo el amor redentor que había en la figura de Cristo. Él, siendo el Hijo del Altísimo, no dudó el presentarse de forma humilde, transformado en Palabra de Dios, o hecho Eucaristía en el trozo de pan, hasta sufrir la muerte por salvar-nos. ¿Cómo no amarle, venerarle y confesarle como la misma santidad del Padre, si está entregado y hecho puro amor por nosotros, en total desnudez, sin condiciones ni oropeles de ostentación, desgarra-do el corazón y con los brazos abiertos para llenarnos de su amor a todos?

Él mismo Fr. Jesús recomendaba esta práctica a los amigos, "porque es la devoción más completa". Se vive todo el proceso de la pasión y muerte del Señor, haciéndole centro de nuestra vida. Desde la encarnación a la pasión, no sólo se hace centro de nuestra existencia, sino que se toma más conciencia de unión espiritual. Las reflexiones se vuelven enseñanzas profundas, toman carácter teológico, ascético y místico. Al hacer este camino, nuestra conciencia se abre a la bondad, se deja que Dios actúe, que se haga vida desde el interior. Se viven junto a Cristo momentos místicos de verdadera unión, en los que Dios modela el barro de nuestra vida, restaurándole a la prístina gracia de "vaso nuevo".

Con esta experiencia de fe, mediante esa meditación discursiva y afectiva, Fr. Jesús no sólo profundizaba en los misterios de la fe, sino que maduraba su adhesión, su experiencia se hacía más profunda, unitiva, sabrosa, afectiva, hacia ese Señor Jesucristo, mediador y realizador de nuestra redención. En esta práctica establecía una íntima relación de amor y donación. Se sentía visitado por el Espíritu Santo con el don de la gracia, de la sabiduría y vida de fe. Cristo para él se convertía en el núcleo y vértice que llenaba de claridad toda su existencia.

Esta práctica engendraba en el interior de nuestro hermano Jesús honda realidad mística. Le generaba verdadera apetencia, atracción, cual síndrome de dependencia. En realidad, el acercamiento a Jesús y a sus misterios, es una iniciativa movida por la gracia divina, no sólo del entendimiento, sino también y principalmente del afecto y del amor. El amor, nos dice San Juan, es el elemento constitutivo que nos lleva al misterio de Cristo, nos adhiere a él, nos une hasta hacer residencia y morada en Cristo, en total armonía y habitados por Él (Jn. 14, 23).

Cuando algunas veces nos hablaba sobre esta devoción, a su modo y siempre con palabra apasionada, nos decía totalmente convencido, que era en la pasión del Señor, sobre todo en la cruz, donde todo se vuelve revelación, se hace manifestación amorosa de Dios. La fe en el Crucificado se nos vuelve acceso directo a Dios, que es donde se nos revela como la suma caridad, la infinita ternura y compasión por nosotros. Nadie puede llegar al Padre si no es por medio del Crucificado (Jn. 14, 6). Por eso, contemplar con amor a Cristo crucificado, asimilando los valores que Él ha proclamado con su vida y persona, es asemejarse y entrar en comunión de amor con Él. La sobreabundancia de la caridad manifestada en Él, mediante la paciencia, la humildad y el sufrimiento, hasta llegar al despojamiento extremado de la cruz, nos obligan a permanecer en la fidelidad, dando muestras de verdadero amor con obras de caridad.

Para mí, el camino doloroso es el camino del gozo sublimado, decía Fr. Jesús. Y daba su razón: "porque es el camino que inflama mi espíritu y le pone rápidamente en espiritual adhesión amorosa con el Cristo pobre y crucificado. Es un camino que me abre puertas de amor para llegar al Padre. Es una escala ascética llena de visiones reales que crea una continua ascesis espiritual".

Cuando uno se centra realmente en la Pasión del Señor, al estilo de Fr. Jesús, se entra en visión mística con el Crucificado. Se ve con más claridad su mediación salvadora, al tiempo que se profundiza más en la experiencia de Jesucristo, que nos invita a participar en esa manifestación de pobreza, de humildad, de paciente, de entregado y soportando el peso de la cruz, con actitud amorosa que le revela como Hijo de Dios.

Es increíble la transformación que opera en nosotros, la fuerza misteriosa que se nos comunica en ese seguimiento de la Cruz. Cristo es el que nos ilumina para contemplar mejor ese llamamiento a la salvación. Para Fr. Jesús, el viacrucis era un camino todo lleno de signos y medios por los que el Padre revela la gloria de su amor, del que es "el todo bien y el sumo bien" (N), "entregando en donación al Hijo del amor", invitando a toda la creación a la participación para gloria del Padre.

En su tiempo el viacrucis tenía 14 estaciones, no existía la decima quinta, que es la resurrección del Señor, introducida por Juan Pablo II. Pero Fr. Jesús la practicaba por su cuenta, se adelantó al tiempo. Decía que había que completar la pasión y resurrección del Señor, que terminar en la muerte era incompleta. Que en Cristo no todo terminó en la muerte, sino que con la muerte comenzó a cobrar todo un sentido nuevo, el sentido del triunfo, de la vida y resurrección. La cruz es signo de vida, de esperanza, el paso a la vida nueva. Por eso él no sólo se concentraba en el dolor, sino también en el gozo del triunfo salvador. Hay que celebrar a Cristo como el triunfador de la muerte, como el que vive y reina glorioso, como el autor de la vida resucitada, como el Libertador y el Mesías triunfante que nos ha ganado la victoria nueva y el que nos ha abierto la puerta del Padre.

Cada estación del viacrucis termina con una invocación o súplica de perdón, como el que está arrepentido del daño cometido contra el Señor y le pide disculpas y perdón. Fr. Jesús acompañaba a esa súplica con un golpe de pecho, como señal de dolor y arrepentimiento, inclinaba la cabeza como gesto de humillación, prosiguiendo el recorrido del viacrucis con toda solemnidad y recogimiento. El pasar de una estación a otra lo acompañaba rezando una oración.

Hoy que lo vivimos todo a prisa, como atropellando la vida, los cristianos ya no encontramos tiempo para esta práctica devocional que tanto espiritualiza nuestra vida. La pérdida de valores cristianos y espirituales está dejando un gran vacío en muchos fieles cristianos. Fr. Jesús lo recomendaba muchas veces, porque se daba cuenta que el mundo escéptico y carente de valores e ideales en el que estamos cayendo, dominado en ocasiones por doctrinas nihilistas que matan y destruyen la imagen de Dios, tenemos que poner remedio a tiempo.

Para los cristianos, que conocemos el amor de Dios y su gran sabiduría enviada por el Hijo, hecho hombre, frágil, humilde, pobre, siervo, en todo semejante a nosotros menos en el pecado, no podemos caer en la frivolidad ni en el abandono. El seguimiento de Cristo en el camino de la cruz, es el medio seguro para llegar a Dios, como es también el camino elegido por Dios para llegar a nosotros. Dios no quiere vernos de otro modo fuera del que hemos sido ideados, en la imagen perfecta del Hijo. En el Hijo hemos sido adoptados como hijos. Nosotros no merecemos la salvación, es su gracia y su amor gratuito la que nos está redimiendo. Gracias a Cristo sabemos que contamos y existimos en Él. Con Él podemos llegar a lo que tanto anhelamos. Mirarnos en el espejo de Cristo, es contemplar su misma imagen proyectada por Él en nosotros. Sólo insertos en Él percibiremos el sentido y la dignidad de ser elevados a la categoría de hijos de Dios.

Al recordar la devoción de este hermano tan querido, no podemos olvidar sus consejos y breves reflexiones que aisladamente nos fue dejando. Nos gustaría tener escritas sus muchas observaciones que de palabra nos fue haciendo en sus reflexiones. Sólo nos quedan algunas ideas en expresiones que pueden asemejarse a lo que de él recordamos. Él cariñosamente de muchas formas nos decía, que para el religioso franciscano, el Cristo pobre y crucificado, es el fundamento de belleza que nos identifica con Él. En su seguimiento está nuestro deleite. Su vida y su Palabra son nuestra irradiación proyectada en Él. Su luminosidad es la que llena de esplendor toda nuestra pobreza impregnada de sabiduría eterna. En Cristo lo encontraremos todo. Él es la belleza del Padre, el Hijo de María; la Madre Purísima por quien nos vienen todas las gracias. Ella va a nuestro lado en el camino de nuestro calvario. Nunca nos abandonará. Ella es nuestra esperanza. La escala más segura para subir a Dios.

Es curioso, pero admirable y digno de reflexión, cómo un hombre sin estudios, sencillo y sin aspiraciones humanas, con su empeño y esfuerzo llegó a vivir en alto grado su vida espiritual. Él con pocos libros y sin ninguna carrera, aprendió el gran saber de "la ciencia trascendiendo", que dice San Juan de la Cruz, hasta hablar la teología y la sabiduría de los sabios y entendidos de este mundo. Una vez más se comprueba la verdad del Evangelio: que Dios en el humilde y sencillo se vuelve instrumento de gracia, sabiduría y belleza, que confunde a los sabios y entendidos de la tierra (Mt. 11, 25. I Cor. 1, 26-28).


b/. La Adoración Nocturna.


La Adoración Nocturna es una de las grandes devociones a la Eucaristía, practicada especialmente por los seglares en las parroquias, en lugares de culto y otros centros eclesiales, llegando a constituirse en "Asociación de creyentes que, reunidos en grupos se turnan velando en las horas de la noche para adorar a Dios en representación de la humanidad y en nombre de la Iglesia, a través de Cristo y para agradecer al mismo Cristo, Dios y Hombre, su presencia en el Sacramento del Sacrificio redentor" (N).

La espiritualidad de la Adoración Nocturna, trata de cultivar la devoción e imitación de Cristo, adorador del Padre, que durante su vida mortal oraba en la noche, y que ahora perpetúa su adoración e intercesión en la Eucaristía. Los asociados oran ante el Santísimo expuesto con los asistentes, alabando al Señor con el oficio litúrgico de la Iglesia, mediante himnos, salmos y cánticos espirituales, alternando el tiempo con silencios y meditaciones. El deseo es desagraviar al Señor por todas las injurias cometidas contra este Santísimo sacramento, al tiempo que se le ofrece al Señor una oración y adoración reparadora en desagravio por los fieles cristianos.

Desde muy jovencito, estando en Arévalo, Fr. Jesús se apuntó a esta Asociación; así consta en actas de dicha asociación, las mismas que relatan su fiel asistencia, hasta la marcha a la vida religiosa.

Aún viven algunos de los que le conocieron, que dan buen testimonio no sólo de su puntual asistencia, sino también de su gran fervor y devoción hacia este admirable Sacramento. Para él, la mejor forma de adorar al Señor era el vivir una vida coherente, devota y cristianamente, pues muy poco valdría el tener una práctica que luego no se correspondiera con la vida. Él desde joven tomó conciencia y quiso vivir esa actitud primordial de la presencia de Dios, haciendo de la vida entera un homenaje jubiloso a Cristo.

Ya desde muy niño sintió una gran atracción por la eucaristía. Nos relata una sobrina de las hijas de Natalio Antonio, -dueño de la ferretería en la que él trabajó de niño, familia que le educó cristianamente-, que su madre le preparó para la primera comunión. Carlitos –que así le llamaban-, tenía tanto interés en aprender la catequesis que estudiaba de noche, y como era huérfano y la abuela no se lo permitía, él preparaba la catequesis por la noche. Metía un cajón en la cama con una vela y se tapaba para que la abuela no viera la luz. Le dijeron que no hiciera eso más, porque corría mucho peligro de incendio, y con gran dolor dejó de hacerlo, buscando otra forma de estudiar a escondidas de la abuela (N).

Ya hemos visto anteriormente cómo vivía y celebraba la eucaristía de cada día. Su vida eucarística fue una constante a lo largo de su existencia. Su vida fue un fiel reflejo de esa vivencia y configuración con Cristo. Para él este misterio sacramental resume la esencia del cristianismo. Porque "en Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech. 17, 27). Y "todo fue creado por Él y para Él, pues Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él" (Col. 1, 16-17).

Esta devoción la mantuvo durante toda su vida, pues siendo religioso franciscano, no dejó de pertenecer y practicar dicha devoción. Cuando uno vive la fe integrada en Cristo, toda su vida es una fiel consecuencia y coherencia de lo que se cree. Él estaba integrado en este proyecto de su vida y para él todo tenía sentido de eucaristía, de unión vital a Cristo, de entera comunión con Él. Esta atracción por la adoración eucarística, era connatural a su fe, y a su vivencia continua de la presencia de Dios. Quería acudir ante el Señor para manifestarle su agradecimiento de dones, al tiempo que le rendía homenaje de culto y devoción, estando en súplica ante su presencia y ofreciéndole su alabanza.

En el libro Vivir con pasión, que narra su vida, en los testimonios aducidos, D. Lorenzo Galán Sáez, siendo párroco y coadjutor en Arenas de San Pedro, dice de él: "Su amor a la Eucaristía era sorprendente y convincente. He compartido con él muchas noches del verano y del invierno, de otoño y de primavera, la noche de los sábados ante el Santísimo en Adoración Nocturna de la parroquia de Arenas. Como buen caminante, al atardecer del sábado, recorría el camino desde el Santuario a la parroquia y de madrugada le solía llevar en mi coche a su casa, siempre con palabras de gratitud y disculpas por lo que él llamaba "favor". ¡Era impresionante ver a este fraile hincado de rodillas ante el Santísimo, con su cabeza en el suelo, pero apuesto que con su corazón en el cielo! Adoración al Santísimo, Eucaristía, acción de gracias, que gustaba, regustada y contagiaba. ¡Dios!" (N).

Realmente era impresionante su presencia y testimonio ante la Eucaristía. Fr. Jesús tenía la conciencia viva: que estando ante la Eucaristía, se estaba en la presencia de Cristo. Allí estaba el Señor –como él decía- en real presencia y prolongación sacramental eucarística. Como fiel hijo de la Iglesia, allí también estaba él, dando gracias y adorando al misterio salvífico de la redención, actualizado en el Cuerpo de Cristo, al que él, como humilde representación de la Iglesia, le adoraba y le ofrecía lo mejor que tenía de sí con plegarias, salmos y cánticos de alabanza.

Sus humildes ojos veían que allí estaba la gracia de Dios, hecha vida y manifestada en Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y está irradiando luz de vida inmortal. Él era el camino y la verdadera vida. El camino que lleva al Padre. "Nadie va al Padre sino por mí" (Jn. 14, 6). Esta era la trayectoria de su camino hacia Cristo. Para él no hay más camino ni mejor que el camino de Cristo. En Él está resumida toda la sabiduría del caminante. "No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos ser salvados" (Hech. 4, 12).

Fr. Jesús lo tenía claro, hay que hacer del día y de la noche, como de la vida entera, una continua adoración. En la Adoración Nocturna, estaba allí cumpliendo la misión escatológica de la Iglesia, que como fiel Esposa de Cristo, amorosamente debe estar atenta a la venida del Señor. "Dichoso el siervo al que el Señor le encuentre en vela, porque Él mismo le servirá" (Lc. 12, 37-38).

Se vive integrado en la Iglesia cuando se cumple fielmente la misión que se le encomienda a la persona, como lo hacía el hermano Jesús. Y la Iglesia quiere tener adoradores fieles a este Sacramento, ya que el Sacramento es el gesto eclesial de Jesucristo al hombre. Gesto que para ser perceptible se reviste de una imagen cósmica humilde y comprensible, llena de contenido simbólico, pero cargada de referencia espiritual, donde se pasa del Cristo humano al Cristo divino.

Solo es bien aceptada y creída nuestra vida cuando a través de las obras externas, se pone al descubierto el corazón bondadoso de la persona. Las obras son las que hablan de Fr. Jesús, como auténtica persona llena de caridad, de bondad, de entrega y de servicio, viviendo en seriedad el amor a Dios y al prójimo. Esta era la consecuencia de su vida de oración y adoración al Señor. La fuerza del amor vivido junto al Sacramento le llenaba de energía espiritual para luego imitar a Cristo, siendo compasivo y caritativo, llevando una palabra evangélica, al tiempo que a su lado compartía la amistad fraterna, consoladora y llena de esperanza.

Aunque Fr. Jesús no era sacerdote, como hemos dicho, él sentía su vida comprometido con Cristo, al que quería atender material y espiritualmente, viviendo entre los hermanos su mandamiento de amor, para construir el Reino de Dios en la tierra. Para él Jesús no era una idea o un recuerdo sentimental, Cristo era la persona viva y siempre presente entre nosotros. Él es el que verdaderamente no duerme y vela por nosotros. "Cristo personalmente junto a la luz vacilante de la lámpara solitaria, sigue velando y exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a los que le adoran con fe" (N).

Realmente, el testimonio que nos ha dejado este humilde hermano, viviendo una vida sencilla ante los demás, pero llena de intensidad ante Dios, es digna de admirar. Como digno es de admirar que una persona sin estudios alcanzara a vivir una vida tan profunda de fe y fidelidad a Cristo. Su testimonio se ha convertido en entera fidelidad y testigo de veracidad. También en el Apocalipsis la fe se convierte en una fidelidad, en total fidelidad del que se mantiene firme, en medio de todas las pruebas, al Logos encarnado. "El mismo Cristo es el testigo fiel y veraz "usque ad mortem", hasta la muerte. El es el Rey de reyes y el que triunfa acompañado de sus fieles, porque la palabra de revelación es la misma palabra fidelísima" (Ap. 3, 14; 19, 11; 21, 5).

En cualquier caso, su fidelidad al Señor se convierte ahora en palabra ejemplar. Y todo su actuar, como palabra de Dios, tiene ahora su proceder cual momento de eucaristía, como aquel momento de la noche en que fue entregado. También, su palabra y sacrifico de cruz, se vuelven ahora contenido y fuerza de Dios. Su paso por este mundo en silencio humilde y en debilidad, surge ahora con fuerza espiritual cargado de palabra eficaz, cual predicador y profeta de Cristo. El predicador que llevaba dentro estaba probando cuando demostraba que Cristo estaba en él. Con su predicación sencilla, se hizo siervo de la palabra. Él no era la luz, pero el misterio de la luz vivía en él. No fue su palabra la que reveló a Cristo, se hizo sólo palabra de gracia que comunicaba a Cristo. Ahora esa palabra engendra, crea, comunica y opera caminos de salvación.


2º. DEVOCIÓN A MARIA


Más que hablar de devoción a la Virgen, hay que hablar en Fr. Jesús de vivencias, manifestaciones, declaraciones de amor a la Madre. La devoción de sentimientos o de prácticas devocionales, estaban en él más que superadas. Cada acto suyo era una declaración de amor, una fidelidad de entrega, un vivir recordándola en todo momento. Él se sentía auténticamente hijo, no devoto de prácticas. Tenía el corazón lleno de imágenes santas de la MADRE, a cada una quería ponerla un ramillete de bellas flores, renovarlas cada día, que estuvieran vivas las declaraciones de amor filial y entero seguimiento.

De esta forma, cada práctica era un trozo de su corazón, algo muy acariciado y querido por él. En cada manifestación devocional se llenaba de fervor porque le mantenían unido todo el día a la Virgen. Si resaltamos algunas de estas manifestaciones, es para recordar los finos sentimientos religiosos y místicos, tan llenos de piedad, como de recogimiento y predilección particular que había en él hacia la Virgen.

Estas prácticas devocionales, decía él, "son las que me ayudan a vivir la fe con más proximidad y acercamiento a la Virgen, como también, donde más se manifiesta la providencia de Dios en mí". Eran al mismo tiempo, para él, una riqueza espiritual, porque le mantenían unido todo el día, sirviéndole de comunión filial, de celebración sacramental y viva trascendencia.

Solamente destacaremos las más significativas, pues era muy fiel y cuidadoso de hacer bien las prácticas devociones, ya que le hacían más activa la presencia de Dios y estaba más cercano a la Madre.

Fr. Jesús, cuando oraba y realizaba sus experiencias religiosas, aspiraba y deseaba entrar en esa belleza de cercanía de Dios a través de María. Esto creaba internamente en él una armonía espiritual, que parecía estar bañado por ese rayo de luz que lleva la gracia. Hasta se hacía en él visible el gozo de esa luz interior. Con estas "devociones" crecía la sed ardiente del amor a la Madre y la bella presencia de Dios. Eran esos encuentros breves pero intensos, que le invitaban a la unión de lo santo, ya que "cuanto más nos aproximamos a Dios, mayor es la experiencia de unión y belleza con él", dice San Buenaventura (N).

Él estaba convencido, y lo decía muchas veces, que "la oración es una riqueza interior acumulable, que confiere sabiduría de Dios y se encarna en nosotros, como verdad concreta y real". Pensaba que "en cada oración se ilumina más el horizonte de nuestra vida, permitiéndonos ver mejor todo lo que nos obstaculiza para llegar a Dios". Vivir estas devociones, era como encender y activar el foco de la gracia, que esclarece la realidad misma de nuestra existencia, en comunión con la belleza sobrenatural.

Tenía muy claro que cuando la vida está llena de estos momentos, crea en nosotros situaciones de paz y armonía espiritual, que ayudan a vivir la presencia del Señor, manteniéndonos unidos fiel y devotamente con Él. "Cuanto hacemos a la Madre, se lo hacemos Dios". "En Ella, Dios me habla mejor", solía decir.


a)- La Corona Franciscana


Desde el comienzo de su vida religiosa, empezó a rezar la corona franciscana, que son siete misterios, en los que se recuerdan las alegrías y gozos de la Virgen María. Es un rezo semejante al rosario, pero dedicado sólo a recordar los misterios que hacen referencia a los gozos y alegrías de nuestra Madre la Virgen María.

Esta práctica devota de la Orden Franciscana, data desde sus orígenes. Se le atribuye a San Buenaventura, ya que escribió antífonas basadas en los textos evangélicos, con las que los religiosos rezaban y saludaban a la Virgen María, acompañándolas del rezo de ave marías. El mismo San Bernardino de Siena (1380-1444) ya habla del rezo de una corona franciscana, por el que la Virgen le premió con nuevas gracias. A partir de 1400 ya hay documentación de dicha corona franciscana, como rezo establecido entre los religiosos (N).

Este rezo en tiempo de Fr. Jesús, en muchas comunidades lo rezaban los hermanos no clérigos en comunidad, como un acto de fraternidad. Fue una práctica establecida durante años y que Fr. Jesús lo vivió con verdadero sentido espiritual y devoción a la Virgen María. Con el tiempo, sobre todo a partir del mensaje de Fátima, en el que la Virgen misma pedía que se rezara el rosario para pedir la paz y el fin de la guerra mundial, comenzó a rezarse el rosario como práctica ordinaria y habitual en la Iglesia, ya que en él se rezan esos misterios.


b)- El Rosario


Como dejamos indicado, el rosario pasó a ser su devoción diaria practicada con toda piedad y recogimiento, constituyendo para él un acto espiritual dedicado a la Virgen y practicado con esmero todos los días y durante toda su vida. Podía estar muy ocupado, estar de viaje o enfermo, pero para él era igual, el rosario era un tiempo sagrado que no podía faltar en su vida, era el tiempo de la Madre y ese era exclusivamente suyo, no le podía faltar esa ofrenda, ya que era el diario ramillete de bellas flores, regadas con amor y cultivadas en la intimidad de su espíritu, para obsequiar cada día, al "amor de sus amores", a la Señora, a la Madre del cielo.

Primero comenzó con el rezo del rosario de los cinco misterios, pero pronto pasó a rezar los quince misterios y todos los días. Había que ofrecer a la Madre todo lo mejor. Rezar y meditar en los misterios del santo rosario era para él vivir la existencia centrada en los acontecimientos más importantes de la vida evangélica, vividos por la Virgen María con intensidad de amor. De esta forma, actualizaba su fe y su unión a María, tratando de identificarse y unirse en aquellos momentos de alegría y dolor por los que Ella tuvo que pasar.

Con el tiempo llegó a impactar, tanto en los hermanos como en los que le veían rezar el rosario. Era toda una estampa artística verle haciendo este rezo. Cuando lo hacía en la iglesia, en la capilla o lugar sagrado, lo hacía con todo recogimiento centrado en sí mismo, parecía que estaba realizando un rito sagrado, cuasi sacramental. Él estaba a lo suyo y nada le distraía, sus ojos cerrados sólo miraban a la Madre, en quien los depositaba en acción de súplica.

Cuando lo rezaba paseando, su figura estaba en total concentración, con las manos metidas en las mangas del hábito y mirando al suelo para no distraerse. Se le veía en total diálogo con la Virgen y en súplica hacia Dios. Estaba ausente de todo lo que le rodeaba, tratando de evitar toda distracción y no caer en la monotonía. Era su oración de ruego humilde y había que hacerla como a Ella le gustaba.

Para que no se quedara ningún día sin rezar el rosario, se levantaba pronto y en las primeras horas del día comenzaba la práctica del rezo, para que cuando los frailes se levantaran, él pudiera asistir a los oficios, ya terminado su rosario. Levantarse pronto para hacer esta práctica, era como respirar el nuevo aire mañanero no contaminado, como descendido del cielo lleno de frescor y gracia.

Con el paso de los años fue adaptándose a las nuevas formas introducidas en la Iglesia, para ayudar a vivir centrado en cada uno de los misterios que se rezan. Para ello, se hizo con cintas grabadas con algunas meditaciones de Juan Pablo II, sobre cada misterio, para hacer una breve reflexión y centrarse más en el misterio a rezar. Esto no sólo le resultaba agradable, sino que le ayudaba a estar más centrado y unido a María. Algunos lo consideraron como novedad pasajera, pero para él lo que contaba era el fin. Él se adaptaba a todo lo nuevo si era bueno, especialmente si eso le llevaba más a Dios. "Con María, la bondad de Dios se hace más presente y más próxima a nosotros. Ella es nuestro consuelo de aliento y esperanza" (N).

Y si toda la vida fue para él como una oración de continuo rosario, los últimos años, cuando la persona se encuentra más limitada, él se centró más en la espiritualidad del rosario. El rosario era lo que le mantenía en continuo diálogo con Dios por medio de María. Quería que toda su persona fuera una alabanza humilde y sencilla, proclamada desde sus labios. Cuando ya su cuerpo no podía realizar trabajos físicos, allí estaba su alma con la fuerza de su amor. Se hizo aún más rezador de rosarios, ya no eran quince, era todo el día un rosario, un jardín lleno de abundantes rosas para la Madre. Que su pobre existencia se consumiera en oración de comunión, en plegaria que llega hasta Dios y proclama el amor humilde de un esclavo y siervo enamorado de la Virgen María.

A semejanza del sacerdote que ora y aplica el sacrificio de la santa misa, para interceder por los difuntos u obtener gracias especiales, él también tenía ya intenciones que le hacían personas, para que al rezar el rosario, pidiera con su oración e intercediera ante la Virgen, para obtener esas gracias especiales de salud, trabajo o problemas sociales, por los que pasaban algunas familias. Tenían confianza en su oración, "porque es la oración de un santo", decían.

Su oración se había hecho plegaria suplicante de la iglesia que solicita la ayuda del cielo. Fueron muchos los problemas que se solucionaron, atribuyéndose a la intercesión de su oración aquellas gracias obtenidas. También los superiores y personas importantes acudían a él, pues decían que su oración era hecha con más pureza y sentido espiritual de fe, y que Dios la escucharía mejor. Él lo hacía con toda humildad, al estilo de María, deseando que aquellas gracias fueran otorgadas, si era para bien de sus almas. De esta forma, "María es siempre el modelo perenne, la figura presente en el misterios de Cristo, como está presente a su vez en el misterio de la Iglesia" (N).

Realmente la oración del santo actúa como palanca que mueve el corazón de Dios. Fr. Jesús, con su oración, vivía una continua experiencia de Dios, introduciéndose en esa estructura espiritual que lo abarca todo. La vida cuando está circundada por la belleza de la oración, comienza la persona a sentirse dentro de esa dimensión de lo sobrenatural, consciente de que ha comenzado a participar del don bello de la gracia, donde Dios se revela como el supremo amor siempre abierto a la epifanía.

La espiritualidad que se construye en la belleza de la oración, como refuerzo y equilibrio del que está centrado en Dios, forma parte de esa fuente y raíz de todas las riquezas y experiencias espirituales, que construyen el edificio de la santidad. La imagen del hombre de oración, es el icono del santo en continua invitación de seguimiento y perfección. Tal vez, sea la invitación más visible para que el hombre llegue a esa armonía cada vez más perfecta, entre el proyecto de su vida y los actos consecuentes que realiza para aspirar a vivir la santidad.

Fr. Jesús hizo del rosario continua oración de comunión, porque en él resumía la oración de María, concentrando el mensaje del Evangelio, experimentando la profundidad de su amor y la belleza del rostro de Cristo.

Para él "el rosario forma parte de la tradición cristiana de Iglesia" (N). Con el rosario, hizo que su forma de vida se convirtiera en gracia habitual, en permanente estado santificante, con el que se sentía como inserto en el medio divino, viviendo humilde y sencillamente la realización de su historia fiel, como el que ha entrado ya en la vida de gozo y gracia sobrenatural.


c)- El Ángelus.


"El pueblo cristiano –afirmó Juan Pablo II- amó, a través de generaciones la plegaria del Ángelus, a la cual nos invita la campana de la iglesia todos los días, por la mañana, a medio día, y al caer de la tarde. Mediante esta plegaria, la Madre de Dios está particularmente en medio de nosotros de una manera espiritual" (N).

Según los historiadores esta devoción fue inspirada por el mismo San Francisco de Asís, haciendo viva la devoción al misterio de la encarnación. Sirviéndose de pasajes evangélicos a los que unió la oración del "avemaría", recomendó a los hermanos rezarlas al comienzo del día, al mediodía y al caer de la noche. Después, los mismos franciscanos propagaron esta devoción, que comenzó a difundirse desde el convento de Arezzo, en 1250 (N).

La oración del Ángelus es como un pequeño oficio divino. En vez de salmos se rezan "avemarías" precedidas por una antífona o salutación de un texto evangélico, relacionadas con el misterio de la encarnación. La oración final es una síntesis del misterio pascual. Era también una forma muy sencilla de rezar ese pequeño oficio divino, puesto al alcance del pueblo sencillo, que no tenía libros para rezar.

Para Fr. Jesús esta salutación a la Virgen, era la más excelsa y generosa invitación de amor que Dios le hacía por medio de la Virgen María. Era la más oportuna llamada y citación armoniosa que llegaba del cielo, con ecos sonoros de campana, para celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo, con el que se nos patentiza el amor del Padre, como el amor total manifestado en la carne y sangre del Hijo amado. Para él era la luz efusiva del amor divino, revelada y hecha vida en las entrañas purísimas de nuestra Madre, la Virgen María.

Lo más grato para él era romper la distracción asumida por el trabajo, entrando rápidamente en ese arrebato de experiencia amorosa, con reposado silencio de oración. Esto suponía para Fr. Jesús como un dulce entrar en éxtasis, para eternizar unos momentos de tierna plegaria a nuestra Madre la Virgen María, convirtiéndolos en viva presencia de inmortalidad, y así dejar que pase el tiempo caduco, para eternizar la vida, haciéndola junto a Ella "escatología cumplida" (I Cor. 1, 7; II Cor. 1, 14; I Tes. 2, 19).

Para la espiritualidad de este hermano, esta forma sencilla de vivir la presencia de Dios, invocada a través de la Virgen, era como sentirse envuelto en el misterio de Dios, recordando que en "Él vivimos, nos movemos y existimos" (bis-h. 17, 27). Celebrando cada instante, como feliz misterio del tiempo gozoso creado por Dios. Era vivir el espacio limpio del agradecimiento, convirtiéndole en transparencia pura, en apertura total al don divino, haciéndole generosa benevolencia y gratuidad de Dios.

Lo asombroso de la oración del Ángelus, decía él, es ese relámpago de doxología que irrumpe en nuestra persona, exigiendo a nuestros ojos espiritualizarlos, centrarlos en el núcleo luminoso de la fe, dejando que se inflame nuestro espíritu, en ese amor llevado al extremo, en el que se realiza en nosotros la más hermosa y singular metamorfosis espiritual, pasando en la brevedad de unos instantes, del hombre terreno al hombre espiritual celeste, o el de ser un contemplador simple, a ser icono de la figura contemplada.

Es admirable el milagro que Dios efectúa en nosotros en cada instante. Él llega suave como el viento, cargado de belleza para empapar nuestra tierra espiritual, dejándola fecundada con su gracia, abierta a la próxima llamada. Son instantes de presencias que se hacen casi visibles. Cristo por María "se presenta como manantial inagotable de verdad y de vida. Es un camino de fe que nunca concluye, porque la meta está en Él" (N).

Se lamentaba algunas veces, cuando distraídos dejábamos sin realizar el rezo del Ángelus, ese momento histórico, en el que nos privábamos en nuestro mundo o nuestra vida, de vivir el momento nuclear de la Encarnación, cuando toda nuestra vida debiera ser vibración celeste de encarnación, agradeciendo el amor tan infinito que Dios nos ha tenido. Todo debiera ser un girar en torno a este misterio. Su misma compostura ya imprimía carácter de oración. Se santiguaba pausadamente invocando a la Santísima Trinidad, como pidiendo ayuda para realizar aquel encuentro maravilloso de oración con la Virgen. Sus ojos se humillaban, como la Virgen ante el Arcángel San Gabriel, centrado en la plegaria, rezaba las "avemarías", gustando y relamiéndose de gozo en el diálogo de las frases evangélicas. Era, realmente, una profesión de fe y amor en tiempo récord. Rezarlo junto a él, siempre se aprendía, se recibía el fiel ejemplo del que hace las cosas bien, del que destila, en cuanto hace, el perfume del buen olor de Cristo. Realmente con su espiritualización de cada momento, su oración se volvía arte espiritual anexionado a la belleza visible. Parecía estar posando para Jean-François Millet en su bella obra de: "El Ángelus", donde el arte nos visibiliza el alma ferviente del que ha entrado en contacto con Dios mediante la oración.


d)- El Tota pulchra


San Francisco de Asís tenía una especial devoción a la Santísima Virgen. A Ella le compuso oraciones y alabanzas llenas de verdadero fervor espiritual. Cuando se dirigía a la Santísima Virgen para orar y alabarla, decía cosas admirables como estas:

¡Salve, Señora y santa Reina!
Santa Madre de Dios,
María, virgen hecha Iglesia.
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios
¡Salve, casa de Dios!
¡Salve, esclava de Dios! (N).

Pero en su biografía no se hace mención de esta advocación del Tota Pulchra. Es una devoción que nació posteriormente, como oración y proclama en defensa del dogma de la Inmaculada Concepción.

Ante las disputas acaloradas entre las diversas escuelas filosóficas, teológicas, universidades y la misma Escolástica del siglo XIII, de la que surgen verdaderos paladines que hicieron luz sobre este dogma, de entre todos destaca el Beato franciscano Juan Duns Escoto, (1265-1308), Éste asentó los principios básicos con su tesis: Potuit, decuit, ergo fecit, tratando de hacer luz sobre este dogma. La Iglesia sirviéndose de esta tesis declaró en 1850, que la Virgen María siempre estuvo libre de todo pecado; Ella es: tota puchra. Pio IX, con la bula Ineffabilis Deus, declaró dogma de fe esta verdad (N).

Como consecuencia de tales disputas, se originó desde el s. XIII entre los franciscanos una gran devoción por esta advocación, que se viene practicando en los conventos de la Orden Franciscana, como reconocimiento especial a la que siempre fue Inmaculada. Desde entonces, la Concepción Inmaculada fue elegida por Patrona de toda la Orden de Frailes Menores. Para celebrar y recordar este motivo, cada sábado ante la imagen de la Virgen, se le dedican cantos y oraciones de alabanza. La oración del Tota Pulchra es la que ha prevalecido hasta nuestros días. En todas nuestras casas hay un lugar preferente dedicado al Tota Pulchra, donde cada sábado, se le reza o canta en acto de comunidad, la plegaria del Tota Pulchra, para que como una pleitesía especial, se siga proclamando su santa Pureza.

Este Tota Pulchra está presidido por una imagen o un artístico cuadro de la Inmaculada Concepción. Cuidándose con esmero que dicha imagen sea ejemplarizante, donde resplandezca la belleza de María, símbolo de toda pulcritud y llena de perfecciones, tanto artísticas como espirituales o devocionales.

Por esta advocación, nuestro hermano Jesús sentía una gran devoción, y ante la imagen o cuadro del Tota Pulchra, mostraba siempre gestos visible de respeto y veneración. Él nunca pasaba desapercibido o distraído ante este lugar, siempre realizaba gestos, posturas, miradas, besos, genuflexiones y muestras de adhesión hacia la Madre Santa e Inmaculada.

Fr. Jesús conocía el inmenso caudal teológico, doctrinal y escriturístico, que contenía aquella imagen que representaba la Concepción Inmaculada de María. Era el tema fundamental de La Mística Ciudad de Dios, la que él leía constantemente y era la que llenaba su vida espiritual.

El religioso humilde y sencillo, que busca con amor y sin prejuicios acercarse a la Virgen Inmaculada, se siente atraído por el despliegue de belleza, santidad y pureza que aflora en la imagen de la Virgen Inmaculada, descubriendo en esta advocación el auténtico símbolo e icono que la Iglesia nos ha ofrecido a lo largo de los siglos y el pueblo sencillo venera.

Espiritualmente con ella. Fr. Jesús, ante aquel cuadro o imagen, contemplaba a la Virgen Inmaculada, como la Madre santa de la que nació el Hijo de Dios. Ella ahora sigue siendo la Madre de la Iglesia, la Madre espiritual de los creyentes, y el modelo ejemplar de santidad para toda la Iglesia. Hoy la "Sin pecado", la "Tota Pulchra", sigue en total conexión con la doctrina conciliar del Vaticano II.

La devoción de Fr. Jesús ante este cuadro era evidente, pues cuando pasaba ante él, sus ojos quedaban eclipsados ante aquella "Madre de belleza incontaminada". Era una mirada totalmente espiritualizada, casi sublimada y transida de amor, como el que mira con el alma lavada en la pureza que ella irradia. Sus miradas eran cómplices del secreto y ardiente amor de ése alma oculta de un místico enamorado, siempre en constante declaración de fidelidad con amor puro, entregado y en ardiente donación hacia Ella.

No sólo era ese mirarla dulce y tiernamente expresando su amor, sino que la hacía profunda reverencia de gran respeto y veneración, cuando pasaba ante Ella, algunas veces, incluso, se arrodillaba y la rezaba el avemaría pausadamente, o tocaba delicadamente con los dedos la orla de su manto, cual vidente que ha entrando en sublime contacto con lo inefable, dejando que pasara esa corriente de la gracia que emana de quien es la Suprema gracia. Su espíritu entraba en contacto con aquella que amaba. Otras veces hacía una devota genuflexión, cargada de intimismo y reverencia, en señal de fidelidad y esclavitud, como el que está y vive rendido a la Reina de cielo y tierra.

Y si los gestos y manifestaciones externas eran símbolo de la total y fiel entrega hacia Ella, él los acompañaba con jaculatorias o "avemarías" o saludos, como el que le trae de nuevo, de parte del cielo, aquel saludo del ángel que, la proclamó "llena de gracia" y el "Dios está contigo", o el "bendita tú entre todos los mortales" (Lc. 1, 28, y 42). Bendita seas por siempre y porque también eres nuestra Madre.

No cabe duda que la fe, cuando se vive, hace maravillas. La Virgen del Tota Pulchra fue para él un continuo encuentro, ya que por estar en lugar estratégico, pasaba constantemente junto a Ella. Así renovaba en cada instante el afecto filial que por Ella sentía. Este sentido espiritual penetraba los más vivos afectos y llenaba de significado toda su vida.

Cuando uno vive el vaciamiento de sí mismo, como lo hacía Fr. Jesús, permite que toda la vida, en unión con la Virgen María, esté penetrada de ese infinito amor de Dios. Primero se comienza con la mortificación externa, para luego pasar a Dios que es el que llena de hasta el fondo del alma. Cuando ojos miran así entregados a María, es porque están penetrados de pura fe, al tiempo que se van espiritualizando y se hacen virtuosamente acogedores y graciosos.

Es la filosofía del abandono, que hunde las raíces en Cristo, donde el mirar es un mirar siempre "misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en perdón". También Fr. Jesús a través de María, fue elevando la mirada de su alma a la grandeza total de Dios. Los derechos donados o renunciados por amor, se le volvían ahora derechos de amor santificados por Dios. Y Dios por derecho y amor, habita y está en nosotros más que nosotros mismos.

Ella fue la que le enseñó a vivir de esta forma la vida en Dios; esa vida que trasforma y cambia la persona, en la que se pasa de deudor a poseedor, de esclavo a libre, de pecador a hijo de Dios. "Pues lo somos. Y el que deposita en El la confianza, se hace puro como puro es él" (I Jn.3, 1-3).


e)- Oración al dar la hora


Desde el noviciado aprendió Fr. Jesús una devoción y práctica virtuosa, que los grandes espirituales realizaban en su vida. Estos, al dar la hora del reloj, hacían una breve oración y se la ofrecían a Dios, para vivirla íntegramente para Él. Fr. Jesús, que valoraba grandemente la vida espiritual, se dio cuenta de lo importante que era esta práctica, para vivir la vida centrada en Dios. Él se la dedicó a la Virgen María rezándole una y a veces tres avemarías.

Como desde el comienzo él quiso ser santo, y al igual que el santo, luchaba por vencer la distracción. Cada momento para él llevaba un destino. Y el tiempo se hace santo y sagrado cuando se vive para Dios. Cada minuto y cada hora hay que convertirla en proyecto de Dios, en cosmos de gracia. La belleza de su ideal, se iluminaba para brillar en medio de la noche. Todo, hasta el instante mismo, lo hacía y lo vivía como manifestación y belleza de Dios. El Espíritu tomaba vida en cada instante, haciéndose iluminador y profesión de fe. Es el Espíritu el que "Renueva la faz de la tierra". "Hace más viva y cercana la verdad". La belleza del vivir la gracia le hacía a Fr. Jesús ciudadano de ese mundo habitado por Dios.

La gracia de vivir en Dios y para Dios hace la vida más bella y excelsa. Fr. Jesús anclado en la belleza de María, el tiempo se le volvía liberador y santo. La clave misteriosa está en ese: "aquí está la esclava", =el esclavo. Aquí está el secreto más profundo y santo de Dios: "que Dios también se hace esclavo en nosotros". Él está en nosotros y en Él somos benditos, bendecidos, santificados. Con Él, el tiempo se hace todo gracia, don, favor, belleza, hermosura, donación, entrega recíproca, gratuidad y fidelidad. Todo parece tiempo de plenitud. Historia del Verbo encarnado. El Dios con-nosotros (N).

Si se le veía a Fr. Jesús como paralizado, envuelto en misterio, es porque estaba en esa breve oración, hablando con Dios, en íntimo momento de dulce situación sublimada. Como el artista que pule bien la piedra dándole el toque de gracia. Todo dócil y sereno, como el que deja que se grabe interiormente la dignidad de la belleza de Dios. Sus ojos miraban la tierra, pero el alma estaba iluminada para ver a Dios presente. Casi siempre sonriente, viviendo a impulsos de la belleza sobrenatural, como el que está totalmente fascinado inmerso en lo inefable. Había en él esa compostura de la majestad del hombre dominado y habitado por la gracia. Nada de extraño que se le señalara como "hombre de Dios", como representante de la santidad.

La Iglesia dice, que se tiene el don de la bilocación, cuando la persona está en dos sitios distintos y distantes a un mismo tiempo. No sabemos si Fr. Jesús tenía este preciado don, pero lo que sí observábamos en él, es que muchas veces estaba viviendo en dos mundos distintos al mismo tiempo. Se le veía en la tierra en agradable actitud de humano y de servidor, al tiempo que transportado en su espíritu, vivía espiritualizado y sublimado en el mundo de la belleza espiritual y de la gracia. Parecía darse en él ese misterio de belleza humana, todo envuelto como en atmósfera divina.

Santificar las horas del día no era para él estar pendiente del reloj, instrumento que usaba muy poco o no tenía. El tiempo lo santificaba a golpe de escucha entregándose a Dios, no llenándole de ruidos o sones de distracción, sino de presencias de Dios. Y esto no porque fuera mal músico, pues sentía la belleza espiritual del ritmo en su espíritu, sino porque él era y vivía el arte de lo ingenuo, el arte ilimitado de lo cándido e infantil, de lo angélico y sencillo, porque para él, ahí era donde comenzaba el arte de lo infinito y sublime, de lo que da paso a la belleza originaria del hombre integrado en Cristo, de la esperanza santificada. Y "el que tiene y vive esta esperanza, se santifica, como santo es Él" (1-Jn. 3, 3).

De esta forma, él hacía de la hora el tiempo santificado y vivido para Dios, haciendo del tiempo milagro teocéntrico, donde brilla no el prodigio de lo limitado, sino la apertura a la revelación de la incomprensible limitación de Aquel que no tiene límite, y generosamente ofrece su amor bajo la figura del Hijo del Hombre. Con su presencia, Él ha convertido el espacio y el tiempo en lugar de santidad, de piedad enternecedora, de misterio humanizado. Dios ha transformado el tiempo para el hombre convirtiéndolo en tiempo de Dios, santo, sagrado, donde el hombre se hace Dios y Dios se humaniza en el hombre.

Este sentido de vivir es ya un vivir las horas marcadas por el cielo, unidos al que es todo tiempo, inmerso en el espacio eterno del tiempo. Sólo en unidad consigo mismo puede el hombre aspirar a lo divino. Fr. Jesús vivía en cada hora la cercanía de Dios y la eternizaba. Le daba unidad y santa belleza revelada y manifestada por María. Ella, con humilde lenguaje y sencilla oración, le ayudaba a edificar su mundo, como expresión graciosa de Dios.

Porque era él el que lo vivía y a veces nos lo contaba, podemos ahora hablar e intuir algo de la ejemplaridad vivida por él. Con su vida realizada junto a María y para Dios, edificaron juntos ese mundo admirable de bondad, lleno de luz y habitado por Dios.

Pero damos paso a otra reflexión, ya que un sólo rosal no es todo el jardín, aunque no por eso hay que dejar de admirar la belleza que encierra cada flor. El jardinero eterno puso todo el mimo y esmero, para que todas ellas fueran bellas, pues todo lo que hizo "vio Dios que era bueno"(Gn. 1, 26).


f)- La lectura meditada.


El núcleo más íntimo de la espiritualidad cristiana se construye en el silencio. La lectura espiritual y la meditación requieren silencio. Quien no sabe hacer silencio, no puede experimentar a Dios. Sólo cuando mi yo enmudece, dejo espacio al tiempo de Dios. El sacramento del silencio genera un estado de continuo recogimiento, de apertura a lo trascendente. Fr. Jesús deseaba el tiempo del silencio, lo vivía con fe, de ahí que buscara el silencio para ser penetrado por la luz que le venía de lo alto, invitándole a vivir el tiempo místico de Dios.

En la lectura espiritual, cuanto más Palabra de Dios sea, más se enriquecerá nuestro espíritu de vida y belleza celeste, se conseguirá mayor acercamiento a Él. Un buen libro derriba el vacío interior, destruye la oscuridad de nuestras sombras y levanta cosmos de luz y belleza. El sabio necesita muchos libros para llenar su mente, mientras que el santo, de uno solo, hace maravillosos universos habitados por Dios, crea fantásticas catedrales llenas de espiritualidad.

Este es el punto de partida y llegada del hermano Fr. Jesús. Él sólo bebió el agua clara de una fuente, alimentada por las corrientes de aguas nacidas en las "fuentes bíblicas" (N). Él, con un solo libro, "La Mística Ciudad de Dios", de la venerable Sor María Jesús de Ágreda, del que ya hemos hablado, construyó la gótica catedral de su espiritualidad, rodeándola de murallas almenadas, como defensa de su espiritual castillo interior, donde resplandece la luz de la gracia, transformada en vidriera de multiforme belleza.


Su libro preferido: La Mística Ciudad de Dios.


Repetidamente hemos dicho que, cuando leyó por primera vez este libro, fue como un encuentro misterioso con la Virgen, en el que descubrió la más fascinante belleza de la Madre; fue tal su enamoramiento y admiración por esta Mística Ciudad, que quiso permanecer y nunca salir de aquella morada prodigiosa, edificada por el mismo Dios.

Desde las primeras páginas, quedó enajenado de aquella asombrosa ciudad espiritual, dejándole en continuo éxtasis de fascinación. Comenzó a vivir el tiempo del espíritu interior. El tiempo sin tiempo vivido para Dios junto a María. Aquella ciudad de belleza abismal, le abrió su mente y su espíritu al más sorprendente conocimiento que tanto anhelaba, al tiempo que comenzó a vivir una vida nueva, en compañía de la más excelsa criatura, con la que siempre soñaba su alma, la Madre.

De esta Mística Ciudad hizo también él su propia morada, catequizándose él mismo en esta casa habitada por Dios. Por eso, cada día en permanente lectura espiritual, recorrerá las páginas de esta Mística Ciudad, tratando de conocerla mejor. Cada lectura le descubrirá nuevos portentos y maravillas de la Madre, encerrados y ocultos en esa morada de Dios, edificada por el Altísimo, a la que sólo tienen acceso los que tienen ojos de fe.

Le era placentero el encuentro de aquella lectura diaria con la que estaba unido a la Madre. Le atraía irresistiblemente el abismo de María. Mirándose en aquel espejo veía y llegaba más fácilmente a Dios, le escuchaba abriendo sus oídos a esa Palabra que le hablaba y dejaba que se hiciera vida en él. Aquella lectura tenía poder, era sabia y docta, había en ella riqueza, revelaba la Verdad. Dios hablaba por ella. Por eso, Fr. Jesús, desde el primer momento la creyó, la hizo suya, dejó que se encarnara en su vida. Con ella, echó profundas raíces, se asentó sobre esta roca, para que ni los vientos enfurecidos, ni las aguas tormentosas le anegaran, o el fuego devorador, pudieran consumirle (Mt. 7, 25).

Hay una dimensión de la escucha de Dios que, cuando se vive en tensión de fe, bien puede decirse que se está viviendo la viva presencia de Dios; es esa presencia santa del "corazón purificado por la obediencia de la fe". Cuando se lee escuchando, la misma palabra ilumina la mente y se hace en nosotros rostro de Dios, icono iluminado por la gracia que se hace luz en el espíritu; pura y real encarnación, momento revelador y confidencial en el que Dios está "vuelto hacia el hombre", llenándole de la gracia que le introduce en la visión del amor, en la contemplación de verle, sentirle, de entrar en experiencia iluminativa y vivificadora, donde toda la luz de la gracia hace contemplar la gloria y el rostro de Dios. Pues "Dios hace brillar sobre el hombre la luz de su rostro" (Sal. . 31, 17; 44, 4).

La cita del silencio en la paz de la noche, para Fr. Jesús se volvía sonora armonía que dulcificaba el alma. La lectura silenciosa resonaba en acordes de luz vibrante, y hasta la misma noche transformaba la tiniebla en experiencia amorosa de Dios, convirtiendo el encuentro en anhelantes deseos de ser y entrar en su misma luz, pues "en tu luz, Señor, se ve mejor la luz" (Sal. 36, 10). De esta forma, centrado en la Palabra, vivía gozoso el encuentro del amor, todo él hecho fe y contemplación transformadora de gracia. Su mente y corazón corrían sintonizados tras la belleza del que es todo Hermosura. Ninguna magia del mundo podrá imaginar aquella ventura infinita de sentir en la mente al Ser único "sin forma ni figura", pero todo hecho Luz y Belleza, unificadas para ser "el que es", el Existente, el "Todo en el Todo".

Para un sencillo y sin estudios, como era Fr. Jesús, pero de gran actividad y creativo, este libro no sólo llenaba su mente de símbolos, figuras e imágenes espirituales, sino que le hacían ver la realidad misma de la historia vivida por nuestra Madre, la Virgen María. En su interior se vivían las cosas como hechos y sucesos reales, en ese hoy presente para él. Él leía aquella historia y la espiritualizaba en la realidad de María, se encarnaba en el mundo místico de su espíritu, transformándole e idealizándole en su mente para espiritualizarle en su misma existencia.

¿Cómo no vibrar de gozo ante aquella criatura que se alza como la obra maestra de Dios? Su humilde sabiduría le hacía ver en Ella contenidas todas las maravillas del universo. Su incomparable hermosura de ser Madre de Cristo, supera toda la belleza y grandeza del cosmos creado, pues Ella encierra y contiene todas las gracias y dones, ya que Dios "la creó como reflejo de sí mismo", "la eligió para ser morada del Mesías", del Hijo de Dios, el enviado para salvar a la humanidad hundida en el pecado (N).


1º. Hacía Eucaristía con la lectura


Fr. Jesús decía que en su lectura sentía los efectos de una eucaristía. Con ella entraba en comunión y vivos deseos de realizar lo que meditaba y contemplaba. Sentía la necesidad de llenarse de aquella fuerza transformadora. Entrar en pensamientos de unión con la Madre, porque era también entrar en comunión con el Hijo. Nada se podía comparar con ese entrar en "La Ciudad habitada por Dios" donde Ella es el mismo "tabernáculo sagrado que contiene la Palabra, el Logos, al Verbo de la vida". Le parecía estar en la "Morada Santa donde se encarnó el Hijo de Dios", admirando a la "predilecta de Dios", conocer "El amor y complacencia de Dios" a la "nueva Eva" y corredentora. Estar ante el "Arca de la Alianza". La "puerta del cielo". La "rosa sin espinas". La "Ciudad Santa". La "nueva Jerusalén". El "Cielo nuevo" y la "Tierra nueva". El "signo de la creación". "La vencedora del Dragón". La que nos trajo al Salvador, la que es "Ciudad sobre el monte". Aquella "Mística Ciudad de Dios", llenaba toda su alma de gracia y espiritualidad (N).

Son tantas las prerrogativas y maravillas descritas, que a él le creaban sentimientos profundos de unción mística, como de gran enamorado de María. El hambre de amor espiritual sólo se calmaba en aquella reposada lectura que le unía a la Madre. El decía que aquello le movía el corazón, le hacía llorar de emoción, sentirse muy feliz, porque Ella era la misma paz del alma, la sabiduría, la riqueza de Dios, el don sobre todo don, la dicha anticipada del cielo. Por eso Ella era la que ocupaba el centro de su existencia, la que era el verdadero amor por el que siempre suspiraba y anhelaba. Para él era la revelación del mismo amor de Dios, hecho visible en la Madre.

Por otra parte, el tiempo de la lectura era un tiempo bíblico, teologal, porque Dios iluminaba su mente llenándola de presencias, pacificaba su vida, rejuveneciéndola a la edad del espíritu. El mismo silencio era ya Palabra de Dios que comenzaba a hablarle, a enseñarle la misma ciencia que trasmitía la Madre, la que mejor había llegado hasta el fondo de su alma. Además, aquel tiempo se le volvía alegre, dichoso, activo, receptivo, de gran intuición, de la más alta ciencia del espíritu. Cerrados los ojos humanos, situado en ese punto donde el hombre ya no ve, se entra en el interior iluminativo del ver intuyendo. Es un silencio sabio, lleno de conocimientos del amor perfecto, de experiencias del máximo abandono en Dios, a imitación de María. Es como si se tocara el misterio estando junto a Ella. Perseverando allí despojado de lo finito, desasido de todo apego, el yo caduco queda inerte y relegado, al tiempo que le renacía la vida nueva.

Quien lee comprendiendo las cosas, está oyendo a Dios que le habla en ellas llenándole la vida de imágenes santas; son Providencias y atributos de Dios que nos habla desde ellas, como son las claves del conocimiento para llegar a alcanzar la perfección y la vida en Dios. Cristo es la clave fundamental que nos lleva al Padre, sólo Él con su plenitud de gracia, ha sabido interpretar la verdad y fidelidad de Dios. Por eso, "en Él está la sabiduría, la alabanza, la gloria, la fuerza, el honor, y el poder, que dice el Apocalipsis" (Ap. 7, 12; 5, 12). Él solía decir: "se puede vivir sin corazón, pero sin la Madre y el Señor solo hay muerte".

Si Fr. Jesús releyó este libro decenas de veces es porque en cada lectura nacía en él la energía del hombre nuevo, el hombre en el que ha comenzado la fuerza de la irradiación de la luz, esa luz que tiene el poder de hacernos hijos de Dios, que ilumina el camino hacia el Padre, que llena de vida, verdad, plenitud, gracia y santidad. Aquella eucaristía de la palabra junto a María, le resucitaba a la vida de Dios. Mirándose en el espejo de María, era como ser visto por el Hijo, y el mirar de Cristo es llenar de transparencia y santidad la vida, preparar la morada para que inhabite el Padre con el Espíritu Santo, pues quien no conoce en Jesús el amor del Dios, no ha oído nunca la voz de Dios, ni conoce su semblante. (Jn. 5, 37). María era la que realizaba en él la metamorfosis del hombre nuevo, renaciendo a la gracia y resucitando a la vida de Dios.


2º. —María itinerario que lleva a Dios


Fr. Jesús estaba convencido que el camino de Dios tenía que hacerle en compañía de la Virgen María, ya que sin Ella estaba perdido. También Ella hizo el camino de la vida con sufrimiento y dolor, pero estos le sirvieron de estrado para asociarse a la obra redentora de Cristo. Cuando leía los lugares donde se habla del dolor de la Virgen o de Cristo, también él se asociaba a la Madre queriendo grabar la imagen refleja del Salvador crucificado. Ella le enseñaba el camino de Cristo, que no sólo es la meta, sino la obra maestra del Padre, "el que ilumina los ojos de nuestro corazón, para que entendamos cuál es la meta y esperanza a la que nos llama" (Ef. 1, 18). Y San Buenaventura en su Itinerario hacia Dios, nos recuerda que la gran sabiduría es elegir el camino que lleva a Dios. Por eso Fr. Jesús escogió este camino de María, porque en Ella había encontrado el más perfecto para llegar a Dios. El proyecto de Dios es un plan de amor que nos ha venido por María. Ella es el camino que nos lleva al amor.

"Todo el que ama el camino de Dios ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios" (1 Jn. 4, 8). María es el ejemplo.. Para llegar a ese amor hay que someter el orgullo y conquistar la humildad día a día. Renunciarse a sí mismo y poner la persona al servicio de los demás. Esto lo aprendió pronto el hermano Jesús. Se hizo servicio permanente para todos, dejó que creciera el amor a los pobres, el cariño y la ternura para los niños, la caridad y el servicio para los enfermos, la disponibilidad para los que le solicitaban, el consejo y la palabra de fe como catequesis permanente. En realidad, toda la vida la vivió como don, servicio y amor. El modelo a seguir lo tenía en María.

La imaginación del místico posee un hilo de unión con lo sagrado, su ojo invisible hace luz en la verdad. San Pablo les hace el honor de llamarles "profetas del pueblo" (Tt. 1, 12), su palabra a veces se vuelve reveladora. Fr. Jesús alcanzó un predicamento de místico, que aunque no fuera profeta siempre era escuchado, de ahí el que acudieran muchos a pedirle consejo o a que les dijera una palabra de esperanza. El consejo del hombre de Dios, siempre es puro, porque lo que Dios ha purificado deja de ser vulgar. Su decir las cosas apasionado, manifestaba la fuerza espiritual que hablaba desde su interior. La lectura le había llenado de verdad y de gracia, vividas en el tiempo de Dios junto a María. Para el que vive en Dios no hay caducidad de tiempo, todo es vida y presencia de Dios. El presente y el futuro todo es tiempo de "planificación" para Dios. Fr. Jesús puso su eje del tiempo en Dios. De ahí que viviera el presente iluminado como el día de la Luz. También él decía con San Pablo: "para mí la vida es Cristo" (Fil. 1, 21), porque el que sigue la vida en Cristo, orientada por María, tiene la vida de Dios y está en ese oriente de santidad, vive el tiempo sacramental, el tiempo de resurrección y vida permanente.

Procuraba comenzar la lectura santiguándose, como el que comienza un rito santo, purificándose antes. Aquello le ponía ya en la frontera de Dios. Sabía que mediante la Madre, Dios le hablaba, le exigiría el esfuerzo de la santidad. La santidad de Dios cuando se revela a través de la Palabra, sabe a concepto nuevo. Cuando Dios habla por su Palabra santifica al que la escucha, entra en posesión de la persona, lo aparta del mundo, (del mal), y lo asume en su esfera divina. Él tiene poder de purificar y santificar hasta lo profano. "Mía es toda la tierra, tú serás mi propiedad, lugar sagrado donde yo habite" (Ex. 19, 5-6).

Buscaba el espacio de la lectura espiritual, porque en ella se sentía como un elegido, un afortunado, un favorito de la Madre y señalado por Dios. Aquella lectura espiritual le elevaba por encima de lo rastrero de la vida, colocándole ante el altar de lo santo y lo sagrado. Pisaba la tierra sabiendo que por encima de todo lo mundano, su oración le ponía ante el "tres veces santo", "el único santo" (Is. 6, 3: Ap. 15, 4). Su sola presencia trasmitía sabiduría espiritual, purificaba el corazón y llenaba el alma de fe gozosa. El que lee escuchando a Dios, entra en la claridad absoluta. La presencia de Dios ilumina, se presiente el misterio, se entra en ambiente de revelación, de manifestación, de bondad, de amor, de infusión de gozo.

Fr. Jesús cada vez se sentía como más obligado a acudir a la cita, porque la Madre le esperaba y no se la puede dejar. Era su tiempo, el tiempo de la Madre, el tiempo de la escucha, de entrar en visión de sagrada. Hay una dimensión de la escucha de Dios, que se puede caracterizar como "tiempo de ver" (Jr. 23, 18. Nm. 12, 8). Que es como decir: ser visto por Dios. "Los ojos de Dios están sobre los que le temen, sobre aquellos que esperan en su amor misericordioso" (Sal. 33, 18). Mirar y ser visto por el Misericordioso, es la mayor dicha. No hay evidencia más grande de estar en Dios, que el que se siente circundado por su mirada, porque es cuando "Dios hace brillar sobre el hombre la luz de su rostro" (Sal. 31, 17; 44, 4).

Todo esto Fr. Jesús lo vivió en respetuoso silencio, sin que apenas se enteraran los hermanos, sólo Dios tomaba buena nota sin dejar detalle. El hombre espiritual, el místico, es la persona que vive escondida en el silencio de Dios, y las relaciones de su experiencia sólo cuentan ante Dios. Sólo cuando termina su vida es cuando se aprecia la experiencia mística que él ha vivido. Es el mismo Dios el que aprecia mejor que nadie su experiencia de bondad, de amistad y fidelidad, de las que luego sirven de testimonio a la Iglesia, abriendo con ellas nuevos cauces para la compensación del mensaje evangélico.

En Fr. Jesús siempre brilló un gran equilibrio humano con capacidad de entrega y servicio a los demás. Y frente a sus grandes luchas contra las imperfecciones humanas, él se mantuvo firme, con gran equilibrio de sensatez espiritual, profundizando cada día en la mansedumbre, en la humildad, la misericordia, la dulzura y la compresión, tanto en la fraternal como en la vida social.

Mudo y archivado se conserva ahora el libro de La Mística Ciudad de Dios, que él tantas veces leyó. Aunque no puede hablar, él es testigo de sus momentos místicos, de las horas de luz espiritual y de gracias que se ejercieron ante él, como los momentos emocionantes, llenos de fervor y estremecedores de instantes místicos, generadores de experiencias teofánicas, con ardientes deseos de imitar y seguir a la que es todo gracia, pureza y belleza santa; ¡cuántos arrebatos espirituales de este hermano encendidos de amor han presenciado sus páginas! En su vida los tenía cuando hablaba de Ella. Se hacía todo contemplación y admirando de la que es la "obra perfecta de Dios", "el milagro de su omnipotencia", "el abismo de gracia" y de "sabiduría infinita" (N), salida de las manos del Padre. ¡Cuántos momentos de dulce emoción le harían verter lágrimas incontenibles de agradecimiento, por habérsela dado Jesús por Madre!

Realmente, sus páginas guardan en misterioso secreto las fieles promesas de amor y de entrega de un enamorado de la Virgen. Ese libro es el arcano secreto de las teofanías impresas en su mente, realizadas en horas interminables de meditación, de escucha, de ojos iluminados para ver la tan excelsa y singular belleza, de la que es y está "toda llena de gracia" y es amada de Dios, la misma que le robó el corazón y le hizo fiel esclavo de María, la MADRE. Allí está como un pequeño tesoro, el "arca divina y fuente de las gracias" (N) lleno de luz reveladora de Cristo y de María, por quien nos viene la gracia y la salvación. Allí, en fin, está esa Mística Ciudad de Dios llena de sabiduría santa, de mística espiritualidad y de "toda ciencia trascendiendo" (N), que dijo San Juan de la Cruz.


3º.-- LOS SANTOS

a) –Seguimiento e imitación de SAN PEDRO DE ALCÁNTARA.


La Iglesia siempre ha puesto a los santos como modelo y ejemplo a seguir. Todos los santos han sido imitadores de Cristo. Seguir el camino de los santos es también vivir la santidad. Cada santo ha marcado un camino espiritual propio. También ellos tuvieron modelos a los que imitaron. Este es el caso de Fr. Jesús, que sintió una gran atracción por seguir e imitar la espiritualidad de San Pedro de Alcántara.

Desde que Fr. Jesús ingresó en el Santuario franciscano de Arenas de San Pedro, lo primero que encontró fue el sepulcro donde reposan los restos de San Pedro de Alcántara. Es un lugar impregnado de santidad, donde se respira la presencia del santo alcantarino y huele a santidad. Lugar de peregrinación al que acuden numerosos fieles, con el deseo de arrancarle milagros y obtener gracias mediante su intercesión.

Esto le impactó grandemente a nuestro Fr. Jesús de la Cruz. Él, como artista del espíritu, traía en blanco el lienzo de su vida y tenía la ilusión y la ambición, de realizar en él la obra más perfecta y acabada de su propia santidad. Para ello, necesitaba un buen maestro, un gran artista de Dios, que le enseñara a dibujar bellamente las maravillas ocultas a los ojos de los hombres, pero reservadas a los que tienen hambre y sed de belleza espiritual.

En seguida se dio cuenta que San Pedro de Alcántara era un especialista espiritual, con estilo propio, lleno de sensibilidad interior. Su obra respiraba belleza de perfección y renovación religiosa. Su vuelta a los orígenes era un proyecto renovador de belleza espiritual evangélica, donde estaba programada con rigor la vida de pobreza, de recogimiento, oración y penitencia para alcanzar la perfección y santidad. Su Tratado de Oración y Meditación (N) era básico.

Arenas era un taller perfecto donde el mismo maestro enseñaba y daba clases directamente, e instruía en la vida de sacrificios y penitencias, que hermoseaban grandemente la vida espiritual. Eran esos colores difíciles de conseguir, revestidos de consejos y penitencias manejados sólo por los grandes maestros y artistas del espíritu.

Si el aprendiz no tiene vocación de santo, ante los grandes sacrificios y dificultades, no sólo le viene el desaliento, sino que abandona todo como algo que no va con su persona. Pero Fr. Jesús tenía madera espiritual y quería ser un artista de Dios. Por eso, lo tomó todo muy en serio; desde la primera lección siguiendo fielmente al maestro.

Leyó y estudió en el noviciado, como dejamos dicho, la vida y método de San Pedro de Alcántara con verdadero interés, tratando de copiarle en todo para identificarse con él. El ejercicio diario de la oración, la meditación, la penitencia, el sacrificarse en bien de los demás, el estar siempre a disposición y vivir una vida centrada en Cristo, sería el mejor método de aprender a copiar las obras del maestro. También imitando y copiando a los grandes maestros se llega a esa gran virtualidad y perfección espiritual del maestro. Había comenzado su aprendizaje espiritual, dejando que se imprimiera la imagen de Cristo, al estilo propio del maestro.

Con estos cimientos, Fr. Jesús se hizo un fiel devoto e imitador del Santo Alcantarino. Durante todo la vida vivió empeñado en parecerse cada vez más a él. Por eso, trató de profundizar en el conocimiento de Cristo, viviendo el Evangelio en la vida religiosa y en fidelidad a la Iglesia y a la Orden. El Santo fue un gran reformador de la vida religiosa de su tiempo, viviendo la austeridad con gran sacrificio de ayunos y penitencias. Había que reparar la relajación y el abandono espiritual al que se había llegado en aquel tiempo. La pobreza franciscana volvería a tomar el carácter y sentido de los orígenes. Asimilarla de forma íntegra al estilo de Francisco de Asís, viviendo el Santo Evangelio de Cristo a la letra, en pobreza, castidad y obediencia (N).

Esta era la herencia del alcantarino al que Fr. Jesús quería imitar. Comenzó esta reforma por sí mismo, reparando su vida y ajustándola a la norma del santo Evangelio. Cristo sería el centro de su vida, como lo fue de San Pedro de Alcántara. El tiempo de Fr. Jesús era también un tiempo de decadencia y persecución cristiana. Había que reparar y desagraviar todas aquellas muertes inocentes, ofreciendo a la Iglesia una vida de fidelidad. Y el que vive la santidad, comienza la reforma por él mismo, sin exigirla a otros. Eso fue lo que hizo este hermano, predicar con obras, con la vida y desde el silencio. El bien lo recoge Dios, la vanidad los hombres. Por eso, él buscó el silencio para emprender una vida de oración, de mortificación, con cilicios, disciplinas, ayunos y noches sin dormir para vivir la vida enteramente inmolada por Cristo.

Había que seguir al maestro alcantarino en la oración y sacrificio, pues de él dijo Santa Teresa: "que por su mortificación no parecía sino hecho de raíces de árboles" (N). Y para imitarle en todo, lo mejor era trasladar el ambiente y lugar donde el Santo vivió, injertar la vida dura y sacrificada en la misma casa de Arenas. Con permiso de los superiores, construyó con las mismas dimensiones y en todo similar, la celda donde durmió el alcantarino cuando vivió en el Palancar, para tenerla en el Santuario de Arenas y así imitarle en el "poco dormir y mucho sacrificar".

En un espacio de menos de un metro cuadrado, en el que ni se puede poner uno de pie, ni tampoco tumbado, solamente sentado en una piedra y apoyando el brazo izquierdo, en un madero incrustado en la pared, Fr. Jesús imitó a San Pedro de Alcántara, durmiendo allí muchas noches y sólo tres horas, como lo hacía el Santo. Quería parecerse e imitar al maestro en todo. Aquí Fr. Jesús, hombre alto, calvo, enjuto, pero lleno de energía y vitalidad, abrazado la cruz del sacrificio, velaba en oración y meditaba profundamente en el misterio de Dios, besando al Cristo pobre y crucificado que tenía en sus manos.

El fin y el motivo de dormir en esta estrechez, era el de vivir en la suma pobreza y duro sacrificio, como lo hizo el alcantarino, que a su vez imitó a Cristo. Quería ser en todo como el maestro. No importa el sacrificio cuando con él se santifica la vida. Fr. Jesús lo sabía y lo practicaba, por eso, permanecía allí abrazado en espíritu y oración y como fundido en el amor ardiente de Cristo. No importaba el que su hermano cuerpo estuviera castigado; su alma estaba disfrutando en éxtasis amoroso, viviendo aquel estado místico de amor intenso. Allí e entraba en íntima y profunda comunión de sentimientos y vivencias con el que es todo ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Pero allí se sentía feliz, como novio invitado a pasar la noche con el Señor. Sentía invadido su espíritu, así como habitado por la presencia de Dios. Nada para él era comparable a los momentos de paz, unión y santidad allí vividos, am-parado por el Altísimo y a la sombra de la gracia del Omnipotente (Sal. 90, 1).

Aquel era el tiempo deseado por Fr. Jesús, el tiempo nuevo y exclusivo de Dios, ese tiempo en el que "un instante es como una eternidad y la eternidad como un instante". El tiempo en Dios está lleno de claridades. Se vive en la luz de Cristo que lo ilumina todo. Cuando se entra en el tiempo del éxtasis místico, el cielo se llena de claridades divinas. El tiempo se paraliza, el espíritu roza el límite de lo humano y el alma se introduce en ese pléroma o "mandorla", donde se funde lo humano y lo divino. Sólo el que ha vivido esa experiencia es el que sabe explicar la intensidad de amor que hay en ese sublime éxtasis. Para Fr. Jesús, el espacio y el tiempo desaparecían, porque sólo y todo para él era Dios, al que amaba con todo su espíritu y su corazón.

Con bastante frecuencia, Fr. Jesús vivió esos paradisíacos encuentros, donde todo para él era gracia y revelación, manifestación y epifanía, presencia viva del Dios encarnado, gracia y bendición para el espíritu que está deificado. Aquí Fr. Jesús, entraba en ese tiempo de resurrección, de vida nueva. Su cuerpo se extinguía, mientras que sus sentidos vivían en plenitud y profundidad la vida ganada por Cristo. Es ese tiempo dichoso en el que ya no hay palabras, todo es visión y contemplación intuitiva, se vive la plenitud del gozo, el éxtasis del amor sin fin. De este sepulcro espiritual se sale transformado y cargado de experiencia, deseoso de repetir y eternizar la presencia de Dios.

Este es el resultado espiritual cuando se vive la vida para Dios. La experiencia adquirida en el conocimiento de Dios, supera todo conocimiento de la realidad humana. El sacrifico, el sufrimiento de la mala postura, el no dormir, la estrechez y el anonadamiento, todo se vuelve para él verdadera alegría y gozo, amor y dicha sublimada. Los momentos del éxtasis de amor, se transforman en continuas vivencias de una presencia viva y eficaz de Dios; son experiencias únicas, que nadie sabe explicar. La lengua no tiene palabras que expresen esas realidades espirituales, ni la mente abarca la infinitud del misterio, como tampoco puede retener la memoria tanta belleza acumulada, cuando los mismos ojos quedan totalmente saciados, contemplando el festín de la infinita hermosura espiritual. Sólo se vive con el deseo de eternizar aquella sinfonía de belleza espiritual siempre nueva. Razón tienen los santos que en vida lo dieron todo por hacerse amigos de Dios, ya que ahora viven todos los dones celestes con Él.

El que conoce y experimenta a Dios, ya no puede vivir sin Dios. El que no cree no experimenta nada, porque ha muerto a la experiencia de lo trascendente. Sin fe, la hermosura de lo espiritual está desnuda de belleza. Los ojos del que no cree, se llenan de oscuridad y de tiniebla. Sólo vemos bien cuando es Dios el que ilumina nuestra vida. Fr. Jesús lo aprendió todo a la sombra del alcantarino. Por eso quiso imitarle en todo hasta identificarse con él. Se configuró de tal forma que hasta en lo físico se parecía al Santo. Eran muchos los que decían: "Fr. Jesús es un segundo San Pedro de Alcántara". Él sonreía cuando le decían esto y sólo decía: ¡Ojalá me pareciera en algo al Santo bendito!

Naturalmente que él cada día enfervorizado le siguió e imitó, pero al mismo tiempo se fue configurando y creciendo en gracia y santidad, hasta llegar a la altura de los amigos de Dios. En Fr. Jesús vemos la importancia que tiene el vivir una devoción que identifica con el Santo. El que vive su vida en fiel imitación de los santos, se hace santo como ellos, pues como ellos ha vivido la fiel imitación de Cristo, la que les ha llevado a ellos a la santidad.

Fr. Jesús trató de tejer con todo su empeño una vida espiritual llena de fervor que le mantuviera siempre unido a Dios; pues cuando se vive la fe convencido de que Dios es lo único necesario, se camina recto y seguro por la senda que lleva a Dios, cuyo fin es la verdadera santidad de vida. Los santos, porque son los amigos de Dios, nos ayudan e interceden, pero Dios quiere ver en nosotros empeño, decisión y colaboración, pues Él desea que seamos santos. El mérito lo pone Dios, el empeño nosotros, después vendrá el ciento por uno.

El que sabe cargar con la cruz a semejanza de Cristo, se hace hijo de Dios e imitador de Cristo. Si Fr. Jesús se abrazó a la cruz y la pobreza, abandonando todo, fue para adquirir la perla única que es Cristo. Su renuncia a toda forma mundana, se le convirtió en gracia y donación de santidad. Su vida religiosa no fue sólo experiencia de Cristo, sino también cooperación con la fuerza configuradora de Cristo, manifestada en los que se hacen amigos de Dios. En Fr. Jesús se hizo patente el seguimiento de Cristo, realizado por amor a Dios en el pobre y necesitado, donde Cristo vive el amor perfecto manifestado en Dios, y presente en los hermanos. Por eso, el vivir la vida según los consejos evangélicos, es abrir la puerta que lleva a la verdadera santidad. Vivir como este hermano el milagro de la fecundidad virginal, es también vivir la vida nueva donde todo es luz de gracia, pureza y santidad.

Él buscó en la Escritura caminos e iconos que llevaran a Dios, y la Palabra le ofreció los retratos históricos e ideales de la Virgen y de Cristo, poniendo de manifiesto que todo el que busca a Dios se hace icono y Palabra de Dios. Palabra que cuando se lee escuchando, no sólo se descubre que es Dios el que habla, sino que la fuerza milagrosa de la Palabra le transforma en su mismo icono. Poner la vida entera a la escucha del que habla (y nadie habla tan bien como lo hace Dios), es entrar en la esfera de la belleza celeste, donde la vida se transfigura en el don de la inmortalidad. Atrás queda la existencia de lo superficial, ahora la belleza de la vida pura posee visión de altura y profundidad. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn. 14, 9) . Y "el que me ve a mí, ve al que me ha enviado" (Jn. 12, 45).

El colofón a este apartado lo pone Mons. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, quien describe bellamente la imagen de Fr. Jesús en los testimonios que nos ha enviado y que aquí lo trascribimos: "Pues bien, viendo a Fr. Jesús de la Cruz me resultaba muy fácil imaginar a San Pedro de Alcántara. Era Fr. Jesús alto, calvo, delgado. Lo que escribió Santa Teresa de Ávila sobre San Pedro de Alcántara puede trasladarse al hermano Jesús: "Era muy viejo cuando yo le vine a conocer, y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles. Y con toda esta santidad ("pobreza extrema y mortificación") era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con preguntarle; en éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento" (Libro de la Vida, 27,18). No me extraña que los artistas se hayan inspirado en la imagen del hermano Jesús para representar a San Pedro de Al cántara. Era para nosotros y para tantas personas que lo trataron como un retrato exterior e interior del famoso reformador franciscano. Pude percibir cómo la bondad y sonrisa de Fr. Jesús eran al mismo tiempo don de Dios y fruto de una laboriosa tarea suya. Espontáneamente hubiera sido duro y riguroso; pero la gracia de Dios no fue estéril en el Hermano Jesús; en él se podía comprender hasta donde puede conducir la gracia de Dios bien correspondida. Por eso, el Hermano Jesús era una invitación personal a entrar en fiel comunicación con Dios" (N). Este seguimiento y devoción espiritual le llevó a Fr. Jesús no sólo al recogimiento silencioso de si mismo, sino que le llevó a la escucha de Dios que le hablaba en el otro. Él acogió con devoción estas llamadas y las cuidó con atención en su corazón. Y aprendiendo a escuchar, a acoger la Palabra, a cuidarla, a actualizarla, a vivirla cada día como la recibía del hermano, él mismo se hizo camino de fidelidad que lleva a Dios. La audacia de la imitación le hizo vencer el temor de no ser él, pero fue ella misma la que le llenó de posibilidades, abriéndole a la verdadera rectitud de discernimiento espiritual, en el que se realizó el proyecto más anhelado de su vida.


b)--Admiración por SAN JOSÉ


Cada vez que Fr. Jesús entraba en La Mística Ciudad de Dios, era como entrar en la ciudad de los encantos y admirables maravillas, donde abundan las sorpresas más insospechadas. Aquella Ciudad que estaba llena de belleza espiritual, exhibía un gran monumento a la espiritualidad de un hombre singular. Era un inmenso contemplar aquella figura que infundía justicia, honestidad, bondad, honradez, religiosidad, dulzura y amabilidad. Aquella figura de casto varón, cautivaba y seducía irresistiblemente; era única, ya que era un elegido de Dios, un señalado por el cielo para que fuera el esposo y guardián de aquella Mística Ciudad, tan querida y elegida por Dios, como lugar de su moraba. A esta figura se le había encargado también, que hiciera en la tierra las veces de padre del Hijo de Dios. Su nombre: San José.

Para ejercer tal dignidad, Dios le llenó, al igual que la Virgen, de dones, gracias, virtudes, bendiciones, cualidades humanas y espirituales. La correspondencia a las bendiciones del cielo abundaban de tal forma, que eran dignas de admirar y hacían del santo el hombre más especial y distinguido de los humanos, el más admirado y el que más devociones suscita en los fieles. La Iglesia siempre le ha puesto como el modelo de fidelidad, como el hombre justo, humilde, honrado, fiel, que pasó desapercibido y apenas cuenta en los Evangelios, pero que fue el elegido por Dios para esa misión tan especial, de ser esposo de la Virgen María y hacer las veces de padre de Jesús.

Si a esto le añadimos, que en "La Mística Ciudad de Dios", se habla de las perfecciones de San José en alto grado, resaltando especialmente las virtudes de humildad, prudencia, fidelidad, castidad, sensatez, justicia, modestia, honradez, bondad, entre otras (N), fácilmente descubrimos que Fr. Jesús también sintiera atracción y admiración por este santo predilecto de Dios.

Si sentía una predilección especial por San José era no sólo porque fue elegido por Dios para ser el esposo de la Virgen María, sino por la fidelidad y sumo respeto con el que siempre manifestó a la Virgen María (N). Aquella delicadeza y finísimas actitudes empleadas con la Virgen, le llenaban de fervor y deseaba imitarlas en su vida, empleando esas formas con los hermanos y cuantos le rodeaban. Eran las formas visibles del espíritu que afloraban en Fr. Jesús, manifestadas con los hermanos, como respuesta a una vida centrada en la oración y meditación, sobre los misterios de Cristo y la Virgen.

El prudente silencio practicado por San José ante las calumnias levantadas contra su esposa la Virgen María, le hacían verter lágrimas de ternura a Fr. Jesús, por la inmensa bondad que se revelaba en un hombre tan justo y fiel como San José, que cargaba con la culpa ajena para evitar la ley del repudio contra su esposa. Imitando al Santo, Fr. Jesús quería moderar sus ímpetus y prontos espontáneos, que tanto le hacían sufrir. La práctica de estas virtudes le fue modelando su temperamento hasta convertirlo en expresiones dulces de ternura y delicadeza.

El sufrimiento y pobreza por el que pasó San José, le renovaba su espíritu de sacrificio y de entrega. San José sabía que tenía a su cargo, encomendado por Dios, el cuidar y procurar el sustento y necesidades para la Virgen María y su Hijo Jesús. Pero San José a pesar de trabajar honradamente, apenas podía ofrecerles lo necesario de cuanto él deseaba. Ver que abundaban en pobreza y no faltaban los sacrificios en aquel hogar santo, constituido por esa Sagrada Familia, eso era un duro calvario para el Santo; cruz que llevó silenciosa, humilde y pacientemente (N). Todo esto para Fr. Jesús, era una fuente espiritual de seguimiento hacia el santo, que le impulsaba a valorar la pobreza, el sacrifico, la humildad y el servicio caritativo a los demás.

El amor que brillaba en la vida de San José hacia la Virgen María y su Hijo Jesús, era el amor que él ponía empeño por imitarle. Aquel amor puro y virginal que relucía lleno de respetos y ternuras por la Virgen, en todas las actitudes y vida entera de San José, era algo que Fr. Jesús no sólo admiraba, sino que contemplaba como un don y gracia especial enviada desde el cielo para el Santo. Gracia y don que él pedía para saber amar en esa dimensión de generosidad y limpia fidelidad a los demás. Esto le hacía hablar dulcemente de San José.

Hay algo que a Fr. Jesús le llenaba de gran asombro y admiraba sobre San José, era el saber vivir silenciosa y santamente el misterio de Dios que le envolvía. Vivía rodeado de silencios y misterios, cuando estaba en la misma presencia de Dios, viviendo y tocando al mismo Verbo de la vida, estando al lado de la que es infinitamente amada de Dios, la elegida desde el principio para Madre del Hijo de Dios, donde Dios tenía todas sus complacencias, adonde el mismo cielo había puesto su tienda y habitaba en su misma casa. Aquella forma de vivir los misterios de Dios, guardados en el arcano secreto de su inmensa bondad y no revelados hasta entonces… Todo era para Fr. Jesús digno de admirar, de extasiarse de amor, de asombrarse, de sentirse fascinado y asombrado. Sólo San José, decía Fr. Jesús, tuvo la suerte de ver, vivir, tocar y contemplar el misterio más sublime que el cielo nos ha enviado (N). "Envidia santa, decía él, se siente en el espíritu ante estos acontecimiento. Que el Señor nos conceda que algún día nuestros ojos puedan contemplar tales maravillas".

A San José le tenía verdadera devoción y le invocaba rezándole con frecuencia, para que le diera la santa perseverancia y supiera ser fiel hasta el final. A él le encomendaba asuntos espirituales y cosas difíciles de obtener, como también pedía por los esposos para que supieran imitarle en amor y fidelidad, como lo hizo San José. Y sobre todo, le pedía diariamente que le asistiera en la santa muerte, que así como él murió asistido por la Virgen y su Hijo Jesús, cuando llegara ese momento para él, que San José le ayudara y pidiera a la Santísima Virgen, para que estuviera a su lado e implorara misericordia, para obtener el perdón de sus pecados.

San José formaba parte de su vida espiritual como algo natural y necesario. No podía faltar en su vida este apoyo espiritual, ya que todo lo que estuviera tan unido a Cristo y la Virgen, tenía que estar dentro de su vida mística. Pero sobre todo, admiraba a San José por la fiel correspondencia a la elección de Dios, por la inmensa bondad y ternura que ofreció siempre a la Virgen María, y por la honradez y sensatez de su vida, que le seducían y siempre quiso imitar él (N).

Él fue el "varón bueno y prudente a quien Dios eligió para ponerle al frente de su casa" (Lc. 12. 42). ¡Cómo no tener el pensamiento, la voluntad, el deseo y el sentimiento en el Santo justo y prudente, si para Fr. Jesús, este Santo estaba en la base de su conocimiento espiritual, con el deseo y la admiración de la verdad, bondad y belleza de gracia que había en él! También el amante de la belleza espiritual aquí en la tierra, participa de esa belleza, no en cuanto la posee sino en cuanto la vive y la desea. "Que el Señor tenga misericordia de mí, decía él, y me ayude a servirle en los hermanos, en los pobres y necesitados, con el amor que él sirvió a Jesús y la Virgen María".

Fr. Jesús estaba seguro que siendo un buen servidor de los demás, sería un buen instrumento de Dios. Su ideal era servir, amar, dar lo mejor que tenía por los demás, hacerles felices, ser testimonio y presencia de Dios, llevar el Evangelio a todos, vivirle con toda integridad en la pobreza, en el servicio humilde, con la fidelidad de la pureza y entrega del corazón, con la honradez de hacer un trabajo servicial en bien de los hermanos. ¡Ojalá supiera imitar a este santo varón! ¡Que él me ayude y acompañe siempre!


c) Piadosa atracción por LOS ÁNGELES.


La Mística Ciudad de Dios es la ciudad de los ángeles. Leyendo la vida de a Virgen María descubrió el oficio y servicio de los ángeles. En el servicio de ayuda y protección que realizaban en la vida de María, se dio cuenta la necesidad que tenemos los humanos de esta misteriosa ayuda. La defensa en la lucha contra el mal que tuvo que soportar la Virgen María; la fortaleza y consuelo que le infundían los ángeles, como emisarios del cielo, frente a los ataques feroces de los infernales espíritus, que tanta envidia y rabia sentían contra su santa e inmaculada concepción, maquinando siempre para hacerla caer en pecado (N), junto con la diversidad de funciones que ejercen a favor de los humanos, Fr. Jesús comenzó a sentir verdadera atracción por estos amigos y protectores nuestros.

Fue leyendo La Mística Ciudad de Dios, cómo Fr. Jesús adquirió y comenzó a sentir atracción hacia ellos, pues nada le impactó tanto como el descubrir esta creación de Dios a favor de los humanos. Él daba gracias a Dios porque había dedicado a la Virgen María una corte y defensa especial que siempre la acompañaban, para que estuviera atendida la Reina y Madre del Hijo de Dios (N).

Ya señalamos la gran admiración que le causaba, la asistencia y protección de los ángeles a la Virgen María. Aquellas intervenciones relatadas a favor de la Virgen, fueron una llamada de atención, para que prendiera en él esta admiración por los ángeles. El caso es que, desde entonces él sintió el deseo de tener a los Ángeles por amigos y protectores, a quienes todos los días se encomendaba.

Con frecuencia nos recordaba, que no nos dejáramos seducir por el mal, para no vernos como los ángeles malos, arrojados de la presencia de Dios por soberbios. También Lucifer era Bellísimo y estaba lleno de gracias y dones, era querido y admirado por los espíritus celestes, pero con el pecado de soberbia, se le quitaron todos los dones y hermosuras, convirtiéndose en la más horrible fealdad y maldad arrojada a los infiernos (N). Cuando Fr. Jesús nos contaba esto, lo decía con todo el cuerpo, las manos, la boca y el corazón. "¡No os dejéis engañar, que es muy astuto! A la Virgen lo intentó de muchas formas, pero Ella fue la que le derrotó y le aplastó la cabeza dándonos al Mesías Redentor. Ella ganó la victoria para todos".

Hay que pedir la protección de los ángeles buenos, nos decía, porque "son los que nos acompañan constantemente". Algunos religiosos, de bromas o con alguna duda, se reían cuando decía esto. Fr. Jesús no sólo estaba convencido, sino que lo tomaba muy en serio. Hablaba con unción de ellos y siempre sentía su compañía. "¡De cuántos peligros me han librado y cuántas ayudas he recibido de ellos! Les estoy muy agradecido y les pido la ayuda espiritual, para que me conduzcan por la vida con rectitud y santa pureza".

Cuando hablaba de los arcángeles, especialmente de San Miguel, San Gabriel y San Rafael, por la importancia que tenían en la historia de la salvación, hacía verdaderos elogios y él mismo estaba admirado por la importancia que Dios les otorgó, para intervenir en los claves momentos de nuestra salvación. Ellos desde siempre contemplan la faz de Dios, le alaban y le dan gloria, la que nosotros no sabemos dar. Ellos nos trajeron anuncios de paz y viva encarnación, como también siguen interviniendo para iluminar nuestras mentes, y hacer actual al Dios encarnado entre nosotros, por el que nos viene la paz, el perdón y la salvación. Que nunca nos falte su ayuda y protección.

Las lecturas de La Mística Ciudad de Dios le llenaron de imágenes santas sobre los ángeles (N), y cómo actúan en bien de los humanos, cumpliendo las órdenes del Señor. Muy especialmente se le quedaron grabadas las legiones de los ángeles que servían a la Virgen María (N), que la acompañaban a todas partes para defenderla del mal. Ellos, de muchas formas, alegraban La Mística Ciudad de Dios y la embellecían llenándola de gracia y presencia del Altísimo. También la santísima Virgen María sentía en ellos la presencia del Señor (N).

Fr. Jesús había ido poco a poco conformado su espíritu en noble sencillez, hasta tomar esa similitud ingenua y angelical del que ha muerto a la picardía del mundo y al doble sentido de las cosas. El espíritu inocente, al estilo angelical, había crecido en él llegando a la madurez hasta salirle al exterior. Las personas buenas lo notaban y cariñosamente se lo decían. Sólo los miopes anclados en detalles nocivos, usando el cristal infiel con visos negativos, persisten en conceptos baladíes, ciegos a la realidad presente del hermano.

Saber pasar del mundo de la malicia, de la desconfianza, del recelo, de la picardía y del doble sentido, es saber abrir la puerta a la bondad, la nobleza, la ternura, la benignidad, la compasión, la perfección y la virtud, que es lo que le pasó a Fr. Jesús. Él abrió la puerta a Cristo paciente, y la Madre le enseñó el camino de la prudencia, de la misericordia y la inocencia. Se "revistió de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia y soportó a los demás por amor" (Col. 3, 12-13; Ef. 4, 1-2). Quien en aras de fidelidad deja conducirse por ese expropiamiento de su hombre viejo, ha introducido su vida en la tierra promisora de la bondad de los hijos de Dios. Su siembra de amor cayó en tierra fecunda para dar el ciento por uno. Ahora, la gloria de Dios brilla sobre su rostro y es luz que irradia el infinito y misericordioso amor de Cristo.

Y es que el dominio de la gracia rompe los esquemas de la envidia y la malicia, convirtiendo a la persona en pura trasparencia. El que adquiere ese espíritu angelical o inocente, viviendo en caridad y ternura como Fr. Jesús, es porque ya ha entrado en el mundo maravilloso de la bondad santa, de esa limpia y pura simplicidad, de la ternura sublime del santo, llena de indulgencia afable y misericordiosa; diríase que está en la antesala de la "vida nueva", de la que habla el evangelio.

Fr. Jesús llegó al final de fu vida totalmente transformado, estaba ya como liberado del engaño, la mentira y la maldad; su existencia transcurría como en un "edén purificado"; para los que están inmersos en el desierto áspero de la vida, él fue como un oasis escondido donde abunda el agua providente de la bondad, la gracia y el amor sincero. La blanca vestidura de la inocencia y simplicidad, cubrieron su vida con vestido nupcial para ser invitado a las bodas del banquete celestial. Había llegado el día. Él invocaba al Padre para que aceptara su pobre vida. Dios le vio con el albo vestido de boda y le hizo pasar al banquete de su Reino. ¡Dios sea bendito!


"LA LUZ BRILLA EN LAS TINIEBLAS" (Jn. 1,5)


Para Fr. Jesús la luz ha comenzado a brillar. El día del Señor ha llegado. Para él ya sólo cuenta Dios. Atrás ha quedado el mundo caduco, perecedero. Con él, han ido cautivas las virtudes del espíritu. La gracia del Resucitado le ha devuelto a la vida. La doxa de Dios ha descendido y brilla sobre él. La fuerza del Espíritu es la que ilumina su recuerdo. Solo esperamos que su vuelta repentina, nos traiga el gozo de la vida y la inmortalidad, certificada desde lo alto. Estamos en tiempo de espera, pero no de dormir: "Ya es hora de despertar. La noche ha pasado, el día ha comenzado: dejemos las dudas de las tiniebla y revistámonos de la luz" (Rm. 13, 11).

Creemos que su recuerdo y su vida espiritual merecen ser tenidas en cuenta. Silenciosamente vivió a nuestro lado, pero era Dios el que moraba en él. Nosotros "le vimos como a uno cualquiera", vivimos junto a él como uno de tantos, pero era Dios el que caminaba con él y a nuestro lado. No tuvimos ojos espirituales para ver a Dios en el hermano. Ahora son sus obras las que hablan, con las que Dios nos vuelve a recordar su paso, su pascua entre nosotros. Cerrar los ojos o apartarlos de la luz de Dios que ha comenzado a brillar en él, es negarnos a colaborar con la obra que Dios realiza con sus amigos los santos. Si voluntariamente nos callamos, Dios hará que hasta las piedras griten en su nombre, repudiando nuestro silencio y proceder. Colaborar en la obra de los santos es trabajar para que brille la obra Dios, al tiempo que santificamos la vida.

El que ha vivido para Cristo, aún muerto sigue dando testimonio de Él. Fr. Jesús porque creyó en Él no ha muerto, vive la vida de Dios. Sólo en Jesucristo resplandece la luz de sus amigos, pero ahora ellos poseen la luz de la gracia plena y acabada. En ellos habita, irradia y destella la doxa, la gloria de Dios, la luz sin tinieblas (I Jn. 1, 5).

El que humildemente y silenciosamente, como este hermano, se ha dejado trabajar por Dios, es Dios el que sigue hablando en el silencio que en él resplandece. Dios en él se hizo presencia visible y ahora él vive en el Dios invisible, presente en todas las cosas. Y desde el evangelio, el mismo Cristo nos dice que es Dios el que ahora usa para él una medida rebosante, colmada, repleta (Lc. 6, 38), ya que él usó la medida de la caridad compartida en el hermano. El que ha vivido su vida crucificado con Cristo, nada de extraño tiene que el milagro de Cristo resucitado ya se haya actualizado en él (Col. 3, 3).

Al mirar retrospectivamente sobre la espiritualidad de nuestro hermano, creemos lícito el valorar su muchas virtudes, como su fidelidad en el constante seguimiento de Cristo, pobre y crucificado. Creemos que Fr. Jesús supo configurar su vida con Cristo, por eso creemos justo que ahora su vida adquiera forma teológica de santidad. De su indigente arcilla Dios ha hecho una imagen nueva para la vida eterna, hoy su icono nos llega con mensaje de nueva epifanía. Su vida ha sido un canto a la sencillez, la bondad y al servicio del hermano. Ahora sobre el mudo pentagrama de su vida, Dios ha puesto ritmo y gracia, creando de su laboriosidad una acabada belleza que supera la armonía de lo terrestre.

De las cosas que conocimos del hermano Fr. Jesús, sabemos que sin estudios él solo se hizo un verdadero artista de Dios, un humilde maestro del espíritu, un predicador que con el silencio y testimonio de vida, proclamó el Evangelio del trabajo, de la caridad y el amor al pobre. Y sobre todo, un cantor apasionado de la Virgen María, la Madre, que con humildes baladas emocionó a cuantos le escucharon. Desde el estrado de su sencillez; él ha llenado su vida de la sublime belleza de Dios. Todo el camino de cruz desde la niñez hasta su último suspiro, fue un itinerario intenso que pasó casi desapercibido, pero ahora la obra de Dios comienza a brillar como camino triunfal y signo prodigioso que proclama la gloria de Dios. El testimonio de vida en su alma oculta de místico, hoy surge como milagro que refrenda la vida en Cristo, cual humilde sacramento que nos trae la gracia de Dios.

Tal vez, por no tener voz propia, ni escritos que hablen por él, pueda parecer demasiada la importancia que se le da; también Dios escribe la historia con silencios y sin letras, pero nada se puede resistir ante su fuerza configuradora y creadora del cosmos visible. La obra testimonial de Fr. Jesús está ahí. El mundo sigue pasando, pero la obra de Dios queda y nos juzga. "¿Acaso no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?" (I Cor. 6, 2). Y para los que persisten en la duda, les recordamos, que fue también Cristo el que nos dijo: "Si no creéis en mí, creed en mis obras, ellas dan testimonio de mí" (Jn. 10, 25 y 38). Y los que le conocimos, damos testimonio en su nombre y sabemos que es verdad. Creemos que ha llegado la hora de este amigo de Dios. "Ha llegado la hora en la que se manifieste la gloria de este Hombre" (Jn. 12, 23).

Toda la historia de este religioso está tejida de un amor ardiente y apasionado por la Virgen María. Ella como Madre, le acogió con inmensa ternura siendo niño huérfano, cuando estaba en el abandono de la calle, como se acoge a un hijo que necesitaba más amor. Nunca olvidó este amor celeste lleno de misteriosa misericordia, al que él trató de corresponder fiel y generosamente durante toda su vida.

Por Ella será capaz de hacer las mayores renuncias, de emprender una vida nueva, de empapar su mente y su vida de los más sublimes pensamientos teológico-marianos, aunque no era hombre de letras, tratando de conocerla mejor, para tenerla más dentro de su vida, para llevarla en todas las células de su humana existencia, sin parar hasta configurarse con Ella. Por ella es capaz de todo, de pasar las noches en vela meditándola, escuchándola, viviéndola embelesado de amor. Ante Ella reza día y noche sin descanso, intercede por los hermanos, por los pobres y enfermos. Por Ella teje diálogos apasionados que arrastran y confunden a los sencillos y a los entendidos. Con palabras febriles y ardorosas de amor, habla, grita, predica con el corazón palabras que penetran en los oyentes hasta conmoverles. Su apasionado amor le lleva a no poder concluir su discurso porque pueden más las lágrimas que sus pobres palabras.

Yo doy testimonio de haberle oído y pedido muchas veces que nos hablara de la Madre como él lo hacía. Y os aseguro que nadie me ha encendido el corazón de verdadero amor hacia la Madre como lo hacía él. Algo especial tenían sus palabras que a todos conmovían hasta terminar emocionados y con lágrimas como él. Aquel hablar de la Madre arrastraba y conmovía a todos. Algunos ilustrados y obispos pasaron por esta experiencia de su humilde palabra y experimentaron los mismos efectos. ¿Qué tenía este hombre que sin estudios ni preparación le hacía hablar maravillas de la Madre celeste? ¿Dónde aprendió aquella teología mariana que encerraba tanto contenido espiritual?

El quicio de su fe y vivencia descansaba en María. Ella era el fundamento de todas sus experiencias adquiridas en la vivencia de la maternidad de María. Y el que vive anclado en María, posee experiencias que jamás ha adquirido personalmente, sino que le han sido comunicadas de un modo gratuito. Los que ponen su vida y su fe en manos del Señor, imitando a la Madre de Cristo, ponen su vida a disposición exclusiva de la Palabra de Dios. El que vive la experiencia de María, encarna en su virginal espíritu, la disponibilidad exclusiva de ser para Dios en todo su cuerpo y su alma. Fr. Jesús trató de vivir espiritualmente esa experiencia de María, siempre con el gozo de vivir el misterio inimitable de la gracia, ancorando la vida en Dios, y eternizándola como algo irrepetible.

Esta vivencia mariana de Fr. Jesús, él la vivió como una relación espiritual evangélica con María, como el que ha entrado por pura adopción en la filiación de María para ser verdadero hijo de Dios. Él se sentía un privilegiado, como un nuevo elegido por María, para formar el grupo apostólico proclamador de Cristo y su Evangelio. La falta de preparación la suplía con la vivencia de la lectura y meditación reflexionada. Después dejaba que fuera Dios quien hablara por él. Su mente estaba llena de imágenes y símbolos marianos que él interpretaba en conceptos de espiritualidad. El profundo amor acumulado era el que hablaba desde su corazón. No era tanto de admirar lo que hablaba, sino cómo lo hablaba y lo predicaba, porque lo proclamaba como Palabra de Dios, como vidente revelador de los misterios de Dios.

El ideal de Fr. Jesús era estar constantemente relacionado con Dios. Él estaba siempre en actitud de servicio, pues dejaba la iniciativa a Dios, por eso, su vida entera fue vivir esa actitud filial, ya que era consciente y deseaba ardorosamente el ser hijo de Dios (Ef. 1,5), le había preparado en ese camino la Madre, como le enseñó a vaciarse de todo lo que no fuera la verdad, la bondad y la belleza de Cristo, para que todo su pensar, vivir y actuar, fuera seguir y amar el camino de Cristo. Ese itinerario espiritual lo apoyó en el amor y la fuerza del Espíritu de Dios, que le venía cuando pronunciaba el nombre del Señor, de ahí el pronunciarlo con tanta frecuencia. ¡Hay Señor, Señor! era su expresión. Todo esto le hizo entrar más en el misterio de Dios, en ese misterio de Amor, donde "hay que perderlo todo, para encontrarse del todo en el que es Todo Amor".

Cualquier manifestación espiritual era para él como una invitación a entrar en el misterio inaccesible de Dios. Tenía su espíritu en actitud de escucha, en apertura a la llamada, dialogando e intuyendo cuanto Dios le comunicaba, porque la palabra hacía resonancia en su interioridad y le dejaba cargado de presencia santificadora. En él había una entera decisión de vivir la amistad santificadora que le unía y relacionaba con el amor de Cristo; él la vivía personalmente en el servicio a los hermanos, a modo de constante encuentro y comunión de vida con ellos. Su recogimiento espiritual externo, era un silencio activo que tenía eco en el silencio del Dios Amor. Cada día le traía nuevas experiencias que le invitaban a vivir la humildad o kénosis de Cristo. Porque esa experiencia de la Cruz era la que mejor le unía y relacionaba con la persona y el amor misericordioso de Dios.

Fr. Jesús terminó sus días en total unificación con el Padre, cuando ya apenas su cuerpo podía realizarse, él vivía en total unidad con Dios, había perdido el yo superficial, pero había llegado al yo profundo de la máxima unión vital con Dios, sólo esperaba unificar su vida a la de Cristo, para convertirse en total hijo de Dios. Lleno de esperanza, como iluminado por la gracia, con la conciencia purificada por la unión y amistad con Dios, puso su vida en las manos del Padre para que su espíritu entrara en toral inmanencia de amor y santidad para vivir el misterio de Dios.

Creemos realmente que su vida espiritual merece una reflexión. Tal vez sea la que más nos ayude, ya que conocer el pensamiento y la espiritualidad oculta de este místico, nos ayudará a ganar el tiempo para Dios. La palabra del humilde se hace más Palabra de Dios, devuelve alegría al espíritu, abre horizontes nuevos donde se respira la belleza de Dios. La vida nueva llegará cuando entremos a vivir el gozo del espíritu, estando lleno de obras santas el libro de la vida, donde Dios escriba de nuevo su nombre de pertenencia, pues de sus manos salió nuestra existencia.

Un gran pensador actual ha dedicado un libro a reflexionar sobre la "Edad del Espíritu" (N), como entelequia que constituye la vuelta y revelación del Espíritu. Y creo que dados los presupuestos en los que el mundo se desenvuelve, esta vuelta del Espíritu es lo que más necesitamos con urgencia. En esta noche de fe, buscar el sentido del Espíritu sería lo más apremiante y necesario. Él es el único que puede renovar la faz de la tierra, curar nuestras heridas disolutas, llegar hasta los tuétanos del alma, hasta el fondo sin hacer pié, para entrar en el mar renovador del Espíritu. Él como inspirador del hombre, es el único artista que puede devolvernos la belleza de Dios.

Tal vez, la espiritualidad de este místico oculto, pueda abrirnos puertas al Espíritu; para ello, es necesario que nosotros colaboremos. Será la mejor página que escribamos en nuestra vida. El Espíritu Santo tiene su pluma en la mano, tiene ante ti el libro abierto para continuar la historia de la salvación, aún incompleta, pues sólo se agotará al final del tiempo. El Espíritu lo escribe todo de corrido. Hagamos de la vida un bello canto de amor, en el que nos sintamos protagonistas y colaboradores, haciendo posible la llegada del "cielo nuevo y la tierra nueva", totalmente espiritualizada y purificada para Dios.

La Iglesia de los santos está en marcha recorriendo el camino de la vida, no hacia sí misma sino hacia la eterna Jerusalén, mostrándose como una nueva encarnación del mundo en ofrenda al Padre. Ella es portadora de la obra redentora realizada por la cruz y resurrección del Hijo, "a quien Dios ha confiado el misterio de la reconciliación" (2 Co.5 18). Los santos actúan con la fuerza de la verdad y la luz del Evangelio. Nadie podrá apagar el amor que ha nacido en ellos. Sin alardes, sin estructuras terrenas, ellos con su vivir calladamente la santidad de la buena noticia, van construyendo el verdadero Reino de Dios. ¡Dios sea bendito en los santos!