VI. De cómo Fr. Jesús trataba con delicadeza y cortesía


Decía San Francisco que la cortesía es una de las propiedades de Dios, que es hermana de la caridad, que apaga al odio y fomenta el amor. Dichosos los que aman y respetan a los demás, tanto cuando están lejos de él, como cuando están cerca. Y dichoso el siervo que, cuando habla sabe ser respetuoso y no incurre en ligerezas, sino que previene sabiamente lo que debe decir y hacer. ( S. Francisco. Avisos.).

La simpatía del Hermano Jesús era conocida tanto por los pobres, como por los ricos; por donde fue dejó huellas de grata simpatía. Ya hemos dicho que su forma de ser y amabilidad, eran un verdadero talismán que seducía a todos. Tenía ese don de gentes, una gracia especial. Su afabilidad y fervorosa conversación sobre temas religiosos y de piedad, se dejaban sentir inmediatamente.

Muchos lo buscaban y lo consideraban amigo, como el bueno del Sr. Jacinto de Arenas, un fiel terciario franciscano, que subía expresamente para hablar con él y escucharlo sobre temas religiosos, que tanto bien le hacían. El Hermano Jesús al mismo tiempo que le hablaba le cortaba el pelo, para que el bueno de Jacinto siempre estuviera arreglado. Fr. Jesús siempre le hacía su catequesis religiosa, hablándole de Cristo y de la Virgen Santísima, temas que vivían profundamente en su espíritu. Y así, el buen Jacinto bajaba gozoso a su casa renovado en el exterior e interior, deseoso de que llegara pronto otro día, para volver a continuar.

Y lo mismo que con Jacinto lo hacía con el Sr. Juanito, el hortelano, hombre sufrido y sencillo que estuvo muchos años en el convento, o la fiel y callada Sra. Petra, que gastó la vida por servir a los frailes, con tanta generosidad como bondad, y a la que los frailes la llamaban cariñosamente "la abuela", no sólo por su edad, sino por la generosa maternidad con que los servía. También lo buscaban otras familias, como la de Félix Moro, de Talavera, de forma especial, Angelines Moro, que lo apreciaba grandemente. Lo mismo hacía la buenaza de Sara Tornero, que le encantaban sus reflexiones, su trato y su amabilidad. Y no digamos a D. Ricardo Huelin –el primo de Ruiz Picasso-, que le encantaba escucharlo y estar con él. O al obispo Felipe, cuando estuvo en la diócesis de Ávila, o a D. Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao, al que Fr. Jesús admiraba, o a D. Baldomero, hombre de gran espiritualidad y gran conocedor de San Pedro de Alcántara. Y a tantos otros de los que podíamos hacer una larga lista.

Este don de gentes nacía de su gran bondad para todas las personas. Apreciaba y quería a todos con inmensa ternura. Para él, todos somos hermanos en Cristo e hijos de un mismo Padre. Su tema estaba centrado siempre en torno a Cristo y la Santísima Virgen. De ahí que cuando hablaba le salían palabras llenas de fe, que quemaban como fuego ardiente, en el que escuchaba piadosamente. Hasta los frailes se sentían contentos cuando en las fiestas les predicaba. ¡Éste si que es un predicador arrebatado! Decían algunos frailes, y "cuanto decía lo acompañaba con la cara, gestos, manos, voz, cabeza, palabras y el fuego que ponía, hasta llorar de emoción con la Madre del cielo" 6. Si lloraba enfervorizado, era porque lo sentía, lo vivía y lo comunicaba, tal como habitaba en él.

Realmente atrapaba por el fervor y forma de decirlo, por su delicadeza y cortesía. En alabanza de Cristo.

—El P. Victorino nos lo cuenta en su comunicado y son muchos los que le conocieron.