Fr. Jesús, sencillez de vida

Por su sencillez ponemos este testimonio. Es una florecilla franciscana en la que vemos la ingenuidad con que vivió Fr. Jesús de la Cruz.

El libro de las Florecillas de San Francisco es una obra en la que se cuenta la vida sencilla de San Francisco y sus compañeros, resaltando la ingenuidad y candidez de aquellos primeros religiosos que vivían como espiritualizados. La vivencia de esa humildad y sencillez daba como resultado, el vivir el gozo de Dios en perfecta alegría practicando la perfección evangélica.

Esto parece que sólo fue posible en tiempo de San Francisco, pero Fr. Jesús de la Cruz lo practicó y vivió con humilde espíritu de fe y lleno de bondad. En su biografía: Vivir con pasión, se cuentan algunas florecillas de su vida llenas de ingenuidad, pero la que ahora contamos es inédita y por su interés no queremos que se olvide, pues refleja muy bien su bondad humilde vivida con toda sencillez.

Nos cuentan Sara Tornero Sánchez, -artista con gran sensibilidad en la pintura impresionista, como también Manuela García, devota de Fr. Jesús y pintora naif, con premios nacionales, regionales y locales-, que recuerdan como algo imborrable, aquel ejemplo de inocencia, sencillez, pobreza y humildad, que Fr. Jesús daba a todos los arenenses, cuando bajaba del convento a pedir limosna para dar de comer a los frailes, en aquellos años 1940 al 1950, que fueron de mucha pobreza y cuando los frailes se vieron obligados a pedir humildemente limosna para sobrevivir.

Cada semana, había en Arenas un día en que se celebraba el día del mercadillo, que se realizaba en una plaza. Ese día bajaba Fr. Jesús del convento con un carrito tirado por un borriquito, para recoger las limosnas en especie que las buenas gentes le daban. También Fr. Jesús, vestido con su hábito, tenía un puesto donde la gente acudía voluntariamente a darle la limosna que podía. Allí recibía judías, patatas, lentejas, aceite, pan, frutas y otras hortalizas. Era una estampa evangélica y una nueva encarnación de las florecillas de San Francisco de Asís. Él atendía a todas las señoras que le daban limosna. Además de las gracias les hablaba sobre algún motivo religioso o les preguntaba sobre la familia o alguna situación. Cuando terminaba su postulación, volvía al Santuario dando gracias a Dios y llevando en el carrito lo que le habían dado las buenas gentes. Siempre había milagro sobre la multiplicación de víveres, recibiendo lo necesario para alimentar a los religiosos.

Nos cuentan tanto Sara como Manuela, confirmándolo varias gentes, que un día el borriquito que empleaba Fr. Jesús para tirar del carrito enfermó, de forma que no podían trabajar con él. Fr. Jesús al faltarle este medio de transporte y careciendo de otro, cargado de ingenuidad, sin importarle lo que los críticos pudieran decirle, se ingenió con correas y cuerdas, atándolas a las varillas del carrito y colocadas sobre sus hombros de forma tal, que consiguió la forma de traer él mismo el carrito para poder llevar los víveres y limosnas que le daban las buenas gentes. Dada la necesidad y falta de medios, el Guardián le permitió que así lo hiciera.

Era como una escena de cine rodada por ingenuos para ángeles. Cada semana allí estaba Fr. Jesús tirando de su carrito y llevando montado a Juanito, el hortelano del convento, para hacer su postulación. A la gente le hacía gracia aquella ingenuidad pero se llenaban de ternura y bondad al ver el ejemplo de pobreza vivido por el Hermano Fr. Jesús. Este motivo le dio ocasión a Manuela para pintar un cuadro recordando esta escena de Fr. Jesús limosnero.

Y lo que podía parecer motivo de crítica o comidilla, resultó un motivo evangélico de pobreza, de humildad y de verdadera sencillez. Lo que para otros religiosos era algo difícil de practicar, Fr. Jesús lo hacía por amor a los hermanos, practicando la caridad y ofreciendo su servicio para que la fraternidad tuviera los alimentos para vivir.

Y es que la santidad no se puede vivir sin humildad ni caridad. Fr. Jesús lo sabía y así lo vivió.

Fr. Martín Plaza Jiménez.