La fe le hizo santo

Por Arsenio Muñoz Martín

He tenido la suerte de vivir en compañía del hermano Fr. Jesús de la Cruz en muchas ocasiones y lugares. Ya antes de conocerle, tenía noticias de su ferviente vida franciscana. Directamente viví seis años seguidos en Pastrana 1962-1968, donde me confirmó con obras su bondad de hombre caritativo, fervoroso y lleno de Dios. Desde el primer momento conectó y confío plenamente en mí, a quien acudía para su dirección espiritual, aunque yo era joven. Tenía la celda junto a la mía, motivo por el que observé y fui confidente de momentos íntimos, de penitencia y disciplinas hasta derramar sangre, como de diálogos fervientes y de oraciones de verdadero místico.

Con él viví también en Arenas de San Pedro, casi todo el año 1974, con motivo de trabajos en la Residencia. También estuve por motivos de trabajos, varios meses en Madrid, en 1972, al igual que en Arenas por los años 1978-1979. Son varias las temporadas vividas en Alcalá de Henares con motivos de sus visitas, que solían ser de algunos meses al año, ya que le reclamábamos tanto los religiosos como los fieles y pobres de la parroquia, a los que visitaba para llevarles alimentos y limosnas.

Quizá lo más importante sea la amistad y relación espiritual que hemos mantenido durante toda nuestra vida, ya que nos veíamos con frecuencia, tanto para interesarnos por nuestros problemas como para hablar de situaciones espirituales. También algunas veces, no muchas, ya que a él no le gustaba mucho escribir, lo hacíamos por escrito. Otras veces lo hacíamos por teléfono anunciándonos la nueva visita o resolviendo algún problema. Le he intentado seguir y visitar con relativa frecuencia hasta en sus últimos años. Porque conocía la importancia de su vida, dos años antes de morir le hice un retrato al óleo, asesorado por Manuel Prieto, para dejar constancia de su memoria.

Creo sinceramente que vivió un proceso de conversión durante toda su vida, sin permitirse tregua ni descanso, hasta alcanzar la perfección cristiana. Esto le sirvió para vivir una vida religiosa comprometida, viviendo los votos y compromisos religiosos con la mayor perfección. En su lucha de superación, consiguió que dominara en él la dulzura, acompañada de una tierna sonrisa que llevaba siempre en su persona.

La columna en la que se apoyaba toda su vida, fue la fe de un humilde, de un iletrado, pero una fe cargada de certezas para él. La fe fue la puerta que le hizo traspasar el umbral de Dios, cuando entró limpia en su corazón, dejándose modelar por la gracia que transforma y santifica. Fe para él era no sólo creer en Dios, sino tenerle por Padre lleno de Amor, que por amor ha enviado a su Hijo y vive ahora actuando por la presencia del Espíritu Santo. Soy testigo de escucharle muchas noches los actos de fe que hacía a la Santísima Trinidad, invocando a cada persona, pausada y fervientemente con tanta dulzura, que las repetía varias veces, como quien se relame regustanto la gracia que le venía al pronunciar el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Para él, cada nombre era una Palabra de profunda oración y adoración, de ahí que las repetía muchas veces, tanto por el día como por la noche. Era un creo muy sencillo, pero era una viva profesión de su misma fe. Estaba seguro de su credo y le vivía sabiendo que purificaba y transformaba su persona consolidándole en esa fe.

La trayectoria de su vida religiosa en la conversión de cada día, no fue otra cosa que la constante renovación de su fe y conversión al Señor. La fe fue la que le llevó a una nueva vida. Gracias a esa fe su vida experimentaba la nueva resurrección, que se plasmaba en obras de amor y caridad a Cristo, representado y viviente en los pobres y necesitados. Era la fe engendrada a los pies de Cristo, la que le impulsaba a convertir el Evangelio en el nuevo mandato de amor. Vivir la fe, para Fr. Jesús, fue recibir el gran don de Dios, ya que ella le llenó de gracia, le transformó y cambió su persona hasta lo más íntimo que había en él.

Esto le sirvió para vivir una vida religiosa entregada y verdaderamente ejemplar. Era conocida y admirada por los hermanos que convivíamos con él, como de todos los Hermanos de la Provincia que le conocían. En todos nuestros conventos se le conocía como un religioso muy fervoroso, ejemplar y trabajador. Era admirado por la mayoría en la abnegación, en la pobreza, como en el servir a los demás; en la disponibilidad y generosidad, en el sacrificarse por los hermanos, el comprometerse en trabajos y servicios hechos por caridad. Todo hecho por amor de la fraternidad o el bien de los pobres, manifestando su ferviente vida religiosa.

En cuanto a su vida de piedad, dejó un testimonio admirable por las casas donde estuvo. Su sentido religioso como su forma de vivir fue íntegra y noble. Hombre de eucaristía, de oración profunda, siempre recogido y viviendo la presencia de Dios. Realizaba a lo largo del día una serie de rezos y devociones, además de los actos programados de la comunidad, tales como: el rosario, lectura espiritual sobre la Madre Ágreda, visitas al Santísimo, a San Pedro y varias devociones a la Virgen y santos, que le mantenían en recogimiento y centrada la vida en la presencia del Señor.

Fue un religioso que quiso imitar a San Pedro de Alcántara en penitencias, ayunos, mortificaciones, cilicios, de noches sin dormir, o sólo 3 horas mortificadas en la celda del Santo, lugar incómodo y réplica de la del Palancar, hecha por él en Arenas; como de largas horas de oración de rodillas, totalmente concentrado en la Presencia de Dios.

Fr. Jesús fue un religioso que tenía el don de gentes, el que cuidaba y atendía con esmero y amabilidad, como quien sabe que de esa forma atiende a Dios en el hermano. A él acudían los pobres, los sencillos, los religiosos y gente de altura teológica, como lo hicieron varias personalidades y algunos obispos.

Vivió las virtudes heroicamente. La heroicidad de su vocación, ingresando en momentos tan trágicos al comenzar la guerra española. Hizo el noviciado en 1936, sabiendo que le esperaba el martirio y no se echó atrás, al contrario, deseaba ardientemente el martirio. Por él, Dios hizo el milagro de librar del martirio al grupo de Arenas que huía con él por los montes de Gredos hasta la zona nacional, aunque él confesó muchas veces, que deseaba el martirio para dar la vida como testimonio de Cristo. Pero Dios quería su vida para otro testimonio. Testimonio que vivió de forma excepcional en las virtudes cristianas. Practicó ejemplarmente la caridad, dentro y fuera del convento. La vivió de forma testimonial con los pobres, llevándoles consuelo, alimentos, ropa, dinero, arreglándoles las casas, poniéndoles agua, servicios, luz y cuanto necesitaban o estaba a su alcance y él podía dar.

Visitaba a los enfermos, a los necesitados y a los que estaban en dificultad, para animarlos y hablarles de Dios. Siempre les hablaba de Cristo y la Virgen, teniendo palabras evangélicas de aliento y consuelo Hacía una catequesis y apostolado eclesial ejemplar, la que agradecían de forma especial los enfermos.

Vivió la fe como verdadero testimonio religioso de creyente. La gente le admiraba y le llamaba "santo". Acudían a él para que pidiera por sus problemas, enfermedades, asuntos familiares, etc. Porque estaban convencidos de que su fe hacía milagros, y que sus oraciones tenían más poder ante Dios. De hecho, en vida, obtuvo muchas gracias en favor de los demás.

Lo mismo hizo con las virtudes de la esperanza, viviendo confiado en Dios y aceptando su voluntad, como lo manifestó con palabras y hechos en su vida.

La virtud de la humildad fue patente en él y reconocida por los fieles, tanto en su compostura externa como en su vida interior. Sus gestos de humildad y compostura los recuerda la gente que le conoció, hablando de él como religioso de una humildad admirable.

De la paciencia, como la templanza y las demás virtudes, dio muestras de vivirlas con verdadero sentido cristiano y en grado ejemplar. Luchó con verdadero empeño por dominar su temperamento impulsivo, heredado por la dura niñez, que a veces espontáneamente surgía y que tanto le hacía sufrir. Él lo dominó consiguiendo no ser un mediocre, sino un apasionado de Dios, hasta sentirse amado por misericordia, logrando terminar siendo persona dulce, muy amable, cariñoso, siempre respetuoso y sensato.

Su gran devoción a la Virgen María, la MADRE, fue algo que todos conocimos y que resaltaba especialmente en su vida. La Virgen era uno de sus centros de espiritualidad. A ella le dedicaba los mejores momentos de su vida de oración, meditación y lectura espiritual. Practicaba a diario varios encuentros con la Virgen, mediante devociones que realizaba con toda el alma en sus devociones: rosario, ángelus, lectura espiritual en La Mística Ciudad de Dios, reverencia ante el Tota pulcra, etc. además de las litúrgicas y practicadas en la vida religiosa.

Es digno de recordar la pasión y el fervor religioso que ponía cuando hablaba de la Virgen María. Eran tan patentes que casi siempre terminaba llorando de emoción e infundiendo estados de fervor en el oyente. Eso es algo que todos los que le hemos conocido lo hemos comprobado muchas veces. Incluso eso mismo dicen los seglares que le conocieron, incluyendo algunos obispos que aún viven: Mons. Ricardo Blázquez, Mons. Domingo Oropesa o Mons. Jesús Sanz.

Su amor por los niños, débiles e inocentes, era algo tan patente que lo admiraban hasta los desconocidos y extraños. El amor que a él le faltó cuando era niño, quería dárselo a todos los niños para que nunca les faltara a ellos. Tenía predilección por los niños y les obsequiaba con dulces, globos, juguetes, etc.

Por el testimonio de su vida ejemplar entre los religiosos tenía ya fama de santo, hasta le llamábamos cariñosamente el "venerable", calificativo que le puso el P. Antolín y después se lo decíamos todos. Algunos, como Fr. Alejandro Rodríguez, siempre le llamaba por el "venerable". Todos veíamos en él una persona buena y santa. Los seglares que le conocieron, tanto los de de Madrid, como los de Alcalá, Pastrana o Arenas, hablan y dicen de él lo mismo, que era un santo. Incluso, en Arenas algunos le decían también: "el bendito Fr. Jesús", por su forma de vivir y muestras de piedad manifestadas en su vida.

Son muchas las cosas que se pueden decir de él. Para mí es verdaderamente un santo. A él me encomiendo todos los días. Y puedo decir que me ha concedido muchas gracias. A uno de mis hermanos, que cayó de un tejado de cabeza y no murió en el acto, quedó inconsciente y los doctores nos dijeron que moriría o quedaría en coma, sin saber si podría volver a recuperar la conciencia. Todos encomendamos su salud a Fr. Jesús y ni murió, ni quedó en coma, sino que se recuperó en muy breve tiempo. Aunque los médicos consideran un triunfo de la medicina, nosotros sabemos que ha sido su intercesión la que le ha devuelto la vida. Sus compañeros de hospital han muerto o siguen en coma.

Es una bendición el haber conocido y vivido junto a este religioso, que ha sabido santificarse con una entrega total a Dios y proyectada en el amor a los hermanos.

Arsenio Muñoz Martín.

En Madrid, a 2 de octubre de 2012.
Festividad de los Ángeles Custodios.