El matrimonio José Gerardo Moreno Pérez y Mª Clementina Heras del Prado

Esposos y residentes en Talavera de la Reina.

Hablar del Hermano Jesús nos llena de entusiasmo. Le conocimos el Jueves Santo de la Pascua de 1991. Era muy mayor, pero tenía el espíritu lleno de vida y juventud. Sería casual el conocerle en la fecha del jueves Santo, día de su llamada al cielo, pues desde entonces comenzamos a vivir con él una amistad fraterna llena de amor eucarístico. Creemos que fue un regalo de Dios conocer a un hombre tan entrañable y lleno de Dios, fiel a si mismo y lleno de espiritualidad. Apasionado de la Virgen María; que era un encanto oírle hablar de Ella. Y “es que -como nos decía él- cuando conoces el amor de Dios y el de la Virgen Santísima, ya es muy difícil vivir sin ellos y se desea estar con Ellos en el cielo”.

Fuimos al Santuario de Arenas para hacer un retiro espiritual, Cuando vimos por primera vez a Fr. Jesús estaba como en oración, admirando la naturaleza y acariciando a un gatito. Cuando nos vio se dirigió a nosotros. Aquel fraile con habito, alto y delgado, aunque ya un poco encorvado por los años, nos pareció ver una aparición, nos parecía la misma figura que San Pedro de Alcántara, pues estaba configurado con él. Nos presentamos y al decir que éramos de Talavera de la Reina, se llenó de gozo, pues allí tenía a su hermana, a la que él recordaba siempre con amor.

Estábamos admirados de la humildad, bondad y sencillez, como por la ternura y amabilidad que mostraba al hablarnos. Dejaba traslucir un interior rico en misericordia y lleno de presencia de Dios. Desde el primer momento nos llamó poderosamente la atención la sencillez y bondad, como la sincera nobleza con que nos ofrecía, amor y amistad en toda su persona. La dulzura de su voz acompañada con gestos armoniosos y entrañables, creó en nosotros verdaderos deseos de estar con él y hacer amistad con una persona tan bondadosa. Desde entonces, nuestra amistad creció cada día, en la medida que conocíamos más su gran personalidad y su profunda espiritualidad.

Siempre que podíamos acudíamos a visitar al amigo, para crecer junto a él espiritualmente. Se interesaba por todas nuestras cosas y por todas las cosas de nuestros hijos, lo hacía con una bondad digna de admirar. Lejos estaba el interés en él o la apariencia. Era todo corazón y amor caritativo deseoso de que nuestra vida familiar estuviera llena de Dios y la Virgen Santísima, la que nos recomendaba muchísimo. El nos dejó libros de la Virgen para que los leyéramos y conociéramos mejor a la Virgen, para que nuestra devoción consolidara nuestra vida de hijos de María. Verle hablar de la Virgen con la devoción y pasión con que lo hacía, era entrar en un gozo y felicidad, del que no queríamos que terminara nunca. Terminábamos emocionados.

Todas las conversaciones con él eran santas y espirituales, pues estaba tan lleno de Dios y de la Virgen que le salían palabras admirables. Hablaba como un santo. Hablando en nuestro matrimonio, decíamos muchas veces, si no sería un segundo San Pedro de Alcántara, pues hasta se parecía físicamente. Alguna vez se lo dijimos, aunque él lleno de humildad nos dijo: “eso quisiera yo, poder parecerme e imitarle a él en todo”. Nos hablaba de Cristo y de la Virgen, no sólo como el que hace una catequesis espiritual, sino como el que vivía con intenso ardor el amor entrañable de Cristo y la Santísima Virgen. Lo comentábamos entre nosotros: cuando hablaba de la Virgen parecía que se iluminaba, su sonrisa y el brillo de sus ojos se hacía más intenso. Y cuando decía: La MADRE, parecía que entraba en otro mundo ¡Oh la Madre! ¡Cuántas reflexiones bellas hemos escuchado de sus labios!

Nos gustaba orar con él porque lo hacía con profundo sentido de presencia de Dios. Nunca se cansaba, tenía hambre de más. Realmente era digno de admiración. Verle de rodillas en el banco y ante el Señor, absorto del mundo y de las cosas, pasando horas inmóvil todo lleno de fervor y recogimiento, solo aquello ya hacía pensar e invitaba a hacer meditación.

En una ocasión le fuimos a ver y cuando llegamos nos dijeron que había ido a visitar a los pobres, pero que estaba al venir. Le esperamos mucho tiempo y como nos gustaba tanto hablar con él esperamos hasta de noche. Se nos hacía tarde y pasamos a la capilla para despedirnos del Señor. La sorpresa fue que allí estaba Fr. Jesús en el primer banco, en oración horas y horas, en íntimo diálogo con Dios. No quisimos interrumpir aquel instante mágico y misterioso que él estaba viviendo junto al sagrario. Esperamos más, hasta que terminara. Pero no terminaba. Nos teníamos que marchar y un pequeño ruido hizo que interrumpiera su oración. Cuando nos vio lo dejó todo para atendernos. Le pedíamos disculpas, pero él decía que era Dios el que le decía que continuara la oración con nosotros, pues nosotros éramos parte de su oración. Tanto él como nosotros nos llenamos de inmensa alegría y dábamos gracias a Dios. Un instante a su lado valía más que el día entero, pues él nos llenaba de presencia de Dios.

Su carisma por los pobres y necesitados nos hicieron vivir junto a él ejemplos llenos de amor y caridad. En una de nuestras visitas, cuando llegamos no estaba, pero nos dijeron que no tardaría. Se presentó pronto y al vernos nos pidió disculpas y se subió primero a cepillarse y asearse, pues había estado haciendo de albañil en casa de un pobre. Y lo mismo que hacía de albañil hacía de fontanero o de electricista. En una ocasión, nos contó, que recibió un calambrazo que casi perece. Pero como lo hacía por caridad, Dios fue más caritativo. Otro día le vimos que venía triste y pensativo. Le preguntamos qué le pasaba. Nos dijo que venía de hacer faena de albañilería en casa de una pobre anciana que vivía sola y le había encontrado muy malita. Motivo que le hacía sentir gran preocupación. Aunque su mayor preocupación era por la falta de fe que mostraba la anciana, porque desesperada quería morir. El con gran respeto y con la ternura que le caracterizaba, no solo pedía por ella, sino que nos pedía comprensión por este momento duro que ella pasaba, al tiempo que pedía fe y esperanza para ella, pues sólo quedaba el rezar por ella, lo demás Dios lo hará. Estos y otros muchos ejemplos parecidos, nos hacían conmovernos y adivinar el verdadero amor de caridad que había en él.

Cuando le llevábamos dulces o caramelos, siempre nos decía que lo agradecía mucho, porque tenía unos cuantos niños que se iban a poner muy contentos. Como tenía confianza con nosotros, nos decía: os voy a pedir un favor, si podéis traerme ropa, zapatos, cuentos, juguetes viejos, caramelos, cosas... No os preocupéis porque estén rotos, yo los arreglo todos. No sabéis lo agradecidos que son, tanto los niños como sus familias. Él siempre hacía apostolado de todo. No era lo que daba y ofrecía, sino cómo lo daba y el cariño con que lo hacía.

Con sus conversaciones nos hacía olvidar todos los problemas. Nos contagiaba su misma bondad y ternura. Su amor por las plantas, la naturaleza y animales se parecía al de San Francisco de Asís. Un día le vimos echando de comer a los gatos (que había muchos, para que no hubiera ratones), y estaba hablando con ellos y regañando a uno, el más fuerte, porque tenía atemorizados a los demás y le decía que era malo. Cuando nos vio nos dijo que es que el pobre animalito, se había criado en el monte y le habían tratado muy mal otros animales salvajes. Incluso él lo salvó, pues alguien lo intentó envenenar. Esto le sirvió para hacernos reflexionar, cómo nosotros si nos falta el amor nos volvemos ásperos con Dios y rebeldes. Aprendamos a ser humildes, sencillos y llenos de amor a los demás.

Otro Jueves Santo, como el que nosotros le conocimos, el superior de Arenas, P. José Álvarez, nos comunicó por teléfono su fallecimiento. Sentimos las lágrimas en nuestros ojos por la pérdida de un “santo” amigo. Pero la esperanza nos hizo recordar que Dios y la Santísima Virgen habían sido muy buenos con nosotros, poniendo en nuestro camino a este santo varón, que tanto bien nos hizo espiritualmente. Él fue un fiel testigo de la espiritualidad franciscana, un verdadero espejo donde mirarse, apreciando esa sencillez, como luz inagotable del amor de Cristo resucitado y de su Madre, nuestra Madre la Santísima Virgen María. Él nos decía muchas veces que era simple, inculto, fraile lego y pobre persona. Pero ahora ante Dios su virtudes, su fe profunda, su amor por los pobres, como su grandísima devoción por la Virgen Santísima, le habrán convertido en un elegido y bendecido por Dios, lleno de gracia y sabiduría de Dios. ¡Bendito sea Dios que nos ha dado a un Fr. Jesús, en el que ahora vemos mejor la bondad y la presencia de Dios que habitaba en él!