XII. De cómo Fr. Jesús curaba y besaba a un “leproso”


Dicen los biógrafos de San Francisco, que antes de su conversión tenía verdadero horror a los leprosos y huía de ellos. "Cierto día, dice la Leyenda Mayor, cabalgaba Francisco por la llanura que se extiende junto a la ciudad de Asís, inopinadamente se encontró con un leproso, cuya vista le provocó un intenso estremecimiento de horror. Pero recordando el propósito de perfección que había hecho, que para ser caballero de Cristo, debía antes vencerse a sí mismo, se apeó del caballo y corrió a besar al leproso. Extendió éste la mano como quien espera recibir algo, y recibió de Francisco no sólo una limosna, sino también un beso. Montó de nuevo y dirigiendo su mirada por la planicie despejada, no vio más al leproso." (San Buenaventura. Leyenda Mayor, cap. I, 5. BAC. Madrid, 1978).

También el Hermano Jesús tuvo que vencerse en muchas ocasiones, frente a muchos enfermos, pero la vida de los pobres, los "leprosos de siempre", le enseñó a ver en ellos a Cristo pobre y necesitado. En el Evangelio había leído que lo que hacemos a los demás, especialmente a los pobres, es lo que hacemos a Dios.

Un día, dice el Sr. Fernando, fuimos a arreglar la cabaña de uno de los pobres que vivía a las afueras. Mientras íbamos me hablaba de la pobre situación en que se encontraba y por el momento tan duro que pasaba. Cuando llegamos a su choza, encontramos al pobre tendido en el suelo y borracho, lleno de miseria y envuelto en heces y olor nauseabundo. Yo ante aquello no pude aguantar, me eché atrás y miré para otro lado. Pero Fr. Jesús ante aquella escena, se fue inmediatamente al pobre, le levantó, le abrazó, le aseó y le besó. De sus labios salían oraciones llenas de compasión. ¡Señor, apiádate de este hermano! ¡Señor, ten piedad de nosotros y no nos dejes caer en pecados peores!

Después de asearle y atenderle hasta que se recuperara, le arregló los desperfectos que tenía y apartándome a un lado de la cabaña, me soltó un sermón del amor que tiene Dios con todos nosotros, que somos también pecadores y "leprosos". Mientras yo hacía esfuerzos casi inútiles para reprimirme, sus palabras me cambiaban y me abrían al amor. Aquel sermón me parecía que fuera dicho por ángeles, pues sentí que mi corazón cambiaba y se llenaba de fe y amor con verdadera caridad.

Con él presencié, dice Fernando, muchas escenas como estas, cuando me llevaba para que le ayudara a hacer arreglos en sus casas. Soy testigo único de muchos casos en los que vi no sólo los trabajos que les hacía, sino el amor que les daba, las palabras dulces y caritativas que les dirigía para que sobrellevaran su condición de pobres. Su actuar así me convertía y me decía a mí mismo: sólo los santos, como este hombre, son capaces de hablar de Dios con tanto ardor como lo hacía él. Desde entonces entendí por qué en el pueblo le decían: "el santo". De todo ello doy fe12. En alabanza de Cristo.

—Este hecho lo vivió y lo presenció el señor Fernanda Ranera. El nos lo ha contado, ya que vivió muchos momentos especiales con él, que le acompañaba a llevar cosas.