Alberto Ga Cerdán Tornero

Ya han muerto casi todos los pobres a los que ayudaba, pues recuerdo mucho al Hermano Jesús, llevo dentro su figura esbelta, sus manos enfundadas en las mangas, sus pies descalzos, sus ojos limpios y su sonrisa. Me infundían paz y felicidad.

Cuando venía a Talavera a ver a su hermana, comía en casa y pasaba por la tienda para comprar algún insecticida para el huerto y pensaba en los pobres insectos que iban a morir. No quería hacer daño a nadie. Su piedad y vida de penitencia caló muy dentro de mí. Hasta lo tomé como modelo espiritual y todavía hoy quiero que sea así.

Yo era joven y la muerte me impresionaba, hablé con él y me invitó a rezar y a confiaba en Dios, como diciéndome que hiciera lo mismo. Amaba al hábito y se sentía orgulloso el seguir a San Francisco, siguiendo la senda de San Pedro. Cuando hablaba de la Virgen o de Cristo, ponía mucha pasión. Aunque se daba cuenta que no era persona culta, se admiraba de las cosas que decía, como si hablara otro en él. Por eso decía las cosas con todo el corazón, sin fingimiento.

Él sin tener nada lo daba todo, y daba lo que más valía, su oración y el amor a los pobres y necesitados. Era realmente especial, distinto, todo un testimonio de vida. Su inmortal foto en el huerto con el mastín, es una estampa de San Francisco y el lobo. Cada día le pongo por mi intercesor ante el Señor y él me guarda, me da paz. Le tengo en mi escritorio de trabajo y le llevo en mi cartera para que me ayude. Le visito en el cementerio con frecuencia y siento su ayuda en los momentos difíciles. Le presiento. Pienso que es un santo. Que Dios le dé el premio de los santos. El vive en mi recuerdo y el de mi familia.