En memoria de Fr. Jesús

Sor Mª del Pilar Simón Fernández

Personalmente conocí a Fray Jesús en las visitas que nos hacía a nuestro convento cuando venía a Alcalá de Henares; fueron varías veces aunque no sabría precisar cuántas. También en reuniones y ejercicios en Arenas de San Pedro, como ocasionalmente en los acontecimientos especiales. En todas las ocasiones me llamó mucho la atención su forma de ser, su actitud de respeto, de recogimiento en el que se adivinaba que era un religioso muy espiritual. Las veces que tuve ocasión de hablar con él me confirmaron más que lo que pensaba de él era cierto, pues hablaba de las cosas espirituales con el entusiasmo y la seguridad con las que hablan los maestros espirituales.

Me encantaba verle vestido con su hábito, ya que con aquella figura que él tenía, alto, calvo, delgado, muy recogido y piadoso, hacía más atrayente su persona, aunque el verdadero interés de atracción le venía, cuando se descubría en él aquella bondad que ofrecía con su forma de ser, que además estaba cargada de sencillez y ternura. El bueno siempre nos atrae por su bondad. La suya era envidiable.

También me llamó la atención su forma de hablar, el entusiasmo que ponía, las cosas que decía. Se le entendía muy bien lo que decía y lo que quería decir. Además lo decía con fervor y con todo el corazón. Yo me quedaba admirada y deseaba que él hablara más. Le escuchaba con veneración. Y aunque decía lo que dicen todos, en él sonaba de forma diferente de todos. Si parecía como más creíble, era porque lo decía con toda el alma, convencido, con unción, como el que tiene la verdad.

En lo que yo pude comprobar en él y en comentario de las hermanas estaba claro, que era una persona llena de fe, que infundía esperanza. El amor que manifestaba a la Orden, a las Hermanas, como el que practicaba con los pobres, era una verdadera prueba de la fe y caridad que él manifestaba. A los hermanos de Alcalá nos contaba las obras de caridad que practica con los pobres, los niños y los enfermos; todas ellas dignas de admirar. Por eso cuando nos hablaba de los pobres o los niños, nos conmovía aún más, ya que descubríamos esa vivencia de caridad que él practicaba. Agradecía con verdadero afecto cuando le dábamos alguna ayuda para los pobres.

En su trato y conversación nos dejó verdaderas pinceladas de prudencia, respeto y moderación. No sólo se compadecía de todos, sino que frente alguna adversidad que tuvo con los sacerdotes de la Magistral, (que le prometieron la palomina de la torre si la limpiaba, pero cuando la limpió y tenía embasada en sacos que él compró por su cuenta, se la vendieron sin decirle nada), él lo sufrió en silencio y les disculpaba; nunca habló ni una palabra adversa contra ellos, al contrario, pedía por ellos para que el Señor hiciera mucho bien por ellos, que eran sacerdotes y elegidos del Señor. A nosotras nos decía que hay que hacer lo que hizo el Padre San Francisco: "besarles las manos y pedir por ellos, porque ellos nos dan el cuerpo de Cristo".

Era admirable su testimonio de Evangelio y más llevando esa presencia franciscana, que con su porte parecía proclamar la vivencia de los votos de obediencia, pobreza y castidad. Sin decir palabra, por donde iba, predicaba las virtudes franciscanas de la sencillez, la bondad, la alegría y la humildad. Y si hablaba, siempre nos ponía ejemplos de nuestro. Padre San Francisco, de Sta. Clara y de San Pedro de Alcántara, al que tenía gran devoción y desearía imitarle en todo, nos decía.

Por su conversación nos dimos cuenta de su vida de oración y meditación. Era un religioso que tenía su vida muy centrada en la vida de Dios y la Virgen, mediante la oración y meditación. La Virgen María para él era como el centro de referencia. Nos decía que el libro de "La Mística Ciudad de Dios" le leía todos los día y de él sacaba la fuente de mayor riqueza espiritual. Todo se lo enseñaba la Virgen María. De ahí que cuando hablaba de la Virgen se emocionaba y lloraba con ternura, que nosotras al escucharle nos producía verdadera devoción y nos dejaba admiradas.

Los hermanos de la parroquia de San Francisco nos decían que les gustaba que viniera a la casa de Alcalá de Henares, porque así vivían unos días junto a él, que les servían como unos ejercicios espirituales. Además siempre les arreglaba cosas estropeadas y los pobres lo celebraban porque a ellos les arreglaba los grifos de agua, el gas, los servicios, la cocina y todo lo que tuvieran estropeado. Era una visita en la que los pobres lo celebraban, no sólo por la ayuda material, que siempre les traía cosas o algún dinerillo ahorrado para comprarles cosas de casa, sino porque les hablaba de Dios y la Virgen, que lo agradecían mucho. Todos le veneraban como a una persona especial. Le querían y de él hablaban como si se tratara de un santo.

Sabemos también que ayudó a drogadictos y jóvenes mal vestidos, aunque los frailes y la gente le decían que no lo hiciera, porque era para aumentar más el vicio. Pero él aprovechaba para hablarles de Dios, al tiempo que al ver su situación los disculpaba y se compadecía de ellos, porque los veía derrotados y faltos de verdadero amor. "También ellos son hijos de Dios, solía decir".

Y según nos decían, los que más celebraban la venida a Alcalá de Henares, eran los enfermos y algunos pobres marginados. Ya tenía él un grupo de conocidos y otros que le decían los amigos. La visita era ya un gran consuelo para ellos y más porque les habla de Dios, ya que eso les daba fuerzas para superar su situación y el calvario que estaban pasando. No sólo lo agradecían sino que le pedían que no dejara de visitarlos, ya que su presencia les hacía mucho bien.

Cuando hablamos las hermanas de él, le recordamos con veneración y creemos que era un santo, a nosotras nos edificó siempre que vino a la casa y nos dejó ejemplos de bondad y santidad. Me consta que algunas hermanas están convencida que intercede ante Dios por nosotros y por eso le rezan. Al hermano de una religiosa de esta casa, le ha hecho un verdadero milagro, pues cayó de cabeza de un tejado sobre el cemento, le invocaron su ayuda y ni se murió en el acto, ni quedó en coma según pronosticaron los médicos, sino que en breve sanó totalmente. Ella y su familia lo tienen como un milagro, están seguros que su intercesión le ha dado la salud.

Por eso, cuando me pidieron el dar nuestro testimonio, no dudé el recoger estos breves recuerdos y vivencias que de él tenemos. El ejemplo de estos buenos religiosos es el que más bien hace a la Iglesia, hoy que se oyen críticas no favorables, como también puede ser una gran llamada a la reflexión y a la vida religiosa, ahora que hay tanta escasez de vocaciones y de vivencia de evangelio.

Que Fr. Jesús interceda por nosotros. Lo necesitamos.

Monasterio de Santa Clara.
 C/. Trinidad, 7.
28801 - Alcalá de Henares. –Madrid-