Sor María Victoria Triviño, Clarisa

Desde la primera vez que visité Arenas de San Pedro y me presentaron a Fr. Jesús, bajo un hermoso paseo de rosales, en entramado de arcadas metálicas, construidas por el mismo Fr. Jesús, me llamó la atención poderosamente. Estaba vestido con un mono de trabajo y labrando el huerto. Enseguida derivó la conversación hacia las cosas del Señor. El libro de Sor. Mª Jesús de Ágreda: La Mística Ciudad de Dios, era la base de sus pensamientos. Él me contó que lo sabía casi de memoria y lo trasladaba a la vida. Comenzó a confiarnos con palabra sencilla y ardiente, su gran conmoción al contemplar el dolor del bienaventurado San José ante los signos de embarazo de su esposa, Nuestra Señora. ¡Qué grande su humildad, su prudencia, su fe, para comprender lo incomprensible! Y la obediencia al Ángel...

¡Y la Santísima Virgen...! ¡Oh, la Santísima Virgen! ¡Oh...! Qué maravilla. A Fr. Jesús le faltaban las palabras para expresar la hondura de su sentido y lo compensaba con la mirada de sus ojos profundos, con las manos curtidas del trabajo y sobre todo con sus lágrimas. Apasionadamente nos arrastraba hacia la contemplación sentida de lo que en el alma tenía grabado. Gruesas lágrimas surcaban sus mejillas y brillaban sobre la recia tela azul del traje de trabajo.

Ya hace más de veinte años que esto sucedió, pero su recuerdo está vivo. Le vi también a la puerta de la iglesia, ya vestido con su hábito y descalzos los pies, hablando y despidiendo a los fieles que salían de Misa. Algo les decía, ya que la gente le rodeaba con la atención puesta en él. Le vi también en el claustro, profundamente recogido, pasando las estaciones del Viacrucis, como si no hubiera más en el mundo que Dios y él. Sin duda supo rimar la vida y sus afanes, poniendo en todo tanto sacrificio cuanto el amor pedía. Me admiro, porque Fr. Jesús con un solo libro, aprendió la ciencia de los pocos sabios que en el mundo han sido: la santidad.

Desde el Monasterio de Santa Clara.
Balaguer (Lérida)
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