Ceferino González

Para Testimonios

Se nos fue parte del paisaje arenense. El día 10 de abril anterior, Viernes Santo, enterramos a Fray Jesús. El símil puede resultar exagerado; pero si en Ávila decir «La Santa» no necesita más calificativos para objetivar la imagen y el sujeto, en Arenas, decir Fray Jesús era determinante sin más para clarificar el personaje. Erguido como un chopo y de estilizada configuración física, formaba y conformaba el entorno espiritual arenense desde hacía varias décadas. Con su figura ascética en la austeridad franciscana piadosa y espiritual a cuya familia religiosa pertenecía, parecía con su pardo sayal la sombra de un ciprés. Aseguran que su parecido físico asemejaba a nuestro Santo Patrón San Pedro de Alcántara; y que su figura inspiró a Navarro Gabaldón la estatua que la Ciudad de Arenas dedicó al Santo en la conmemoración del centenario y que ubicó en la Plaza del Condestable Dávalos. Quienes tuvimos el privilegio y la suerte de tratarle personalmente, conocimos su exquisito trato y su bondad acrisolada.

Sería traicionar una amistad y una comunión de ideales, relegarle al silencio y al olvido aunque, de la misma forma que el fuego no puede esconderse ni ocultarse, la virtud no puede quedar jamás sin el debido reconocimiento. Su silueta parece que se nos va a representar en el momento y el entorno más impensado de esta circunscripción arenense donde la huella de los Santos se respira como aroma o miasma de espiritualidad que regocija al cuerpo y al alma. En este entorno, la figura de Fray Jesús significaba un recordamiento de compostura espiritual que, como Enrique Larreta nos refiere a su paso por Ávila, parece que nos obliga a un acicalamiento del alma para no desmerecer del entorno. Fray Jesús, como Enrique Larreta, coincidencia feliz, eran ambos argentinos.

En la aparente simplicidad de Fray Jesús, aprendimos una lección que todo humano, cristiano o no, deberíamos recordar a cada instante: «se es rico por lo que se da, no por lo que se tiene...».

Estamos seguros que, después de este breve episodio que es la vida, sólo va a quedar superviviendo el amor; esa entrega diaria en el servicio y en el sacrificio por los demás; en esa lucha permanente en la contradicción de los buenos; la eterna lucha también entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal. En este entramado supo Fray Jesús escabullirse para no ser ni envidioso ni envidiado y, como aquel otro fraile Fray Luis de León, por sus manos plantado tuvo un huerto.

Como a Cristo Jesús, a Fray Jesús le enterramos el Viernes Santo también. Después de que sus hermanos de religión le sacaran por la puerta grande del convento, lugar en el que durante décadas vivió manteniendo a raya sus naturales instintos en la Comunión de los Santos.

Cuentan, y es tan cierto como que la noche sucede al día, que, habiéndose talado un nogal centenario de la explanada del convento alcantarino arenense, planteaba serios problemas elevarlo al camión que había de transportarlo. Palancas, observaciones e intentos de los asistentes no conseguían elevar el robusto tronco de nogal ennegrecido por los años. Un fraile, algo distante, oteaba la situación solidarizándose con los intentos. Es por lo que se introdujo en el convento de donde salió con una palanca que, según cuentan los asistentes, más parecía vara mágica que otra cosa, e invitó a una nueva tentativa para culminar el intento. Produjo hilaridad entre los asistentes lo que parecía aparentemente ingenuidad, lo que el frailecito les proponía en el intento, pero les insistió y le hicieron caso. El tronco al momento y sin gran esfuerzo apareció ubicado en el lugar justo para ser transportado. El Fraile era Fray Jesús, y quienes lo protagonizaron nos lo contaron asombrados. Sus identidades son muy conocidas: ¿un milagro de Fray Jesús?