Me dejó muchos ejemplos

Fr. Paulino Vázquez Arévalo

Desde que apareció el libro: VIVIR COMPASIÓN, vida de Fr. Jesús de la Cruz, me venía recordando la memoria, el escribir mi testimonio sobre él, ya que su recuerdo me hace evocar el gran aprecio que me tenía, los muchos ejemplos que me dejó y que me siguen ayudando.

Conocí y conviví con Fr. Jesús en los años 1986 al 1990, y posteriormente desde 1992 al 1996. Era ya una persona madura y llena de sensatez. De ahí que su vida interior fuera reflejo de una vida espiritual centrada en Dios.

Su figura era impresionante. Siempre vestido con su hábito. Alto, delgado, con las manos recogidas en las mangas, la cabeza un poco inclinada, calvo, con el rostro dulce y agradable, alegre y servicial, aunque marcado por arrugas que indicaban la gravedad y el paso del tiempo por su vida, como me hacían pensar también en el futuro, al tiempo que me estimulaban a emprender con esperanza la vida religiosa franciscana que quería seguir.

Para mí Fr. Jesús fue un modelo inmediato y visible, al que deseaba copiar sus buenos ejemplos de vida religiosa, para llegar a ese grado de espiritualidad y vida interior que él tenía y manifestaba. Realmente era un ejemplo en todo, pues en el trabajo era admirable, ya que realizaba los diversos trabajos con perfección y destreza. Tenía una habilidad y don de trabajo que parecía que se lo daban hecho. No le pesaban ni los años, ni las dificultades del trabajo, ni el esfuerzo o sacrificio que iba a suponer, ni le entraba pereza para afrontarlo. Parecía incansable y las horas del día le venían cortas. Todo cuanto hacía era muy importante y lo hacía a conciencia, poniendo el alma y corazón.

Y donde más estimulaba mis sentimientos era en la vida religiosa. Su forma de vivir centrado en Dios era un verdadero estímulo. Los actos de piedad, la oración, la meditación, el oficio divino, la eucaristía y todos los demás actos religiosos que se realizan en el convento, él los practicaba con empeño y esfuerzo de superación. Tenía la vida diseñada y programada para Dios, estaba siempre centrado en Dios. Me gustaba observarle con detención en todas las cosas que realizaba, ya que veía en él a un hombre todo lleno de Dios, que había tomado la vida con seriedad, con empeño y deseo de ser santo de verdad. De hecho, él me hablaba mucho de vivir con esmero la vida de la gracia, que es la vida de Dios y la santidad. Me decía que la vocación es un don y un regalo de Dios al que debemos saber responder generosamente.

Fr. Jesús fue un religioso que vivió las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad, en grado de perfección y de fidelidad al estilo de los santos. Su fe era un autentico testimonio con obras, una fe puesta en obras al servicio de los necesitados. Proyectaba su fe en obras de caridad, de forma especial con los más pobres y necesitados, los enfermos, los ancianos, los niños, hacia los que sentía verdadera pasión para atenderles y fueran felices.

Son muchos los ejemplos que nos ha dejado en donde ha practicado la caridad sobre gente necesitada. De hecho, todas las limosnas que le daban –pues gente buena le daba grandes limosnas-. Soy testigo de recibir 250.000 pts. de manos de un señor, que no quiso decir su nombre, para que se lo entregara a Fr. Jesús, y él comprara alimentos y vestidos a los pobres. Aquel dinero -al estar fuera Fr. Jesús-, lo entregué al superior, quien supongo cumpliría con su deber.

Me consta que algunos pobres a los que visitaba les arregló la casa, les puso servicios y duchas, como les proporcionó a otros la cocina, el frigorífico, bombonas de gas y hasta puso televisión a un enfermo. Realmente se desvivía por ellos y cuando le daban ropa, calzado y otros medios, él lo repartía entre los más necesitados sin tener distinción, pues para él todos eran iguales, ya que todos eran hijos de Dios nuestro Padre. Realmente vivía y practicaba la caridad con obras y la gente sentía admiración por su forma de ser y vivir. En este apartado son muchos los ejemplos de caridad que realizó, como hay otros muchos ocultos o no conocidos, ya que no le gustaba publicar lo que hacía.

Me duele en el alma el que haya religiosos que se hayan olvidado de su profunda fe y caridad practicada todos los días y sólo se acuerdan de algunos pequeños detalles vistos sólo con el ojo de la crítica. Dan que pensar estos hermanos que parecen desconocer el sentido verdadero de la santidad, ya que todos sabemos que los santos también fueron pecadores o tuvieron defectos que corrigieron, ya que el solo perfecto es Dios.

Una de las cosas que siempre me llamó la atención y que era visible en él era el "cómo vivía la presencia de Dios". Cada vez que le miraba le veía siempre recogido y como en diálogo interno con el Señor, a quien invocaba muchas veces diciendo la palabra ¡Señor, Señor!, que la decía con un respeto profundo como el que ama y reza. Había en su persona una actitud espiritual en la que se adivinaba la íntima relación con el Dios-Misterio. Era como si el mismo Misterio se hubiera adueñado y encarnado en él. Hasta sentía placer espiritual viéndole invadido solemnemente por la presencia divina. Saber vivir centrado en esa intimidad del Omnipresente es como crear y ofrecer océanos de luz a los que aún nos quedan tinieblas que vencer. Algo resucitaba en nuestro interior -al menos a mí-, al ver aquella actitud que invitaba con esos gestos de humildad, a que la presencia de Dios nos envolviera con su gracia, como le circundaba a él. Para todo el que desea realizar ese ascenso hasta la cumbre de Dios, la presencia divina que Fr. Jesús vivía cada día, era como una invitación evangélica a introducirnos en ese universo de belleza espiritual, lleno de paz y armonía, donde se vive gozoso la amistad de Dios. Ese vivir la presencia de Dios -decía él-, es como adquirir ojos nuevos con los que se vive en permanente asombro el infinito amor que Dios nos tiene. El hacer a Dios presente en nuestra vida, es tener el corazón abierto a la conversión, al gozoso misterio que nos envuelve, manifestado en la belleza de todo lo que se nos revela. Sólo cuando tenemos los ojos y la mente distraída en lo mundano, dejamos de ver el paraíso de Dios que nos rodea. Basta que queramos y Dios se nos revela como el único que nos sacia los deseos infinitos de amor y belleza divina. Ya me gustaría recordar las muchas cosas buenas que oí de él. Ahora mis palabras se quedan cortas y casi mudas cuando quiero explicar aquel fenómeno espiritual que Fr. Jesús vivía y que sólo los místicos como él, saben vivir en profunda plenitud.

Otra de las muchas cosas dignas de admirar en Fr. Jesús, era el dialogar con él y escucharle, porque hablaba no sólo con los labios, lo hacía con las manos, con el corazón, con los ojos y con toda su figura. Más que hablar hacía catequesis de fe y teología. Hablaba siempre sobre las cosas más fundamentales: la pasión de Cristo era uno de sus grandes temas, porque en la Pasión descubrió el infinito amor con que no ha amado, con ese amor fiel hasta la muerte en cruz de ese Cristo que se hizo perdón y salvación para nosotros. El libro tantas veces leído por él: "La Mística Ciudad de Dios" –de la Madre Ágreda- le llenaba de verdadero fervor, hasta sentir con lágrimas y suspiros el terrible martirio por el que pasó Cristo. Sólo y todo por nuestro amor para que tengamos la vida gloriosa del Padre.

Y si hablaba de la Virgen María, lo hacía con palabras no sólo fervorosísimas, sino con gestos, elevando la voz, como predicador emocionado, hasta terminar llorando de ternura con emoción incontenible hacia la Madre. "Los que siempre tuvisteis a vuestro lado a la madre de la tierra, no sabéis el gran tesoro de amor que teníais a vuestro lado. Yo lo descubrí de mayor en la Virgen María. Ella es la verdadera Madre que siempre me acompaña. ¡Dios sea bendito por darnos tal Madre!"

De sus labios escuché cosas maravillosas que él había aprendido y meditado en La Mística Ciudad de Dios. Este libro era para él como la Biblia, Palabra santa de Dios, porque le hablaba y le revelaba el misterio divino de Cristo y la Madre. Realmente era un hombre todo lleno de espíritu y lleno de Dios, manifestado en Cristo y la Virgen María. Por eso su forma de hablar era apasionada, porque "no se puede hablar de Dios o de la Virgen –decía él- sin poner todo el corazón hasta emocionarse. Lo malo es que cuando uno quiere expresar lo que se lleva dentro, lo que se intuye y se siente en el corazón, sólo me salen palabras muy pobres que no expresan el verdadero contenido. De ahí que mis sentimientos me ofrezcan lágrimas de compasión, llenas de gozo y ternura, como respuesta de amor en sentido espiritual".

Pero junto a esta vertiente de hombre bondadoso y lleno de sentido religioso, también habitaba en él el hombre humano, rudo y apasionado, con un carácter tremendamente fuerte, con impulsos de hombre audaz. Era ese hombre viejo contra el que luchó toda su vida hasta convertirle y dominarle, a veces hasta derramar sangre y dolor. Aquí es donde descubrí la santidad más valiosa del que aspira a la perfección. Él vivió y lucho contra esas actitudes de su vida, como el que sube al calvario terrible de su crucifixión. Las heridas del pasado, su fragilidad de hombre, la humillación íntima de su pobreza espiritual, hacían la cuesta más empinada para llegar al monte santo del Señor. Le vi sufrir por la pasión y el entusiasmo que ponía cuando jugaba a las cartas con los hermanos para divertirlos. Para él el juego se parecía a una batalla contra el mal, había que vencerle y ganarle la partida; otra forma de juego para él era como mentirse a mí mismo, como engañar a los demás. Y eso no sabía hacerlo. Por eso había que ganar siempre. Por eso ponía tanta pasión y entusiasmo que les divertía a los hermanos. De ahí que cuando perdía alguna partida, se ponía nervioso y lamentaba los fallos cometidos.

El juego en los religiosos guardaba un paralelismo con la vida familiar, donde se participa de la fraternidad espiritual y del brillo de lo sagrado. Por eso a Fr. Jesús le gustaba hacer ameno aquellos momentos. Por otra parte, como se conocía a sí mismo y sus impulsos espontáneos, hacía propósitos de no jugar para que no le saliera la pasión y menos que le dominara. Pero los hermanos se lo pedían por favor y él, ante los ruegos de los hermanos, cedía para complacerles y hacerles grata la velada, ya que sin él era muy aburrida la recreación.

Como hombre que defiende seguro su verdad, le vi defender su opinión con todo empeño y calor frente a un hermano que siempre le llevaba la contraria. El no podía tragar aquel absurdo que le planteaba el otro hermano. No obstante, cuando se dio cuenta de aquella actitud acalorada, marchó muy avergonzado a la capilla para pedir perdón al Señor. Son varios hermanos los que presenciaron esta anécdota y escena. En casi todos ellos sólo he oído contar la parte negativa de la discusión. Lo que nunca han dicho es que después de esta discusión Fr. Jesús marchó a la capilla y allí estuvo horas y horas en continua oración pidiendo perdón porque había ofendido al Señor en el hermano. Yo mismo le vi llorar amargamente, hasta con gemimos y mimos como un niño, hasta pedir con los brazos en cruz perdón, por no haber sabido respetar la opinión del hermano. No quiso salir de la capilla hasta no sentirse humillado y perdonado por la misericordia de Dios, al tiempo que ofrecía oraciones por el hermano a quien creía haber ofendido. Sólo cuando se creyó perdonado, salió de la capilla y fue a la celda del hermano ofendido para postrarse de rodillas ante él y pedirle perdón por lo ocurrido. Aquí es donde se manifiesta el hombre humilde que llevaba dentro. Sólo Cristo y los santos con la humillación cargaron con la cruz de la culpa ajena, pero con su actitud renació la vida y el amor fraterno.

No faltan religiosos que sin comprobar la verdad, dan crédito a opiniones vertidas por la irreflexión de murmuraciones, en las que acusan a Fr. Jesús de faltar a la obediencia a un conocido superior. Es una forma satánica de hacer el mayor daño posible a este hermano que vivió la obediencia con integridad. Pero yo puedo decir con toda verdad y doy testimonio de que eso es una mentira diabólica, en la que sólo aducen, como suprema razón, ese: "he oído decir", indeterminado e inventado por aquel que lo afirma. Son religiosos que confunden el hacer un comentario a ciertas disposiciones contradictorias de algún superior, ante las que Fr. Jesús se sentía confundido. La obediencia para Fr. Jesús era sagrada. Fue siempre muy obediente y esto está dicho por casi todos los superiores de las casas donde estuvo, como por los hermanos que le conocieron de verdad. Él hablaba con veneración sobre la "santa obediencia" como solía decir él. Por esa misma regla, Cristo fue un gran desobediente para los fariseos, como lo fue San Juan de la Cruz para algunos de sus hermanos religiosos de su tiempo. Pero Dios y la Iglesia dicen lo contrario y condenan a sus acusadores. Por eso, quiero que conste mi testimonio en defensa de la verdad y no sea la mentira la que empañe de sombras, la vida de gracia y santidad que vivió este hermano.

A su lado aprendí muchas cosas buenas y sus consejos los guardo en mi interior. La sencillez de su vida, rayana a veces en la inocencia, resplandecía de forma que hasta los de fuera le admiraban. A mí me apreciaba y me defendía frente a las discusiones de los hermanos. Siempre tenía sabios consejos para no dejarnos engañar por el mal. Y "no fiarse nunca de la carne".

Mirar el ejemplo de los viejos seducidos por Susana, de los que habla la Sagrada Escritura". Él se tenía por el más pecador, al estilo de San Francisco de Asís. Ponía muchas veces el ejemplo del que cruza el mar en una tablita, que en cualquier momento el abismo le puede hundir y tragar. Él iba en esa tablita, mientras a los demás nos consideraba que íbamos en un gran transatlántico, libres de peligro, porque éramos buenos e inocentes.

Era un gran luchador, un auténtico atleta de Cristo, un hombre penitente, sacrificado con disciplinas y cilicios, abnegado, sacrificado, hombre de oración y meditación, místico en sentido de búsqueda de Dios. Se interesaba por todos y era respetuoso con todos. Si se le pedía un favor o que hiciera un trabajo, lo dejaba todo y estaba a disposición de lo que le dijeras. ¡Cuántos trabajos ha hecho por todos!

A él venían a consultarle muchas gentes, como también venían exprofeso para hablar con él. De Talavera venía mucha gente para dialogar y estar con él. Entre los que venían había gente humilde, pero sobre todo, gente de cultura con cargos o carreras importantes. Médicos, abogados, profesores, comerciantes y otros muchos que le visitaban y les encantaba sus diálogos espirituales. Muchos de ellos le traían limosnas para que ayudara a los pobres.

Siento no haber apuntado nombres y direcciones de muchos de los que le visitaban y que eran importantes. Todos le consideraban un hombre de Dios lleno de caridad y atención hacia los pobres, por eso le querían tanto. No faltaban matrimonios que traían a sus hijos y le pedían que los bendijera. Para él los niños eran una delicia, porque veía en ellos la inocencia y la bondad de Dios. Ellos le tomaban confianza y jugaban con él, le tiraban del cordón o la capucha, al tiempo que él les llenaba de caricias y les daba caramelos. A los padres les hacía siempre una catequesis para que se amaran y con el ejemplo les trasmitieran su fe y buenas costumbres.

¿Qué tenía este hombre que atraía a todos y todos se sentían felices con él? No lo sé, pero sí doy fe y testifico lo que yo vi y presencié, pues cuando venía la gente importante, todos acudían y hablaban en gran intimidad con él, se hacían amigos de él y le confiaban sus problemas o su vida. Nunca vi que buscaran a otros religiosos considerados como muy importantes. "Algo tiene el agua cuando la bendicen".

Haré una breve lista de los que más recuerdo, aunque tengo que pedir perdón por los que se me olvidan y tal vez no les ponga. La inmensa bondad de D. Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid, que nos visitaba con frecuencia para hacer sus retiros, era para Fr. Jesús un inmenso gozo y para D. Ricardo una satisfacción estar con un amigo espiritual. Con él se explayaba en grandes diálogos espirituales, se tenían mutuo aprecio y veneración.
Otro tanto sucedía con D. Marcelo González, entonces regente y Cardenal de la diócesis de Toledo, que también venía a hacer sus retiros espirituales y le encantaba estar con Fr. Jesús por la bondad y sencillez que a D. Marcelo le llenaban de fervor, sobre todo cuando hablaba de la Virgen María. D. Marcelo descubrió en él al religioso bueno y santo de verdad. Yo mismo le escuché decir a D. Marcelo en comunidad: “Hermanos, cuidad de este fraile que es un santo de pies a cabeza. Escucharle es ponerse en estado de gracia. Merece la pena hacer un retiro dialogando con él”. Y el Cardenal lo decía después de largas conversaciones espirituales con Fr. Jesús. El mismo secretario de D. Marcelo –cuyo nombre no recuerdo- y que era muy inteligente y sabio, decía que le encantaba escuchar reflexiones tan sencillas y llenas de bondad, como las que hacía el Hermano.

Para nuestro ilustre hermano D. Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo y cardenal de Sevilla, El Santuario de Arenas era su lugar preferido para hacer sus retiros. Allí estaba Fr. Jesús con el que siempre intimaba y con el que tenía conversaciones animadas y llenas de espiritualidad.

Y siguiendo con los señores obispos, recuerdo a D. Domingo Oropesa, Obispo de Cienfuegos, (Cuba), que celebraba los encuentros con él con gran gozo, y platicar largos ratos con él. Como lo hizo D. Felipe Fernández García, cuando era obispo de Ávila y venía al Santuario de Arenas. Otro tanto hacía D. Demetrio Fernández estando en Toledo antes de ser obispo y - después de serlo-, pues sentía admiración y simpatía por Fr. Jesús. Eso mismo le pasaba a D. Rafael Torrija y a D. José Delicado Baeza, como a D. Alberto Iniesta Jiménez, que deseaban descansar y retirarse en esta mística soledad del Santuario. Igualmente le sucedía a D. Antonio Ceballos Atienza, como a D. Antonio Cañizares, a D. Adolfo González Montes. Admirado quedó D. José María Uriarte Goricelaya, que hacía ejercicios espirituales en este lugar, en el que compartía algunas meditaciones con Fr. Jesús. Y D. Jesús Sanz Montes, Arzobispo en la actualidad de Oviedo, quien convivió con él antes de ser consagrado obispo y el que conserva gratos recuerdos de Fr. Jesús.

Estoy seguro que conoció y trató a otros obispos antes de conocerle yo, pues son muchos los obispos que en todo tiempo han pasado por el Santuario de Arenas. Yo no he tenido la suerte de conocerlos, pero estoy seguro que también en ellos Fr. Jesús dejaría huella. Lo que es digno de recordar, es que un humilde fraile como era Fr. Jesús, tuviera relación con tantos personajes ilustres, pues yo, en el tiempo que le he conocido, sumo ya catorce Señores Obispos y Cardenales, a los que conoció e intimó con ellos, al tiempo que ellos sintieron afecto por el Hermano. Algunos han dado y dejado escrito un Testimonio precioso y admirable, lleno de valor tanto humano como espiritual sobre Fr. Jesús.

Y en cuanto a hombres de gran valía, algunos verdaderamente sabios y virtuosos, quiero recordar algunos de los que venían por el Santuario y les encantaba dialogar con Fr. Jesús. Comienzo con Don Baldomero Jiménez, sacerdote muy conocido a nivel nacional, por sus escritos y conocimientos espirituales; gran conocedor de la mística de Sta. Teresa, como la de San Juan de la Cruz y la de San Pedro de Alcántara, que frecuentaba mucho el Santuario y era muy amigo de Fr. Jesús, con el que dialogaba y compartía experiencias.

El gran teólogo y Catedrático de la Pontificia Universidad de Salamanca, Don Olegario González de Cardedal, con un profundo enraizamiento espiritual, especialmente marcado en su caso por el conocimiento de nuestros místicos, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San Pedro de Alcántara, "que compagina la sabiduría con la sencillez y la humildad", galardonado por, "el Papa Benedicto XVI, como a uno de los mejores teólogos que ha dado España a la Iglesia y al mundo", venía al Santuario de Arenas para aprender la sencillez y la humildad de un Hermano franciscano que hablaba con verdadera unción sobre Cristo y la Virgen, a él que tiene profundos tratados sobre el Hijo de Dios.

Otro gran profesor, éste de liturgia y en el Seminario de Toledo, es Don Manuel Sainz Pardo, hombre muy espiritual que frecuentaba mucho el Santuario para hacer retiros y que en tiempo de Fr. Jesús llevaba a seminaristas que luego hablaban con Fr. Jesús sobre la vocación y el seguimiento de Cristo. Algunos de los que luego se hicieron sacerdotes iban de nuevo por el Santuario con el deseo de estar y hablar con Fr. Jesús.

El profesor Don José Manuel Sánchez Caro, sacerdote de la diócesis de Ávila. Que fue rector de la Universidad Pontificia de Salamanca y la Universidad Católica de Ávila. Que es Doctor en Sagrada Escritura y autor de numerosas publicaciones sobre su especialidad, que frecuentaba el Santuario de Arenas de San Pedro, para descansar y hacer sus retiros. Con Fr. Jesús encontraba las delicias en animosas conversaciones espirituales. La sencillez y la ingenuidad del Hermano le hacían ver mejor a Dios en esa teología del humilde y del sencillo, donde Dios revela la verdadera ciencia que a veces oculta a los sabios y entendidos.

Juan de Dios Martín Velasco, también profesor y estudioso del fenómeno místico, con varias publicaciones especialmente de espiritualidad y problemas religiosos, humanos y culturales cuyos libros cada vez tienen más éxitos y sus conferencias cobran mayor interés. Ha dado y sigue dando tandas de ejercicios espirituales en el Santuario de Arenas, porque es un lugar que reúne unas condiciones inmejorables para el recogimiento y vida de oración. Allí intimó con Fr. Jesús y recomendaba a los ejercitantes que hablaran con Fr. Jesús, que les hablara de Cristo o de la Virgen, que seguramente les haría mucho bien. Sabía y conocía el fervor que ponía el Hermano para hablar de estos temas. Lo que él diga tiene valor de ejercicios pues su forma de hablar es la que llega más al corazón.

Don Teodoro Martín gran escritor y muy conocido en el mundo de las publicaciones, él lo hace de forma más asidua sobre temas religiosos. Vivió temporadas enteras en el Santuario y le encantaba la vida religiosa. Tuvo muchas ocasiones para hablar con Fr. Jesús y descubrió en él al hombre humilde, fiel y trabajador, aunque lo que más le encantaba era oírle hablar sobre temas de Cristo o la Virgen. Aquella forma de ser y de vivir era la que él buscaba de verdad, porque había llegado a la verdadera paz, armonía y alegría franciscana. Fueron años que siempre recordará.

Uno con los que más disfrutaba Fr. Jesús hablando en él, era D. José Ribera, profesor y maestro espiritual del Seminario de Toledo. Sacerdote muy espiritual, lleno de amor y caridad por los pobres. Venía con mucha frecuencia al Santuario con grupos de seminaristas para hacer retiros espirituales y tener encuentros en el silencio donde Dios habla mejor. Siempre tenía un tiempo para estar con Fr. Jesús y dialogar de cosas santas. Eran dos "santos" que se comunicaban sus experiencias, ambos dignos de admirar.

Por aquellos años estuvo viviendo una temporada en el Santuario, un investigador y científico alemán, cuyo nombre por ser distinto he olvidado, por la dificultad de la lengua, pero era un hombre verdaderamente muy sabio e inteligente, entendía de todo y hablaba con precisión. Él decía de Fr. Jesús que le encantaba hablar con él y observarle por su sencillez, su forma de ser y comportarse, como su religiosidad del trabajo, su cordialidad y la atención que prestaba en todas las cosas. Para él Fr. "Jesús era el hombre más feliz, es un dichoso del evangelio, solía decir, porque vive su vida para Dios, todo lo hace por Dios y está como viviendo en Dios. Para él todo lo demás puede esperar".

Bueno hay otras muchas asociaciones, comunidades y grupos grupos de interés que pasaron por allí, en los que había muchas personas sabias e inteligentes, profesores y gente importante. Cuando hablaban con Fr. Jesús se hacían amigos de él y después le visitaban cuando tenían ocasión. Son muchas las personas que por no haber tomado nota hoy no puedo recordarlas a todas, lo cierto es que Fr. Jesús tenía un don de gentes que a todos encantaba y todos deseaban hablar con él.

Lo más importante de todas estas visitas es que todos le recordaban después como un hombre verdaderamente bueno y santo. ¿Qué tenía este hombre, me vuelvo a preguntar, que a todos atraía y les ganaba el corazón? Para mí está claro, era Dios el que actuaba en él, porque era un elegido de Dios, un humilde y sencillo de los que habla el evangelio y en los que Dios muestra la sabiduría que no es de este mundo. En él brillaba la gracia y habitaba esa humilde sencillez como presencia viva de Dios. Y si Dios actuaba y habitaba en él, es porque era un "santo". Justo es que lo reconozcamos y tengamos el valor de comunicarlo. Yo así lo testifico.

Fr. Paulino Vázquez Arévalo.