Sr. Fernando Ranera Cámara

Fue más de quince años hortelano y cocinero en Pastrana; le conoció muy de cerca y a él debe su conversión.

Conocí y viví con Fr. Jesús de la Cruz y le acompañé en muchas tareas y trabajos. Uno de los días me pidió que le hiciese una pleita (faja de esparto áspero), de unos 70 centímetros de larga por 5 de ancha, con esparto crudo. No me dijo para qué, pero él hizo un cilicio, que por descuido le vi los latigazos que se daba. Aquello me hizo pensar.

Un día duro de nieve y frío, me pidió que le ayudase a llevar comida y leña a los pobres, también a llevarles ropa, o arreglarles la cabaña porque el techo se hundía por la lluvia. Otras veces haciendo de fontanero, ponía el agua en las casas de las familias pobres. Nunca olvidaré aquel día que fuimos a arreglar la cabaña de uno de los pobres. Le encontramos borracho, yo miré a un lado y no quería entrar, él en cambio, abrazándole decía: ¡Ten piedad de nosotros, Señor, y no nos dejes caer en pecados peores! Le aseó y arregló, luego apartándome de la cabaña, me soltó un sermón del amor que tiene Dios a todos nosotros. Mientras me reprimía, sus palabras me parecían que fueran dichas por ángeles, porque ardía mi corazón al escucharlas.

Las limosnas que daba de casa eran: patatas, leche y algunas latas de conserva; leña daba bastante. De lo que también soy testigo es del amor que daba. ¡Sólo los santos son capaces de hablar de Dios con tanto ardor como lo hacía él! Si por algo se le conocía en el pueblo, no era por lo que daba, sino por su amor y vida ejemplar, pues de él decían: “ahí va el santo”.

Tres años más tarde (1977), al terminar un retiro espiritual de cuatro días, nos hicieron un test al grupo, en el que me preguntaron a quién quisiera parecerme; yo dije que a Fr. Jesús de la Cruz (religioso franciscano), y sorprendidos todos me preguntaron el porqué a un hombre en vez de a Cristo, yo sin saber hablar dije: porque verle a él, era como ver al mismo Cristo, estaba encarnado en él.

De Fr. Jesús se podrían decir y contar cientos de cosas de amor y cariño hacia los pobres y enfermos. No soy ni teólogo, ni un orador, ni he ido nunca a la escuela, pero empecé a aprender en la escuela del amor, con un hombre que se llamó Fr. Jesús de la Cruz. Para mí Fr. Jesús de la Cruz, fue un buen religioso y hombre de Dios.

Su recuerdo le tengo siempre en mi mente. Desde mi conversión por medio de Fr. Jesús Dios me habla por él, a quien tengo por santo.

Verle con hábito y descalzo, me recodaba a San Pedro de Alcántara, al que él tenía mucha devoción y quería imitar en sus penitencias. Me habló mucho sobre la Virgen y Cristo. Lo hacía con tanta fuerza espiritual, que me dejaba el corazón lleno de fervor. El se emocionaba hasta llorar. Tal dulzura salía de su boca, que la reflejaba en sus obras.

Su amor a los pobres y sencillez era admirable, y más el amor que les daba. A mí, el que más me dio. Sus amigos eran los pobres y los enfermos. A mi suegra enferma la visitaba, la hablaba y la llenaba de consuelo. Para los niños era apasionado. Su forma de vivir era austera, abnegado, sacrificado, trabajador, amante del silencio interior, siempre hablando con Dios. A mí me ha hecho el mayor milagro, mi conversión, por eso le tengo en mi mente como ejemplo de santidad, de amor y caridad. Hace 42 años que empecé a conocer a Cristo por él. Hay personas que me recuerdan mucho a Cristo, uno de ellos es Fr. Jesús. Para mí Fr. Jesús es un santo.