Vivía en presencia de Dios

Fr. Alejandro Rodríguez Pérez.

Conocí a Fr. Jesús desde 1962 y he vivido con él en dos etapas unos 23 años. Cuando en 1962 le saludé en Pastrana, la primera presentación que me hizo el P. José María Martín de Santos, mi maestro, me dijo: "te presento a un verdadero santo" y me presentó a Fr. Jesús de la Cruz. Confieso que me impresionó su figura y algo me tocó al corazón, como si un misterio o presagio me dijera que aquel hombre tenía algo especial; de hecho yo siempre he admirado su vivir, su profunda fe y su vida religiosa.

Fr. Jesús ha sido para mí un gran estímulo y un compañero que me ha ayudado mucho a superar momentos importantes de mi vocación. Siento no saber comunicarme lo que he visto y observado de él, pues cuando quiero hablar de Fr. Jesús, me siento pequeño y pobre de palabras para comunicar la experiencia religiosa aprendida de él, como tantas anécdotas y acontecimientos vividos en su compañía.

Tengo su recuerdo muy dentro y es algo que no puedo olvidar. Para mí la imagen de aquel hermano tan lleno de fe, no la puedo olvidar. Los 23 años junto a él, la mayoría en Arenas de San Pedro, fueron siempre una verdadera vida fraterna. Sé que me quería y apreciaba de manera noble y espiritualmente. Me trataba con una delicadeza y un verdadero deseo de ayudarme, alentarme y animarme en las dificultades como en los contratiempos de mi vida, ya que fácilmente intuía todo su buen deseo por hacerme el mayor bien espiritual que podía. Siempre tenía una sonrisa y un buen consejo para ayudarme a superar trabajos, dudas, dificultades y todas las contrariedades que van surgiendo en la vida de cada día.

Creo que Fr. Jesús fue un poco la providencia de mi vocación, ya que en los momentos claves de mi vida él intercedió mucho con sus oraciones y sacrificios, para que Dios iluminara mi vida y encontrara la respuesta que en momentos claves necesitaba. En el año de experiencia que hice de mi vocación, en el que encontré las respuestas que certificaron mi verdadera vocación religiosa, alguien me dijo que había sufrido mucho por mí y que sentía mi situación como algo suyo. Él no dejó de rezar y sacrificarse por mí. Ahora sé que sus plegarias de santo fueron la palanca intercesora ante el Padre, para que me iluminara y defendiera de los peligros y abandonos de mi vida. Gracias a sus plegarias, sacrificios y ayuda espiritual, pude echar raíces y crecer en mi fe, a pesar de tal situación. Por mí fue capaz de hacer lo que otros no harían, hasta cantar en público por mí en apuesta, sabiendo que a su edad haría el ridículo y que sería objeto de risa y comentario, ya que cantaba muy mal, pues Dios no le dio ese don, decía él. Pero él lo hizo a conciencia con el deseo de ayudarme, para que yo me liberara de un gran peligro y dejara de fumar. Aquello fue providencial en mi vida. Gracias a eso y a su ayuda espiritual, no sólo me vi liberado, sino que eso fue una de las causas que me ayudaron a vencer el cáncer que padecí en años posteriores.

Son muchas las gracias y bendiciones que por él me vinieron. Estar junto a un "santo" y vivir muchos años con él, es recibir continuamente la ayuda especial del cielo. Sus ejemplos de vida religiosa han sido constantes, como han sido para mí un verdadero acicate y estímulo. La vida de fe que vivía, totalmente entregada al servicio de Dios, como de las diversas virtudes, tanto la esperanza y la caridad, como la justicia, templanza, prudencia y amor cristiano, fueron ejemplares y a veces heroicas, como en muchos casos en los que practicó la caridad, como igual mente en el de su misma vocación, dejándolo todo al comienzo de la guerra civil, sabiendo que podían matarle en cualquier momento. Vivió su vida totalmente entregado como una manifestación de fe por Cristo. Había en él un convencimiento y deseo de hacer la voluntad de Dios, que en todo momento vivía centrado en ese vivir la vida para Dios y hacerlo todo para amarle, darle gracias y corresponderle.

En su vida de trabajo era admirable por todo el trabajo que desarrollaba. La habilidad que tenía para todo, el ingenio que sacaba para hacer cosas, es algo fuera de serie. Se liaba con varias obras a la vez, porque antes de terminar una ya le encargaban o veía la necesidad que corría hacer otra urgente. A lo largo de los años vividos junto a él, nunca le vi ocioso y sin trabajo. Si no tenía trabajo se lo inventaba, o salía a fuera para hacerlo en la casa de un pobre. Era un trabajador nato e incansable. Todo lo hacía para que sirviera en bien de los hermanos. La huerta es un campo donde dejó muchos sudores y trabajos, para sacar su fruto y ofrecerlo en alimentos a los religiosos. Gracias a sus trabajos de fontanería, el convento tenía las cosas a punto, pues en una casa tan grande siempre había averías y cosas que arreglar. Y no digamos la albañilería, la cantidad de trabajos que pudo realizar, algunos de ellos de gran mérito, como los servicios que hizo en Arenas para la casa, o el saneamiento de la iglesia y casa todo al rededor, para evitar las humedades y cuidar la conservación del edificio. Todo lo hacía a conciencia y haciéndolo bien.

Era un religioso con muchas cualidades y gran habilidad. Tenía una capacidad inventiva extraordinaria. Todo lo hacía funcionar, aunque estuviera roto o le faltara alguna pieza. Él se las ingeniaba, bien la suplía o hacía una nueva que sustituyera la que le faltaba. Recuerdo que nos encomendaron a los dos, a mí el poner cercos de madera, como también ventanas y balcones de la fachada, y a él revocar con material el cerco de ventanas y balcones que dan al exterior, pintándolos después de blanco para que se adecentara un poco la fachada, que estaba en varios cercos deteriorada y en otros lugares caída. No teníamos escalera tan alta, ni andamios ni economía para ello. Pues él se las ingenió haciendo un artilugio con tubos de hierro que colgándolo de las ventanas al exterior, se podía salir por la misma celda y trabajar cómodamente, seguro y sin peligro ninguno. Él tenía la solución de todos los trabajos. Era admirable.

Y si era admirable en los trabajos lo era aún más en su vida religiosa y espiritual. Nunca dejó a un lado las cosas espirituales por el mucho trabajo. Lo que no podía hacer por el día lo hacía por la noche. El sagrario para él era el lugar de la cita diaria y del que nunca se olvidaba. Madrugaba para tener más tiempo para hacer sus rezos y sus devociones, como para hacer los servicios de la casa. El rosario era para él la cita que nunca podía faltar. Para él era como la misa diaria celebrada para la Virgen. Al principio rezaba la corona franciscana, luego los rosarios, hasta terminar rezando los quince misterios diarios, y al final de su vida lo rezaba continuamente durante todo el día. La Virgen María era la ¡Madre! y había que ofrecerla todos los días las mejores rosas de su rosal, decía él.

Su amor por la Virgen era admirable y digno de imitar. En el libro de "La Mística Ciudad de Dios", que todos los días leía uno o varios capítulos, encontraba la paz y el consuelo de su vida. Se sentía feliz leyendo la vida de la Virgen, hasta el punto de entusiasmarse y comunicar a los demás sus mismos fervores. ¡Cuántas veces he sentido las lágrimas cuando él se emocionaba y decía cosas maravillosas de la Virgen! Estaba tan centrado en ese libro, que casi se lo sabía de memoria. Hablaba con el lenguaje y con la unción mística con que está escrito el libro. A los frailes cuando nos hablaba, ponía tanta pasión que siempre terminaba llorando y haciéndonos pensar a los demás. Este es un punto de su vida que nunca se sabrá decir ni valorar, todo el amor y pasión que vivía en él, ya que trataba de ofrecer a los demás todas las gracias que de la Madre recibimos.

Por algo muchas de las personas importantes que visitaban el Santuario, le buscaban para hablar con él o para que él les hablara de la Virgen con ese fervor que tenía, pues también a ellos les hacía mucho bien aquella forma sencilla y tierna de hablar de la Virgen María. Las gentes que venían al Santuario a visitarle, muchos le buscaban para estar con él y para que les hablara de cosas santas. Eran muchos los que le consideraban no sólo buena persona, sino un "santo".

Y entre tantas cosas buenas que tenía, tengo que decir que algunas veces le salía un genio o temperamento terrible, eran esos momentos en los que se desconcentraba y le salía lo que no quería. Pero tengo que añadir también, que las pocas veces que le vi así, allí mismo se puso de rodillas pidiendo perdón a Dios y disculpas por su mal ejemplo, decía él. Y de allí se marchaba a la capilla y allí se tiraba horas seguidas pidiendo perdón y pacificándose consigo mismo y con el Señor. ¡Cuánto luchó por domar el caballo de su naturaleza, que era muy rebelde, decía él, que fue adquirida de niño en momentos difíciles! En esto vi que también el santo sufre las pruebas, pues Fr. Jesús luchó a muerte contra sus defectos hasta lograr dominarlos.

El capítulo de los pobres es algo que ninguno hemos sabido imitar y vivir como lo hacía él. Por donde fue, tenía amigos pobres que necesitaban de su ayuda. ¡A cuántos les ha buscado ayuda, ha dado dinero o medios para que salvaran su situación precaria! A otros pobres les arregló la casita, el baño, la cocina o lo que necesitaran. Eran muchos los que le daban dinero para los pobres y él era fiel con ellos. Es posible que alguno le engañara, pero primero era la caridad, la que Dios bendice.

Hay una cosa que a mí me marcó y que siempre he admirado en él: era su forma de vivir la presencia de Dios. Vivía como si estuviera poseído de Dios, como si estuviera en diálogo continuo y hablando con él. Tenía la mirada puesta en la intimidad de Dios, estaba en actitud de agradecimiento por el amor que Dios le daba y las gracias que le comunicaba. Tenía conciencia de la realidad que vivía donde Dios le manifestaba su amorosa presencia en él. Era una presencia en la que se adivinaba que Dios habitaba en él. Él decía que la presencia del Señor le colmaba de gozo, de paz y le producía un sentimiento espiritual que no era fácil describir. Otras veces la imagen de Dios la cambiaba por la de la Virgen María, que a su vez le servía de consuelo espiritual y le llenaba de gracias y dones para que le transformara su vida e hiciera de él un verdadero hijo de Dios. Me decía muchas veces, que el vivir la presencia de Dios, es la gran riqueza espiritual, porque Dios mismo es el que sostiene la vida, la llena de gracias, haciéndose presente en su vida, con él y en continua unión de él. Viviendo esa experiencia mística, él la manifestaba en su exterior. Me dijo muchas veces, que cuidara el vivir esa presencia, porque viviéndola se recibe el don precioso y el regalo más amoroso de Dios, que es comparable al vivir por adelantado la unión mística con Dios.

Para mí Fr. Jesús, es un religioso, además de ejemplar un verdadero "santo". Yo en vida le llamaba cariñosamente el "venerable", término que acuñó el P. Antolín Abad, que le apreciaba mucho, y lo decía porque su vivir era el de un venerable. Su vida y su presencia eran en verdad de una persona venerable, respetuosa y digna de admirar. Cuanto más pasa el tiempo más recuerdo su fiel testimonio y sus santos ejemplos.

Estoy convencido que he vivido con una santo muchos años y no he sabido ver la obra de santidad que Dios estaba realizando en él. Tal vez tenía una idea equivocada de los santos y los hacía más santos que los mismos bienaventurados. Ahora he descubierto que el verdadero santo es tan humano como todos y lucha por corregir sus defectos viviendo fielmente las virtudes cristiana y el evangelio de Cristo. Que es lo que hizo este hermano tan querido para mí. Que el Señor le conceda el ser reconocido en la Iglesia como uno de sus santos.

Yo por mi parte, le invoco y le pido que haga de intercesor nuestro ante el Padre, para que nos envíe las gracias que necesitamos para conseguir la perseverancia final y nos envíe nuevos hermanos.

¡Gracias, Fray Jesús! por todos los buenos ejemplos que de ti he recibido. Y gracias porque al vivir junto a ti, sé que he vivido junto a un santo, como sé que no nos olvidas e intercedes por nosotros. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!

Fr. Alejandro Rodríguez Pérez.