Prólogo

LA MEMORIA DEL JUSTO SERÁ BENDITA.

 

Hay personas que irradian esperanza, serenidad y estímulo en el camino del Evangelio. No tengo duda en haber experimentado esto al lado del Hno. Jesús; por ello, me resulta alentador su recuerdo. Dios resiste a los soberbios y exalta a los humildes; enseña los misterios del Reino no a los sabios y entendidos sino a la gente sencilla. Este proceder de Dios, cantado por María en el Magníficat (cf. Lc. 1, 51- 53) y convertido en bendición al Padre por Jesús (cf. Mt. 11,25), ha hallado también cumplimiento en Fr. Jesús. Él quería sinceramente pasar desapercibido y vivir en la ocultación. No buscaba ni necesitaba mendigar afecto y reconocimiento de las personas, ya que sabía vivencialmente que Dios era su Padre, su amigo del alma y el Testigo de toda su existencia, también cuando transcurría en la intimidad. Pero la experiencia nos dice, confirmando las enseñanzas del Evangelio, que siempre hay personas que se fijan en lo pequeño e insignificante, siguiendo el comportamiento de Jesús a propósito de la ofrenda en el arca del templo de la viuda pobre (cf. Lc. 21, 1-4). Lo inadvertido a los ojos altaneros es contemplado por Jesús con alabanzas y estima. Es verdad, Dios se complace en los sencillos de corazón.

La criba que ejerce el paso del tiempo y el examen a que está expuesta la vida de los hombres, y que poco a poco van realizando quienes conocieron a las personas, sitúa a cada uno en su lugar, resaltando lo realmente valioso y llevándose el viento las hojas de la apariencia. El que sea publicado este segundo libro de Fr. Arsenio, que con sumo gusto presento y a cuya lectura invito cordialmente, obre Fr. Jesús es un signo de la atención que continúa prestándose a quien se consideró siempre indigno de ella. Pero nosotros hemos comprendido que no debe perderse su memoria, que no nos es lícito olvidar los beneficios del Señor y que nuestro hermano y fiel discípulo de Jesucristo es una señal que debemos tener presente en el recorrido de la vida. Una persona, que emerge en la irradiación del Evangelio, nace, crece y madura en la tierra fecunda de la Santa Madre Iglesia, es el regalo de Dios que agradecemos hondamente y es un signo de lo que puede realizar el Espíritu del Señor en las personas dóciles.

¿Qué habría visto la gente, de corazón sencillo y no retorcido, en Fr. Jesús que deseaban encontrarse con él y le buscaban para hablarle de su vida con sus gozos y sufrimientos? Sabían que su palabra, siempre cercana, transmitía la verdad y el amor recibido por él en la comunicación silenciosa y orante con Dios. Los vecinos de Arenas de San Pedro se sentían particularmente felices cuando entraba en sus casas. Difundía su presencia la proximidad de Dios, que es fuente de paz, de consuelo y esperanza. Deseaba que con su sombra bendita los alcanzara, como escribe el libro de los Hechos de los Apóstoles a propósito de Pedro (cf. 5, 15). Transparentaba Fr. Jesús el misterio divino del que vivía y cuya manifestación plena esperaba sin distracciones y con confianza en Dios.

Recuerdo del Hermano Jesús algo que me ha hecho pensar frecuentemente. Cuando emitía opiniones sobre cuestiones de fe, de la vida de la Iglesia o de sus necesidades pastorales, inmediatamente se disculpaba por el atrevimiento: "Yo no sé, yo no he estudiado, perdonen Uds". Por supuesto, hablaba desde lo que había aprendido en sus años largos de religioso, pero también guiado por una sabiduría espiritual que suscitaba –esta es mi experiencia- estupor tanto por el acierto de sus juicios como por la certeza con que hablaba, a pesar de las disculpas que añadía a continuación. Hay personas de las que podemos decir que saben más de lo que han tenido la oportunidad de aprender leyendo en los libros o escuchando a hombres intelectualmente bien formados. Es verdad que el espíritu del hombre es creativo; medita, profundiza y madura lo que ha recibido, y lo relaciona con otros saberes de modo que no repite mecánicamente lo aprendido sino que lo devuelve con un toque original y nuevo. Es verdad también, que a diferencia del odio que daña la sabiduría y la conciencia, el amor ilumina el corazón y abre los ojos a la verdad. Pero en el caso de Fr. Jesús había más que la limpieza de corazón y la creatividad del espíritu humano. Era transmisor de una sabiduría evangélica que procedía del mismo Espíritu de Dios, convertido en su Maestro interior. "Humildad es andar en verdad" (santa Teresa de Jesús); pues bien, los humildes son dóciles, se dejan conducir por el Espíritu Santo a la verdad completa (cf. Jn. 16, 13), Se adhieren a la verdad, saben en qué consiste y la manifiestan con una certeza que no procede de la terquedad sino del amor que la profesan. La persona humilde no es indiferente en relación con la verdad, sino testigo fiel. Recuerdo que su reacción era semejante a propósito de la Virgen y a propósito de la verdad del Evangelio: Para explicar su amor entrañable y efusivo a María la Virgen Madre, decía: "Sabe, yo no he conocido a mi madre"; y para disculparse de sus incursiones en temas religiosos, aludía al hecho de no haber tenido la oportunidad de estudiar. En María encontró su corazón hondamente filial la Madre completa; y en ella como "Mística Ciudad de Dios" halló hogar y cobijo. Pues bien, en lo relacionado con el conocimiento de la verdad se advertía fácilmente que los dones del Espíritu Santo habían madurado su vida cristiana. Eran relevantes su conocimiento de las cosas de Dios, la fortaleza, la piedad y el temor del Señor como principio de la sabiduría. En Fr. Jesús todo sonaba a auténtico, humilde, verdadero, salido del corazón, transparente del alma. Llamaba la atención cómo las palabras cristianas, prácticas, religiosas, devocionales y oraciones de la Iglesia... todo en él era importante, vital y vivificador; lo que fácilmente se convierte en muchas personas en rutina y mediocridad, para él estaba vivo, lleno de sentido portador y de gracia. Sus palabras eran hechos, experiencias personales; todo en él tenía el poder de lo verdadero y lo real; y, en cambio, nada sonaba a hueco, vacío, a forzado o artificial.

En la exposición apostólica postsinodal Verbum Domini ha escrito el Papa Benedicto XVI que la interpretación de la Sagrada Escritura quedaría incompleta si no escuchara a quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, a los santos. "Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios" (no 48). Su vida es una lección viviente. La referencia a los santos apareció también en la encíclica Spe salvi, donde en algunas páginas preciosas alude a varios santos testigos de esperanza. Fueron, por ejemplo, palabras vivas del Señor san Antonio Abad, san Benito, san Francisco de Asís, etc. Chestertón escribió que podemos entender lo que es la pobreza evangélica también a la luz de la vida de Francisco de Asís. Por vías complementarias descubrimos en qué consiste la pobreza enseñada y vivida por Jesús: Por las bienaventuranzas evangélicas encarnadas eminentemente en Jesús y por la existencia del "poverello" de Asís. La vida del santo fue copia fiel y transparencia sin empañamiento del Evangelio; fue sendero concreto en aquella coyuntura histórica de Jesús, el Camino, la Verdad y la Vida. Pues bien, Fr. Jesús no sólo es reflejo de Francisco de Asís, sino también de Jesucristo, que es el rostro personal del Padre. Las imágenes de Dios nos ayudan a encontrar a Jesucristo y al Padre. Fr. Jesús ha sido una exégesis viva y cercana de qué tipo de persona, qué calidad humana, qué cordialidad y autenticidad promueve la acogida paciente del Evangelio y el trato diario en la fe y el amor con Jesucristo. Hombres así abren para nuestra generación la opacidad del misterio de Dios, nos ayudan a creer y ser fieles.

Fr. Jesús de la Cruz aprendió a vivir como un discípulo a los pies del Crucificado. En su vida quedó grabado de manera imborrable Jesús pobre, humilde y crucificado. Podía acontecer la paradoja evangélica de que el rechazo padecido por el discípulo de Jesucristo se convertía en motivo de bendición a Dios y manantial interior de gozo y de paz. Fr. Jesús testifica con su conducta, explicada ocasionalmente por sus palabras, que la configuración con el Crucificado, que está vivo para siempre, constituye el sentido de la vida de los cristianos. La memoria de los justos nos estimula en el camino de la vida; su recuerdo nos ayuda a levantar la mirada hacia los bienes del cielo.

Mons. Ricardo Blázquez
Arzobispo de Valladolid.

Valladolid, 14 de Diciembre de 2010.