La santidad de un humilde

Por Arturo Llorente Merino

Recuerdo perfectamente a Fray Jesús de la Cruz, aunque ya esté un poco lejana su figura. Le conocí por primera vez en Pastrana allá por el año 1964 cuando era seráfico en el seminario de Pastrana. Su figura de religioso, alto, delgado, calvo y muy fervoroso, nos impresionaba a los que éramos unos jóvenes aspirantes, pero era también un estímulo y un ejemplo a seguir en ese deseo de ver culminada nuestra vocación, siguiendo los buenos testimonios de los religiosos que eran ejemplares, al menos en lo que nosotros observábamos.

Entre algunos de los recuerdos que aún perviven en mi memoria, quiero manifestar aquel cariño que nos tenía y nos manifestaba arreglándonos los zapatos que con tanta frecuencia se nos rompían y él cada semana los arreglaba y nos los limpiaba. Se corrió entre nosotros el dicho de que "Fr. Jesús hacía milagros en la zapatería", pues todas las semanas tenía un centenar que arreglar, ya que éramos muchos chicos y siempre con ganas de correr y jugar en los tiempos libres y siempre estaban a punto.

También recuerdo que las veces que le veíamos en el convento o en la iglesia, era un religioso muy fervoroso, como muy centrado en sí mismo y sin distraerse de las cosas que le rodeaban. No teníamos contacto con él más que estos pequeños encuentros cuando le visitábamos en la zapatería o por otro motivo sin importancia.

Aunque alguna vez más nos hayamos visto, ha sido al leer su vida lo que me ha impresionado más y lo que me ha llenado de sabor cristiano viendo la vivencia de su fe. Para mí está bien claro que Dios le tomó a su cargo desde su niñez y le fue preparando en ese camino doloroso de su vida, tan lleno de contratiempos y tan falto del amor tierno de la madre, insustituible en aquellos momentos. Fue un viacrucis doloroso y difícil de realizar, pero cuando se llega a la cumbre de la vida se da por bien sufrido, ya que el misterio del dolor nos identifica más con Cristo.

Tanto su biografía, como muy especialmente su vida espiritual trazada en su libro: "La vida oculta de un místico", han sido para mí una revelación, un encuentro amoroso con el Señor, donde se manifiesta el poder de la gracia y cómo actúa la presencia de Dios en el pobre y en el sencillo que le busca de corazón. Ante el mundo Fray Jesús vivía como olvidado, pero Dios estaba obrando en él maravillas, pues se iba encarnando, haciéndose imagen del hombre nuevo, del hombre redimido, del que ha comenzado la identificación con el resucitado y la gracia le iba transformando en elegido, en auténtico santo, en verdadero hijo de Dios.

Admiro su fe sencilla y entregada que está en consonancia con la fe de "los humildes y sencillos" del evangelio, que tanto le agradan al Padre. Su seguimiento de Cristo pobre y crucificado, le hizo profundizar en la humildad, en la oración, en el sacrificio y en la renuncia de lo que no le llevara a Cristo o la Virgen. La Virgen le enseñó a centrarse en Dios y tener la confianza de que en Él lo tenemos todo, que Dios es lo único importante y necesario por el que merece darlo todo para ganarlo todo en Él. Creo que es un buen ejemplar en la Iglesia de los santos. Personas como estas son las que necesitamos en estos momentos de tanta ausencia de fe. La Iglesia debe promover estos ejemplares, humildes y sencillos que son los que más convencen.

El recordar y vivir el testimonio de los santos de hoy, es lo que convertirá al mundo, como a los olvidados y alejados. No serán los hombres de relumbrón o poderosos los que conviertan o cambien al mundo, sino los sencillos y caritativos que han dado lo mejor que tenían de su vida en servicio de los demás.

Ha sido un gran acierto darle a conocer y mostrarle ante los cristianos y a la Iglesia de hoy, para recordarnos que los santos siguen actuando. Que Cristo sigue vivo en la vida de los santos, como sigue hablando por las obras de amor y caridad que ellos practican, con las que nos enseñan a vivir el Reino de Dios. Con frecuencia en la Iglesia se da mucha importancia a los sabios y entendidos y poca a los humildes y sencillos. Pero son éstos los que hacen y construyen la Iglesia del presente y del futuro. Es Benedicto XVI el que ha dicho que: "La Iglesia de los santos es nuestra familia espiritual, y todos los cristianos la formamos y componemos". (Mensaje, 27 enero de 2006). Fray Jesús con su testimonio de vida nos ha dejado un humilde mensaje, con el que no cesa de anunciar al mundo que Jesucristo es nuestra esperanza. Y que el ejercicio de la caridad, el amor al pobre y el servicio a los hermanos, es el alma de la vida de la Iglesia, el distintivo de discípulo de Cristo, como lo que nos hace verdaderos hijos de Dios.

Pocos han sabido leer su vida espiritual: "La vida oculta de un místico". Ahí es donde yo le he conocido mejor y donde me ha impresionado su espiritualidad de comunión con Dios. Dios habla a través de él con lenguaje asequible y muy directo. El que "lea escuchando a Dios", como dice Fray Jesús y él lo hacía, entra en ambiente de gracia, porque Dios siempre habla al que le quiere escuchar. Un místico, como Fray Jesús, buscaba en el silencio de la oración, no sólo la paz del alma, sino y sobre todo, la amistad con Cristo y la Virgen, como maestros de su espiritualidad. Ahí era donde se arraigaba más su fe para afrontar las dificultades de la noche oscura –las pruebas-, esos momentos de contratiempo en los que no se siente ni se ve la presencia de Dios, la que él vivía tan visible y profundamente. En la amistad de Jesús y la Virgen encontraba la garantía de que nada podía separarle del amor de Dios, aunque fueran duras las pruebas por las que tenía que pasar. En Cristo y la Virgen encontró el manantial inagotable de la Verdad y de la Vida, como la fuerza que resucita y multiplica la fe en ese caminar de la vida.

Doy gracias a Dios por haber entrado en contacto con este místico del espíritu. Estaba harto de escuchar a los "Narcisos" que tanto abundan y no convencen. A ídolos de arena que hoy deslumbran y mañana desaparecen. A gente de relumbrón que entretiene y no dice nada. Un sencillo y humilde, como Fray Jesús, es el que enseña de verdad la verdadera ciencia del saber de Dios. Su saber no es de libros, sino de experiencias, de vivencias adquiridas en la intimidad del diálogo vivo y silencioso con Dios. Para mí, su libro espiritual es un vademécum que guía y abre caminos para encontrar a Dios. Es su vida y su testimonio lo que convence, su vivir la vida en Dios y para Dios, ese vivir la presencia de Dios como el que camina al lado del Padre, que da seguridad y llena de gracia la vida entera. Fray Jesús tenía toda la ternura centrada en el lado humano-divino de Cristo y la Virgen, y en Ellos veía la real presencia de Dios. Al estar unido a ellos, sabía que estaba "en Él, con Él y para Él".

Si lo sigo teniendo como lectura espiritual es porque cada día conforta mi espíritu y su lenguaje sencillo me ayuda a comprenderlo mejor. Estoy convencido que su vida es la de un santo, pues son sus obras las que convencen y seducen al que tiene sentimientos y ojos de fe. Y termino con una frase que dice el mismo Fray Jesús en su espiritualidad y que a mí me la llamado poderosamente la atención: "La fe hecha amor en el hermano, es certeza de que Dios nos ama y está en nosotros. De esta forma permitimos que Dios se humanice, viva entre nosotros y se haga realidad el evangelio del Dios-con-nosotros" (Vida oculta de un Místico. pag. 155).

Arturo Llorente Merino.