Le conocí en Arenas

D. Fernando Núñez Cascos
Párroco de Aldeanueva de Barbarroya -Toledo-

Tuve la suerte de conocer a Fr. Jesús de la Cruz, siendo estudiante de teología, cuando venía de retiro espiritual con los seminaristas de Toledo, acompañados por el director espiritual D. José Ribera, admirador de Fr. Jesús de la Cruz, quienes mutuamente sentían fraternal amistad y conversaban religiosamente sobre temas espirituales.

Por estar en situación de seminarista, más que lo que pude hablar con él, fue lo que presenciaba y oía en las conversaciones que mantenían entre Fr. Jesús y D. José Ribera, tan enjundiosas de contenido espiritual y que los que acompañábamos sentíamos estímulo y atracción por aquella forma de ser de ambos. Aunque entonces fuera de forma pasivo, lo conservo como todo lo que observé y pude intuir en aquellos encuentros con Fr. Jesús.

Mi vocación fue tardía y meditada, ya que tuve que dejar mi carrera y buena situación de trabajo para seguir la llamada de Dios, pero me sentí seducido por D. José Ribera, que era un santo sacerdote y hoy me siento realizado en mi vida de sacerdote.

Cuando vi y conocí a Fr. Jesús por primera vez, me impactó interiormente, tanto su figura religiosa de anacoreta, como su modo de ser y actuar. Le prestaba mucha atención a lo que hablaba y cómo lo hablaba. Se notaba que vivía una profunda fe y manifestaba un sentido religioso lleno de espiritualidad. Su forma de hablar era como muy ferviente, dejando traslucir algo especial cuando derivaba la conversación hacia la Madre del cielo. Los que veníamos deseosos de entrar en contacto espiritual con San Pedro de Alcántara, parecía que nos encontrábamos ante el mismo San Pedro en aquella imagen que nos ofrecía Fr. Jesús. Su presencia imprimía un sentido religioso y espiritual que invitaba a la reflexión y al encuentro del espíritu.

Después le seguí viendo en varias ocasiones y cada vez sentía más deseo de escucharle. Hablaba con Don José Ribera, que a su vez estaba también lleno de espíritu de caridad, y ambos se entendían a la perfección. Mutuamente se mostraban felices hablando de cosas espirituales. Parecía intuirse el encuentro de dos santos. Para mí aquello era algo contagioso ya que me llenaba de fuerza y sentido evangélico, religioso y espiritual. El que yo no hablara no tenía importancia, lo importante era escuchar lo que aquellos santos varones decían. Ser testigo y vivir ese encuentro entre dos "santos" es una gracia del cielo. Ahora lo recuerdo y me siento dichoso, porque fueron aquellos unos momentos únicos para mi vida.

La imagen positiva que me queda es el recuerdo de una persona buena, sencilla, amable, cordial y sonriente, como el que vivía la vida feliz porque ha encontrado la dicha de Dios.
Agradecemos la invitación de Santuario.

En Arenas para Testimonios.
Con fecha del 11 de julio de 2012,
Publicado en SANTUARIO no. 209. pág. 43.