Su presencia, una bendición

Severino Rodríguez Fernández

Conocí y viví con Fr. Jesús de la Cruz, estando en el noviciado de Arenas de San Pedro, en el año 1960-61. Y tengo siempre en mi memoria su recuerdo y la imagen de un buen religioso y santo. Su estampa me trasmitía paz, serenidad, estímulo al seguimiento religioso. Era la misma sencillez y austeridad, pero siempre estaba alegre y feliz en su figura exterior. De carácter agradable, servicial y generoso. Le asocio casi siempre con herramientas de trabajo en sus manos, realizando trabajos. Cuando se cruzaba con algún religioso u otra persona, saludaba con una pequeña inclinación, acompañando su mirada con una abierta sonrisa llena de franqueza.

Los años me han borrado muchos gratos recuerdos de Fr. Jesús. Pero un gran recuerdo personal y entrañable, que lo tengo siempre muy presente en mi memoria, es aquel del verano de 1972, en el que pasó varios días en mi pueblo de Riofrío, en compañía de Fr. Manuel Prieto. La gente lo admiraba por su com- postura, recogimiento, amabilidad y estaba impresionada con él.

El 12 de agosto de ese mismo año, contraje allí matrimonio y los quise tener presentes en mi boda. Aquel día fue feliz para mí porque tuve la dicha, no sólo de celebrar el sacramento de mi matrimonio, sino de tenerle muy cerca de mí, tanto en la eucaristía como en el banquete. De su conversación escuché palabras llenas de fe y alentadoras para que cumpliera y viviera con la mayor dignidad este sacramento, porque "es el sacramento del amor", me dijo. Dio un gran ejemplo su forma de estar. Quienes se retiraron después del banquete, dando verdaderas muestras de agradecimiento, de amabilidad y deseándome mucha felicidad.

Me sentí orgulloso porque estuviera Fr. Jesús allí, porque presentía que aquella forma de ser era la de un santo. Fui yo el que de verdad era el agradecido y honrado con su presencia y compañía. Aquello nos dio alegría y felicidad, no sólo a mi esposa que no le conocía, sino de una forma especial a mí, ya que con él había compartido y vivido aquellos años que pasé en la fraternidad franciscana de Arenas de San Pedro, Ávila.

Por si no le supe dar las gracias que merece un santo en aquellos momentos, se las doy de nuevo con todo el corazón y le pido que siga derramando desde el cielo, la paz y el bien franciscano, y nos ayude a vivir con espíritu evangélico, la fe que fortalece el amor en todos nuestros hogares.
Severino Rodríguez Fernández.

Desde Manresa (Barcelona), para TESTIMONIOS.
Setiembre de 2012.