Le queríamos en casa

Carmen Salgado Ruíz-Tapiado

Conocí a Fr. Jesús cuando vivió aquí en los Antonianos de Duque de Sesto de Madrid, durante los años -1968-1973- en casa teníamos gran amistad con él. Era un fraile que impresionaba y llamaba la atención con sólo verle. Era alto, delgado, con reverenda calva, vestido con su hábito franciscano, siempre con actitud correcta, con gesto agradable, humilde, sencillo, respetuoso, atento con todos, cordial y siempre cargado de sensatez. Era toda una auténtica figura, un modelo para el Greco o Zurbarán.

Tuve la suerte de conocerle y tratarle más de cerca, ya que Fr. Jesús tenía buena amistad con mi esposo, que era médico y era muy apreciado de los Antonianos -el Doctor Joaquín Bayano. Tenía gran confianza con nosotros y acudía con mucha frecuencia a consultarnos cosas, cuando no, a buscar remedios para gente necesitada que estaba en apuros, también tenía casos más urgentes en los que necesitaba medios económicos para solucionarles sus problemas, como para apoyar en caridad al verdaderamente necesitado. Como sabíamos que practicaba la caridad con los pobres y necesitados, siempre le ayudábamos con mucho gusto y le animábamos, ya que sabíamos que sufría el tener que pedir.

Pero donde mejor le conocí fue en el trato que mantuvimos con él, tanto cuando venía a casa como en el convento. Para nosotros era una delicia hablar con él, por su sencillez, algunas veces rayana en la ingenuidad e inocencia infantil, como consecuencia de la bondad que en él se manifestaba; su conversación era cordial, animada y casi siempre religiosa. Cuando hablaba de San Pedro de Alcántara o de la Virgen se emocionaba, hablaba como un predicador, con gestos en las manos, con emoción y miradas de verdadera ternura. A nosotros nos servía aquello de oración y meditación y le agradecíamos aquellas conversaciones.

Siempre hemos recordado en casa anécdotas que vivió y en las que nosotros conocimos en directo. Siendo cocinero de los frailes, cuando quería preparar algún plato especial a los religiosos, venía a que le orientáramos y le dijéramos cómo se hacía. Un año, en la fiesta de San Francisco, vino todo apurado porque tenía que hacer la comida y tenían invitados importantes. Le indicamos lo que tenía que hacer, pero él se veía incapaz de hacer aquello. Cómo le teníamos gran aprecio, nosotros en casa le hicimos la comida, él se la llevó al convento y luego le aplaudieron por tan buena comida. Él sabía agradecerlo todo y estaba deseoso de hacernos cosas como para compensarnos.

Mantenía actividades y servicios a pobres y necesitados, ya que se compadecía de todos. Como siempre estaba ocupado y tenía poco tiempo, se lo quitaba al sueño para poder solucionar todas las cosas. Venía a veces cansado y nos hablaba de tener dificultades y tentaciones. Nosotros pensábamos que eran tentaciones morales o espirituales. Ante la insistencia le preguntamos qué clase de tentaciones eran, con el fin de ayudarle, él nos dijo que le venía la tentación del sueño hasta en la oración y que no podía dominarla, con lo que estaría ofendiendo al Señor. Eso era terrible para él, pues decía que era como entrar en la noche oscura, y Dios nos libre de esa noche oscura donde perdamos la visión de Dios. El estar en la aurora de Dios es señal del amor infinito de Dios. Él se lo merece todo y mi vida le pertenece por entero". Le veíamos tan buenazo, tan sencillo y tan lleno de Dios, que nosotros sólo intentábamos animarle para quitarle preocupaciones recordándole que también el sueño es obra de Dios y con él le podemos alabar.

Por aquellos años, en los frailes se recomendaba que todos pasaran por la experiencia de Asís y los lugares franciscanos, para activar y tener más presente el espíritu de San Francisco. A él le ofrecieron el hacer ese viaje, pero él recordando a los pobres dijo que el dinero que se iban a gastar con él que se lo dieran a los pobres, que eso le hacía más feliz. Y se quedó sin ir a Asís. Mi esposo y yo comentamos el gesto de pobreza y decidimos pagarle el viaje y llevarle nosotros, con permiso de los superiores, para que no quedara sin ver los lugares franciscanos.

Nos apuntamos a los viajes de peregrinación que organizaba "El Pueblo de Dios en Marcha", que lo tenía muy bien organizado y no nos teníamos que preocupar de nada. Nos comunicaron que iba a salir una peregrinación muy pronto, pero que ya sólo quedaba una plaza libre, a no ser que alguien fallara. Como éramos tres, mi esposo -Joaquín Vallano-, Fr. Jesús y una servidora, decidimos darle el puesto a Fr. Jesús. Se lo dijimos y nos contestó: "Si habrá plazas para los tres, voy a rezar para que las haya". Y enseguida nos avisaron que dos personas lo habían dejado, que disponíamos de ellas para el viaje. La oración de Fr. Jesús tenía el poder de hacer milagros, como en esta ocasión.

Durante varios días estuve preparando maletas para llevar lo que creía necesario para este viaje. Él se presentó la víspera con una cartera de mano pequeña, donde llevaba todo su equipaje. Nos dejó admirados de la pobreza y sencillez. Durante el trayecto, el empleaba el viaje para rezar y nada le distraía. Ante la belleza de paisajes y hermosura de los Alpes, le tuvimos que decir: mira Fr. Jesús, qué cosas tan hermosas ha creado Dios, por aquí debió pasar San Francisco. Cuando le dijimos esto ya no dejaba de mirar y de hacerse admiración de todo.

Conectó con todos los peregrinos e hizo amistad con todos, ya que como iba vestido de fraile todos le apreciaban y admiraban, estableciéndose entre todos los peregrinos una gran fraternidad. En uno de los hoteles en los que descansamos, estaba junto a la playa. Él no le prestó mucha atención, pero por la mañana muy pronto, vestido con su hábito, bajó a la playa cuando no había nadie y allí paseaba Fr. Jesús rezando el santo rosario. No perdía nunca la condición de religioso ni el sentido de oración. Aún conservamos fotos de aquel momento que las hicimos desde el hotel.

Cuando llegamos a Asís se sintió transformado, como si fuera otra persona. De todo se hacía lenguas. "¡Aquí vivió nuestro Padre San Francisco! ¡Aquí se santificó y murió el Seráfico Padre! ¡Este era su hábito, lleno de pobreza y santidad! ¡Todo respira presencia del humilde y fiel Francisco!" Parecía estar en la misma antesala del cielo. Para él todo era admiración y alabanza. Se sentía feliz y dichoso por estar en aquel recinto santo junto al Padre San Francisco. Nosotros viéndole disfrutar a él nos sentimos felices y disfrutábamos espiritualmente de aquel acontecimiento. Para nosotros fue también una gran experiencia no sólo de fe cristiana, sino de vivencia espiritual al compartir el viaje con un hombre lleno de Dios, del que no dudamos que es un santo.

Aunque sólo llevó una carterita para el viaje, vino cargado de regalos y objetos que tanto nosotros como los mismos peregrinos le hicieron. Todos quedaron encantados de la presencia de Fr. Jesús y con todos tramó amistad. Él vino contentísimo y cargado de espiritualidad. Enseguida visitó a sus pobres para llevarles sus regalitos a las chabolas.

Nos hizo varios trabajos en casa y si pensábamos cambiar algo –televisión, cocina, lavadora, lavabos- él lo pedía para los pobres. En las chabolas de la Elípa él tenía muchos amigos y familias a las que les venía bien. Toda la ropa de buen uso, a veces nueva, y la que yo recogía entre gente conocida, él buscaba gente de sus amigos pobres a quienes les hacía muy feliz. Los pobres le ganaban el corazón y todos eran amigos suyos. Acudía a nosotros porque tenía gran confianza y le ayudábamos a remediar lo que podíamos. Siempre recordaremos su gran espíritu evangélico, lleno de ternura y sentido franciscano. También nosotros nos sentíamos evangelizados por él y practicábamos la caridad con más generosidad.

Cuando íbamos a la iglesia siempre le veíamos con gran recogimiento, nada le distraía, cada gesto suyo era observado y comentado por todas las señoras. Y cuando salía al hall para saludar o atender a alguna persona, estaba con las manos en las mangas y sin atreverse a mirar a las mujeres, ya que tenía un gran concepto de ellas y no quería que se sintieran molestas con indiscreción. También lo hacía para mortificar la vista y dominar su voluntad frente al peligro de lo sensual.

La distancia del tiempo hace que muchas cosas se queden en el olvido, pero su imagen bondadosa, sencilla, humilde como virtuoso y buen hombre, siguen muy vivas junto al buen recuerdo que de él conservo. Me siento privilegiada por haber estado tan cerca de un santo, con el que he compartido ratos de intimidad, de oración, de sentido espiritual y de presencia de Dios.

Que ahora desde el cielo, el amigo Fr. Jesús nos siga queriendo y ayudando como lo hizo en vida.

Carmen Salgado Ruiz-Tapiador
En Madrid a 15 de Mayo de 2012.