Fr. Jesús de la Cruz

Fr. Antonio de la Presilla Sastre.

Se me pide unas palabras sobre la persona de Fr. Jesús de la Cruz a quien tuve la suerte de conocer en los primeros años de mi seminario menor y, posteriormente a lo largo de la su vida hasta su fallecimiento. Pero antes de nada tengo que decir que las afirmaciones que yo pueda emitir o los puntos de vista que yo pueda expresar, son solamente eso, "mis" puntos de vista; lo que yo vi y ahora recuerdo con cariño.

E/ ¿Cuándo le conociste? Coméntanos algo sobre su figura, su persona, sus cualidades, espiritualidad, etc.

R/ En los años de mi niñez, en el seminario franciscano de Pastrana (Guadalajara): años 1960-1962; fue cuando le conocí por primera vez; se trata de un conocimiento muy parcial, y por consiguiente condicionado a la edad. Me impresionaba de Fr. Jesús su porte externo, su forma de ser y de actuar; parecía una persona muy espiritual, introvertido; creo que era hombre de pocas palabras; con una interioridad muy rica y a la vez sincera.

La figura de Fr. Jesús me transmitía "algo especial", que en aquellos momentos yo no hubiera sabido explicar ni descifrar. Sé también que era muy trabajador; siempre se le veía trajinando en la cocina, en la huerta o en los sótanos del convento donde la obediencia religiosa le fue llevando: Pastrana, Madrid, Arenas de san Pedro (Ávila). Las tareas domésticas, la huerta, los animales, el mantenimiento de los útiles de la casa y aperos de trabajo, eran sus oficinas principales donde pasaba horas y horas al servicio de los demás. Le veíamos horas y horas restaurando utensilios de cocina o reparando instrumental de la huerta. Siempre decíamos que los trabajos y los arreglos de Fr. Jesús eran eternos; se volverían a romper por cualquier otro sitio menos por la zona que él había restañado o reparado.

Todo lo que hacía Fr. Jesús, lo hacía a conciencia; se diría que era una persona muy apasionada: pasión por Dios y por responder a su llamada, y pasión por todo lo que supusiera de utilidad para los demás y para el cumplimiento de su deber en todas las actividades y actuaciones, dígase en el trabajo o en la oración, etc.

Este conocimiento mío de la persona de Fr. Jesús de la Cruz fue creciendo y enriqueciéndose en mí, cuando conviví con él como compañero de la misma comunidad del Santuario de san Pedro de Alcántara donde fui destinado al año de mi ordenación presbiteral, en el verano de 1975. Allí fui morador hasta el año de 1979 fecha en que el Capítulo Provincial me destinó al convento de San Antonio de Padua de la ciudad de Ávila, como maestro de seminaristas y guardián de la comunidad.

Su figura y manera de encarnar su vida religiosa llamaba la atención a cuantos le conocimos y convivimos con él, y a cuantos se relacionaban de alguna manera con él, tanto en el trabajo de casa, como en el trato con los seglares al mostrar el museo de san Pedro de Alcántara, en donde él dejaba su impronta a través de la catequesis que trataba de dar a los visitantes del santuario. Puedo hablar por experiencia propia y por experiencia de algunos seglares que le conocían y apreciaban, precisamente por el gran valor de la fe con que él se expresaba.

Su aspecto de fraile penitente llamaba mucho la atención, pues a muchos que le veían les recordaba sobre manera al santo penitente, san Pedro de Alcántara.

Recuerdo muchas anécdotas y muchos de sus gestos piadosos, que en él eran mucho más que una anécdota; era el itinerario de una persona que se había entregado del todo a Dios en la Vida Consagrada desde el primer momento de su llamada; y lo había hecho por un ideal.

Todo lo que era y todo lo que tenía lo había entregado a Dios en su profesión religiosa. Desde el primer momento todo se lo había devuelto a Dios de quien procede todo bien, mediante su entrega y sus obras de amor de caridad en favor de los pobres, con quienes sintonizaba y por quienes sufría; seguramente veía en ellos el rostro dolorido de Cristo. Esta era la tónica de Fr Jesús a lo largo de su vida, pues trataba de socorrer a los necesitados que encontraba a su paso.

Seguramente que él sufría mucho cuando experimentaba la corrección fraterna por haber ayudado a los menesterosos; pues él dedicaba tiempo, energías y dinero por socorrerlos. No podría entender cómo ante la necesidad de los hermanos necesitados se manifestara cierta dureza y tuviera dificultades en su acción y dedicación.

En este sentido más de una vez nuestro hermano Fr. Jesús era objeto de engaño, fraude o aprovechamiento por parte alguno de sus socorridos; tal vez le faltase discernimiento; pues pensaría que ante la necesidad no hay en engaño.

El trato y dedicación a los pobres, le acreditan como un hombre compasivo; lo que más de una vez le supuso la corrección por propios superiores. Digamos en palabras simples pero cariñosas, que tenía "las manos rotas", por ayudar a los pobres.

Fr. Jesús era un religioso muy recatado, siempre muy recogido en su porte exterior; siempre descalzo, las manos en la bocamanga del hábito, y seguramente, el corazón puesto en Dios y en "la Madre", como a él le gustaba decir.

En el rezo del Oficio divino así como en la lectura espiritual era muy asiduo; nunca le vi faltar al coro ni llegar nunca tarde; y siempre le veía llevar bajo el brazo el breviario viejo y gastado por el uso, o la "Mística Ciudad de Dios" de la Madre Agreda, gran devoto de ella y lector empedernido de su doctrina mística y espiritual.

Su vida espiritual la alimentaba también con la devoción a la Santísima Virgen. Al haber perdido a la madre en su más tierna edad y al haberse criado con su abuela y con personas mayores, seguramente esto le llevó a la gran devoción a la virgen que siempre albergó en su corazón. Todos le oímos hablar de la figura del náufrago en alta mar, para quien María, la Madre era como una tabla de salvación a la que conviene asirse fuertemente para que los vendavales y las olas del mar no le engullan en sus profundidades.

Los últimos años de su vida se le veía como con una cierta urgencia por encontrarse con el Padre; "esto se acaba", -decía con frecuencia-, pero para comenzar lo nuevo, lo eterno.

Fr. Antonio de la Presilla. OFM.
Duque de Sesto. Madrid.