Sor Isabel Valladares Díez

Franciscana misionera del Divino Pastor.

Entre los años 1974 - 1981, tuve la suerte de vivir en Arenas de S. Pedro y además de disfrutar de su maravilloso paisaje, pude admirar a personas que, a veces, con sus palabras y siempre con su actitud y presencia, me hablaban y me llevaban a Dios.

Una de estas personas era Fray Jesús de la Cruz. Los años no habían logrado achicar su estatura, pero sí consiguieron que en su porte físico, quizás reflejo de su interior, nos hiciera recordar la figura física de S. Pedro de Alcántara, en cuyo santuario vivía y oraba. Su parecido (físico) con este santo era tal, que más de una vez las niñas de 8° de E.G.B. (hoy 2° de la E.S.O.) cuando volvían de las convivencias, que cada año hacían en el Santuario, decían: Hemos visto a S. Pedro de Alcántara de verdad, y nos dijo que teníamos que amar y rezar a la Virgen, portarnos bien con nuestro padres y profesores, estudiar mucho... y sobre todo ser buenas personas. Y ya sabíamos a quien habían visto.

Cuando, alguna tarde, iba al Santuario, si estaba abierto y entraba directamente a la Iglesia, con frecuencia allí se encontraba un fraile: Fray Jesús, unas veces en el coro, otras abajo en la capilla, envuelto en una soledad y silencio externo, que bien seguro le ayudaría a entrar en intimidad con Dios; lo que no le impedía estar atento al sonido del timbre, para acudir rápido a la portería donde te recibía con su serena sonrisa y su agradable voz: " A la paz del Señor. Pase hermana" Y con mucha amabilidad y prudencia, atendía en lo que se necesitara y él pudiera hacer.

Alguna vez que entré a la huerta por la mañana, le recuerdo con su mono o buzo azul, regando o haciendo alguna labor de buen hortelano, y cuando le decía: ¡Cuánto trabaja, hermano Jesús! El siempre contestaba: "Aquí trabajamos todos" y luego me explicaba las labores que estaba haciendo, para qué lo hacía así... y siempre con el pensamiento en el Creador de todo, dándole gracias porque podía ver las plantas crecer, dar su fruto; porque podía oír el canto de los pájaros; y seguía diciendo que ofrecía su trabajo por los sacerdotes, sus hermanos, que cultivaban huertos espirituales, para que Dios les bendijera haciendo fructificar su trabajo espiritual.

En otra ocasión me decía cuánto recordaba a su madre, pero que se consolaba pensando que estaría junto a su otra Madre, la Madre que Jesús nos regaló antes de morir, cuando ya estaba en la Cruz, a la que quería mucho y le rezaba todos los días el Santo Rosario, devoción, decía, que todos deberíamos tener.