VIII: De cómo Fr. Jesús ejerció la Santa Humildad


Cuenta la Leyenda Mayor en la vida de San Francisco, que un día llegó a la ciudad de Imola, se presentó al obispo y le suplicó le diera permiso para predicar al pueblo. A lo que le respondió el obispo: "Me basto yo, para predicar a mi pueblo". Francisco inclinó la cabeza y salió fuera; pero al poco tiempo volvió a entrar. Al verlo de nuevo en su presencia, el obispo molesto y turbado, le preguntó qué quería de nuevo, a lo que Francisco respondió con tono de voz rezumante de humildad: "Señor, si un padre despide por una puerta a su hijo, éste debe volver a entrar por otra. Ante tal humildad el obispo le abrazó y dio el permiso solicitado" (L. M. 6, 8).

En ocasiones la bondad parece pisoteada, pero el que la vive evangélicamente siempre halla la victoria. Esto es lo que le pasó a nuestro Hermano Jesús y que yo presencié.

Cuando Fr Jesús visitaba Alcalá, iba también a ver a San Diego. El sacerdote encargado del aseo de la fábrica, hablando de la limpieza de la torre, le dijo que si le interesaba la palomina de la torre, se la ofrecía gratis a cambio de la limpieza. Fr. Jesús, como conocía lo importante que era para la huerta este abono, pensó en la huerta de Arenas de San Pedro y se comprometió a dicha limpieza.

Se vistió su mono de faena y en una semana de trabajo, la envasó en 30 sacos que él había comprado. Avisó a Arenas de San Pedro para que vinieran con un camión, para llevar los 30 sacos que tenía recogido. Pero viendo lo goloso y valioso que era el material, el sacerdote cambió de opinión, vendiéndoselo al mejor postor, un día antes de llevárselo, dejando a Fr. Jesús en vergüenza y teniendo que deshacer el entuerto del camión comprometido por los religiosos de Arenas, quienes quedaron con mal sabor de boca. Por todo pago de la limpieza y recogida de la palomina en la torre y dependencias, recibió la ingratitud de llevarse los envases sin devolverle lo que le habían costado, y sin una palabra de agradecimiento, como tan poco el explicarle los motivos de tal actitud.

Esta falta de lealtad venida de un sacerdote desalentó a Fr. Jesús, pero lo sufrió humildemente sin decir nada, sólo contó a los hermanos de Alcalá lo sucedido. Lo que más le hacía sufrir era la molestia que había causado a los hermanos de Arenas, pero él lo ofreció como un servicio a la iglesia, disculpando la actitud incorrecta del que así había obrado. Después, Fr. Jesús me dijo a mí con sencillez: si el Señor lo sufrió todo nosotros también8. En alabanza de Cristo.

— Los hermanos de Alcalá que vivíamos en esos años aún lo recordamos, el P. José Álvarez, guardián de Arenas, lo recuerda perfectamente y los hermanos que estaban allí.